La otra versión

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 31/03/14

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· El victimismo vasco, que tiene sus razones, recibe su última fuerza del fracaso propio a la hora de alinearse con el desarrollo de la historia.

Parece que un director de cine vasco está rodando una película que tiene como trama la venganza provocada por un asesinato de ETA. Y parece, por lo que se lee en prensa, que parte al menos de esa película se rueda en Lequeitio. A la alcaldesa de Lequeitio no le ha gustado la historia, por lo que ha regalado al director un libro para que tenga otra visión de la historia. Y le ha regalado la historia de los vascos según Kurlansky.

Dejando de lado que una soberanista declarada recurra a un autor extranjero despreciando el cúmulo de obras de historia de los vascos que ha producido el trabajo universitario serio y científico de muchos profesores vascos, uno se pregunta por el significado de esas palabras: la otra versión, pues es algo que se escucha mucho últimamente, con esas palabras o con palabras como la otra violencia, los otros muertos, la otra historia, toda la verdad, todos los muertos.

Es claro que en las palabras de la alcaldesa y de quienes recurren a perífrasis parecidas se encuentra la necesidad de legitimar a través de la otra versión, de la otra historia, de los otros muertos, la historia de violencia y terror de ETA. Necesitan recurrir a una historia de excepcionalidad tanto en lo positivo que han aportado los vascos a la historia universal como en la negatividad de lo que los demás han hecho a los vascos durante toda la historia convirtiéndolos en las víctimas perfectas, al pueblo vasco en inocente víctima total, para poder justificar una historia, ésta sí excepcional en su crueldad y negatividad, como es la historia de violencia y terror de ETA.

En realidad la historia que pretenden justificar reclamando respeto por la otra versión, por la otra historia es ella misma la otra versión, la sombra de la que los vascos no consiguen salir cada vez que la historia que se ha ido desarrollando en Europa en la modernidad, con sus virtudes y defectos, con sus avances y problemas, con sus conquistas y sombras, ha llamado a sus puertas. Cuando la Ilustración llama a la puerta de la sociedad vasca de la mano de los Caballeritos de Azkoitia y la sociedad vasca tiene la posibilidad de incorporarse a lo que será la fuerza configuradora del futuro de Europa, la sociedad vasca termina dando la espalda a los ilustrados, los empuja a la radicalización y a la desesperanza ante la imposibilidad de reformar las instituciones vascas y de llevar al conjunto de la sociedad vasca a incorporarse a la historia de la cultura moderna.

Cuando la propia sociedad vasca no da los pasos necesarios hacia la estatalidad moderna, la forma de Estado nacional basada en el liberalismo que va reconociendo al individuo como sujeto de derechos y libertades, el carlismo apuesta por una forma de Estado reaccionario, absolutista y confesional por la idea equivocada de que así podría salvar sus instituciones específicas, propias éstas de la historia medieval de toda Europa. La sociedad vasca ve en el desarrollo del liberalismo con su idea revolucionaria de nación como comunidad política al enemigo, se rebela contra la idea misma de Estado liberal, apuesta por la monarquía absoluta y queda apartada a los márgenes de la historia.

El victimismo al que recurre desde entonces parte de la sociedad vasca y que se manifiesta en forma de nacionalismo es la respuesta a la incapacidad de haber dado los pasos necesarios para incorporarse al desarrollo de la historia pasando a formar parte activa y configuradora de un estado liberal que, sobre la base de los derechos y libertades ciudadanos, fuera capaz de reconocer las especificidades culturales e históricas territoriales. Saltando a la última oportunidad, la ofrecida por la transición a la democracia en España tras la muerte de Franco, la sociedad vasca, en su parte nacionalista, opta por quedarse al margen de la historia, aunque la transición a la democracia signifique la posibilidad de que la sociedad vasca obtuviera la mayor capacidad de autogobierno que haya tenido nunca en la historia. O vota contra la Constitución, o se abstiene, iniciando un camino que se instala en el limbo de la historia, porque ocupa el poder legitimado por unas fuentes a las que no reconoce legitimidad.

El victimismo, que tiene sus razones y que ningún historiador serio niega, recibe su última fuerza del fracaso propio a la hora de alinearse con el desarrollo de la historia, algo que teóricos del nacionalismo como Krutwig y J. A. Etxebarrieta reconocen en sus escritos, y llaman fracaso, el fracaso en contar con élites como han tenido otros pueblos que han conseguido formar Estados nacionales, el fracaso en dotarse de instrumentos como los desarrollados en los pueblos del entorno.

Las razones reales para sentirse y percibirse como víctima quedan así prostituidas por la falta de reconocimiento efectivo en sus consecuencias del fracaso por no alinearse con el desarrollo histórico: se proyecta en el odio a los Estados español y francés el desastre del propio fracaso, y sobre ese fracaso no asumido ni reconocido en sus consecuencias se construye una historia de violencia y terror instaurando cientos de víctimas asesinadas, una historia que incluye los asesinados por la reacción indefendible, sobre todo después de la transición a la democracia, del Estado de derecho que se olvida de serlo en esas actuaciones.

A la historia del desarrollo de un Estado liberal en España y Francia, los vascos, sobre todo los que no se incorporaron a la tarea de coadyuvar en ese desarrollo, que tampoco fueron pocos, ni mucho menos, opusieron una historia que no llevaba a ninguna parte y que al final se vio abocada a constituirse como historia de violencia y terror, mientras otros, en los momentos difíciles de la muerte del dictador, vieron y caminaron por las vías de la democracia capaz de reconocer las diferencias históricas, culturales y lingüísticas. La otra versión son las sombras mortales que ETA ha puesto como contrapunto a la historia del liberalismo y la democracia en España.

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 31/03/14