ABC-IGNACIO CAMACHO

Integrar también es retirarse sin ruido, sin invocar los años de servicio ante quien no te quiere en su equipo

Apesar de la amplísima descentralización del modelo autonómico, la prueba del éxito de un político en España sigue siendo la de alcanzar un ministerio. Íñigo de la Serna, que fue un buen alcalde de Santander, logró llegar al de Fomento aunque su paso por él haya sido discreto porque no hay modo de gestionar las inversiones públicas si el Estado carece de dinero. La moción de censura ha acortado su trayectoria en pleno progreso, aunque no tanto como la de su compañero Román Escolano, que por tres meses en el Gabinete renunció a un puesto europeo con 300.000 euros anuales de sueldo. En las primarias del PP, De la Serna respaldó a Sáenz de Santamaría, su valedora en el Gobierno, y Pablo Casado no ha contado con él en su reparto de puestos. El exministro ha entendido el mensaje y ha decidido buscar trabajo en su profesión de ingeniero, por más que la Ley de Incompatibilidades no le ponga fácil ejercer en un sector que ha estado bajo su mando directo. Se va con dignidad, caballerosamente y sin pataleos –como Rajoy, por cierto–, demostrando que puede haber vida lejos de la política para quien sabe cuándo ha tocado en ella techo.

Eso también es integrar, un modo elíptico de ayudar a su partido. Retirarse con elegancia en vez de invocar los años de servicio ante quien ha dejado claro que no te ve en su equipo. Apuestas, pierdes y te vas sin ruido: ya te llamarán, si quieren, y mientras, campo libre para el vencedor legítimo. Muchos no lo pueden hacer porque no sabrían desenvolverse en otro oficio, o porque cuesta acostumbrarse a la normalidad de un empleo cualquiera después de haber sido ministro. Esos móviles en silencio, esa sensación de soledad y de vacío, ese prurito de nostalgia de uno mismo al abrir los periódicos y no encontrar en los titulares su apellido.

En los Gobiernos del PP han faltado ideas, instinto, pulso y visión estratégica, pero sobraba entre sus miembros competencia técnica. La mayoría eran personas de currículum sólido, bastantes de ellas, altos funcionarios de carrera. Muchos ganaban mejor salario en sus destinos de procedencia y pueden volver a ganarlo porque no les faltarán ofertas. Pero la política es un veneno, una especie de droga que crea adicción cuando se prueba. Y la experiencia del poder deja huella, tanta que al abandonarlo se siente en las venas un hormigueo de abstinencia. Por eso se hace tan difícil ceder el paso, entender que las etapas se queman, darle sentido al momento que los guardias dejan de cuadrarse y los teléfonos no suenan. Por eso casi nadie acepta con agrado la hora en que toca cerrar la puerta por fuera.

Por eso también tanta gente, a menudo brillante, busca coartadas para no irse a su casa. Todo eso de la integración y de la unidad no son más que pretextos con los que disimular la ansiedad de una llamada. Para negar la evidencia del instante en que ya no se es necesario… o necesaria.