Miquel Escudero-El Correo

  • ¿Cómo se ha perdido la hegemonía nacionalista? En buena medida por hastío. Tras las elecciones europeas, Esquerra deberá abstenerse y dejar gobernar a Illa

En plena Guerra Civil, Pío Baroja llegó a definir el presente de España como el de «un inmenso manicomio de elementos enfurecidos, que han roto sus camisas de fuerza y se desgarran como lo que son: víctimas de rabiosa enajenación mental». Previamente, los españoles habían ido clasificándose en dos únicas categorías: antifascistas y anticomunistas, un empeño demencial y burdo que aún se transmite a los jóvenes. ¿Cuántos odios tenemos programados al nacer? Son legión quienes disponen de recuerdos y creencias sobre cosas que nunca sucedieron, todo lo cual nos instala en trastornos emocionales que son fatales para la convivencia y para un claro entendimiento de la realidad.

Pues bien, lo que jactanciosamente fue titulado como el «oasis catalán», espejo de modernidad y exquisiteces de todo tipo, pasó de un día para otro a convertirse en un manicomio belicoso. Afloraron manías que -potenciadas por tierra, mar y aire por la clase dominante- no admitían réplica, así la de que España despreciaba a los catalanes y además nos robaba. Por tanto, para sobrevivir con dignidad se nos hacía imprescindible separarnos de España y formar un Estado ‘propio’. La monumental falacia caló en buena parte de la sociedad catalana, especialmente la que habla catalán en familia y se informa, en exclusiva, por la televisión pública TV3 y por emisoras afines. Todo ello ha sido impecablemente analizado en unas monografías conjuntas de los estadísticos Josep Maria Oller y Albert Satorra y el psiquiatra Adolf Tobeña; tres catedráticos de tres universidades catalanas distintas.

Se impuso el argumento de la desafección y el dogma de que éramos una nación y, por tanto, nosotros decidíamos, compartido por el socialista José Montilla como presidente de la Generalitat. El derecho a la autodeterminación pasó a denominarse ‘derecho a decidir’, pero quienes lo postulan nunca han dado a los catalanes oportunidad de votar si quieren seguir con la exclusión del español como lengua vehicular en la enseñanza, o si prefieren el bilingüismo espontáneo e inclusivo. Ni por el forro se cumple la sentencia judicial que exige que al menos un 25% de la docencia se dé en castellano. Y no pasa nada, vivimos en una continua y selectiva impunidad por saltarse la ley, todo lo cual mantiene confundida a la sociedad catalana y en manos de la arbitrariedad. Hay en ella un nudo ciego del que no se deja hablar en libertad, con comodidad, de modo que quienes impugnan abiertamente el dogma oficial son desfigurados e incluso acusados de trabajar contra la convivencia en Cataluña, así pasaba con los odiados Ciutadans; formación que ganó las elecciones de 2017 con más de un 1.100.000 votos.

Inés Arrimadas no pudo optar siquiera a presentar un programa de gobierno, pues el presidente del Parlament, de ERC, no le dio opción; el PSC, por su parte, se apresuró a negarle un posible apoyo para investirla presidenta del Govern. Fue elegido Joaquim Torra, a quien se puede catalogar como ‘la punta de un invisible iceberg xenófobo’. Esta es la asignatura pendiente en Cataluña que no se aprobará con la simple investidura de Salvador Illa como presidente.

Hagamos un análisis de las circunstancias presentes. El PSC ha ganado formidablemente, en escaños y en votos. Obtuvo 872.959, unos 350.000 menos de los que sacó en las elecciones generales de julio (en las que también fue primera fuerza). En las recientes elecciones autonómicas, la abstención ha crecido ocho puntos con respecto a las generales. ¿Por qué deja de votar casi la mitad de los ciudadanos en las elecciones catalanas? No importa; lo que interesa es hacerse con el poder, no extender la vida democrática.

Otro detalle sobre el que se pasa de puntillas son los votos nulos y en blanco. En cualquier caso, es interesante dejar constancia de ellos. En las últimas generales, el porcentaje de votos nulos fue del 0,9%, unos 32.000 votos, ahora ha sido el 0,83%, unas 26.000 personas. El voto en blanco ha crecido: si en las elecciones generales supuso en Cataluña el 0,82%, unos 29.000 votos, en estas autonómicas ha sido del 1,13%, unos 36.000 votos.

¿Cómo se ha perdido la hegemonía independentista? En buena medida por hastío. En las generales el partido de Puigdemont obtuvo 392.634 votos, la quinta fuerza, ahora ha recibido 674.896 votos, la segunda fuerza; una reanimación asistida. Pero ERC, que logró 462.883 votos en las generales, la cuarta fuerza, ha pasado a tener 427.135 votos, el tercer lugar. Se ha dado un batacazo monumental, adelantaron las elecciones para dejar fuera de juego a Puigdemont y ha sido al revés, han perdido incluso la mayoría independentista. Tras las elecciones europeas, deberán abstenerse y dejar gobernar a Illa. No entrarán en el Govern, pero pondrán al prófugo en la picota.