Óscar Monsalvo-Vozpópuli
  • Ningún jugador del Athletic va a decir “yo no”, ningún periodista influyente va a decir “esto es real” y ningún alcalde va a decir “hasta aquí”. Sólo hablan los peores.

Itziar Ituño acaba de ser nombrada pregonera de las fiestas de Bilbao y esta película ya la hemos visto muchas veces. No la de la inmundicia en las fiestas, que también, sino la de la alienación personal en una sociedad para la que algunas cuestiones éticas -y estéticas- fundamentales dejaron de ser importantes hace mucho tiempo.

Dentro de unas semanas la actriz podrá pedir, esta vez desde el balcón del Arriaga y en representación de todos los bilbaínos, que los “presos vascos” salgan ya de la cárcel y vuelvan a sus casas. Podrá expresar su amor por todos los presos de ETA y podrá reivindicar sus hazañas y justificar sus acciones. Lo hará mientras suena la canción de Marijaia, en la plaza al lado de la ría que separa -es un decir- las txosnas proetarras y las comparsas de la izquierda abertzale. Habrá pancartas de SortuBildu Ernai, como queramos llamarlo. Habrá mensajes de independencia, socialismo y amnistía. Etxera, Euskal Herria askatu. Banderas de Palestina y de Irlanda. Habrá fotografías de asesinos sostenidas por personas concretas que nunca temen un mínimo reproche; saben que están entre amigos. Para miles de ciudadanos, todo eso será una vez más algo positivo y saludable. Como mínimo, algo normal. Y tienen razón. La elección de Itziar Ituño no habrá supuesto una anomalía. Ha pasado antes, y ha pasado peor.

En 1996 Arantza Garbayo fue detenida por colaboración con el Comando Vizcaya. En 1999 Bilbao la eligió como txupinera. No a pesar de que estuviera en la cárcel, sino porque estaba en la cárcel. Como la inhumana política penitenciaria no permitió que la etarra saliera de prisión para dar inicio a las fiestas, las comparsas colocaron una figura de cartón que representó simbólicamente a la etarra en todos los actos. Sí pudo participar en el homenaje a la txupinera que se celebró en 2013. Había salido de la cárcel unos meses antes. Finalmente pudo lanzar su cohete. Al terminar el acto, reconoció que había significado mucho para ella y pronunció estas palabras: “Lo que no pude hacer en su momento lo he hecho hoy. Lo he lanzado en mi nombre y en el nombre del colectivo de presos políticos vascos”. Y en nombre de todos los bilbaínos.

No les gusta que se lo recuerdes. Que les muestres lo que hacen y en lo que se convierten. Se les tuerce el gesto y se les amarga el katxi. No seas pesado, joder, que son las fiestas

Para eso se celebran las fiestas. La Aste Nagusia es un acto político controlado por los del hacha y la serpiente. No todos los que participan son admiradores de ETA, pero ahí están. Se funden entre ellos, aceptan la liturgia proetarra. Es el precio que pagan para entrar en el recinto. No les gusta que se lo recuerdes. Que les muestres lo que hacen y en lo que se convierten. Se les tuerce el gesto y se les amarga el katxi. No seas pesado, joder, que son las fiestas. Hay que disfrutar. Algunos son apolíticos, otros de izquierdas pero no filoetarras, incluso habrá quienes el resto del año hablen muy mal de Bildu. Pero durante esa semana hay que disfrutar, y para disfrutar de la fiesta hay que ir ligero. Tú comenzarás a ser el que incomoda a los demás aunque no digas nada, porque sabrán lo que piensas. Te ganarás fama de intransigente y molesto. Y será fama bien ganada, porque harás visible la indiferencia cómplice de amigos que dentro de poco pasarán a ser conocidos.

Dentro de unas semanas volverán las banderas, los mensajes y las imágenes. El hacha, la serpiente, las fotos de Daniel Pastor, Harriet Iragi o Igor Solana. En serio pero en broma pero en serio, como siempre. Tal vez verás esas imágenes desde abajo, en la plaza, con una sensación de malestar que crece cada año. Pronto las verás desde tu sofá, y después, desde la distancia de veinte años que habrán pasado volando. Sin darte cuenta, un día decidiste que no volverías a estar ahí nunca más.

Se acabaron unos actos horribles. Creció la raíz, vimos cómo nuestros amigos y conocidos la regaban con música, bailes y sonrisas. La vida feliz estaba con ellos, y tú te ibas quedando fuera

No es sólo una cuestión política. Nunca lo fue. Siempre fue una cuestión ética. Estética, como decíamos. Se trataba de alejarse de lo feo. Después, o alrededor de esa primera reacción, venía el enfrentamiento político. Había que combatir lo feo. Arrinconarlo, denunciarlo, avergonzarlo, reducirlo. Lo feo era lo malo en su máxima expresión, porque el mal no se percibe como algo objetivo, sino como un profundo desagrado en el alma. Había que derrotar al mal, y fracasamos. Entendimos que el mal era únicamente cada acto malo, y no la raíz de todo ello. Se acabaron unos actos horribles. Creció la raíz, vimos cómo nuestros amigos y conocidos la regaban con música, bailes y sonrisas. La vida feliz estaba con ellos, y tú te ibas quedando fuera.

Aquella batalla perdida fue colectiva y la reacción estética siempre es individual. Aun así, no es paradójico hablar de un nosotros extraño, un hermanamiento inconsciente. Nos pertenece un último gesto compartido: sabernos aislados en una tierra que ya será para siempre hostil y alegre, inquisitorial y festiva.

Hay que evitar frustraciones inútiles y quejas lastimeras. No tiene sentido esperar prohibiciones, gestos de personalidades famosas ni cambios de actitud en masa. Ningún jugador del Athletic va a decir “yo no”, ningún periodista influyente va a decir “esto es real” y ningún alcalde va a decir “hasta aquí”. Sólo hablan los peores. La plañidera de los etarras dará inicio a las fiestas y comenzará de nuevo el baile arrastrado y extenuante, como los de aquella novela de Horace McCoy.

La realidad es la que es, pero al menos nos quedan nuestras pequeñas renuncias cotidianas. A la esperanza, al eufemismo y al relativismo. Aunque todos lo hagan.