La razón de la violencia

 

Sin Mayor Oreja, Redondo Terreros, María San Gil y, sobre todo, sin los movimientos cívicos que movilizaron a la ciudadanía a favor del Estatuto y la Constitución y contra el nacionalismo obligatorio, Patxi López no tendría hoy la posibilidad de ser lehendakari. Quizá sea ése el «abismo» que, según López, le separa de UPyD: el que separa recordar de dónde venimos y fingir haberlo olvidado.

En cierta ocasión lord Chesterfield asistió a una celebrada representación de Otelo y cuando le preguntaron si había obtenido alguna lección de la tragedia, repuso: «En efecto, que las señoras deben tener cuidado con dónde guardan sus pañuelos». Bastantes de las lecturas y conclusiones proclamadas a partir de las recientes elecciones en Euskadi me recuerdan por su enjundia e irrefutable tino a la humorada de milord. ¡Qué facilidad para pintar usando rosas o negros, no según la realidad sino a partir de los apremios del corazoncito político de cada cual! Eso sí que es impresionismo y no lo de Renoir… Visto lo cual, poco daño podrá hacer que yo colabore en este concurso urgente de frescos.

A mi juicio, lo primero que resulta evidente otra vez es la razón de fondo para que siga habiendo violencia terrorista: muy sencillo, porque sin el terrorismo y el mundillo que apoya, jalea o excusa el terrorismo… los planteamientos nacionalistas se quedan en minoría. En cuanto ETA y adláteres son puestos al margen (en la medida muy relativa en que tal cosa puede hacerse) del juego político, las veleidades más declaradamente separatistas se muestran minoritarias y los partidos que pretenden ganar votos tienen que disimularlas todo lo posible para obtener buenos resultados. Y eso sigue igual después de 30 años de gobierno nacionalista, de educación nacionalista, de radio y televisión públicas nacionalistas, etcétera.

En la resaca electoral, los nacionalistas y sus madrazos han denunciado que el mapa político obtenido está falseado por la ilegalización de quienes apoyan la ilegalidad, debida a un astuto cálculo del Gobierno socialista. Silencian el otro cálculo electoral que se ha frustrado, el de los que cuentan siempre con quienes no quieren renunciar ni a las armas ni a los votos, ni al refrendo en las urnas ni a la coacción antes de llegar a ellas, el del útil extremismo de quienes favorecen que las opciones similares pero no sanguinarias se convierta en resignado refugio de pecadores asustados, el de quienes se las han arreglado para silenciar o forzar al exilio a los vascos que no querían serlo more nacionalista. El momento más pintoresco del rígido y soporífero debate que mantuvieron en Euskaltelebista todos los candidatos a lehendakari fue cuando Patxi López le pidió a Ibarretxe que especificara una sola idea política que estuviera ilegalizada en Euskadi. Ibarretxe no supo más que mencionar las transferencias supuesta o realmente pendientes del vigente Estatuto, que no parecen precisamente el meollo de la ideología reivindicativa de Batasuna. Una salida de pata de banco, claro, pero ¿qué quieren ustedes que dijera el hombre? No iba a declarar que lo único ilegalizado era la ventaja que ellos obtenían de una violencia tan repudiable como… rentable.

Bien, dejando fuera a quienes aún no se deciden entre la lucha armada y el Parlamento, la mayoría de los ciudadanos de Euskadi es electoralmente constitucionalista. Ahora parece posible conseguir que eso se refleje en la lehendakaritza y el gobierno, tras tres décadas de hegemonía nacionalista… que algunos han llegado a considerar derecho natural y voluntad divina. Y para conseguirlo no queda otro camino que juntar en la sesión de investidura los votos de socialistas, populares y quizá UPyD. No se trata de ningún «frentismo» sino de pura matemática parlamentaria… exactamente igual que lo fue un intento semejante en las elecciones de 2001. Produce cierto melancólico regocijo las contorsiones intelectuales que vemos hacer a tantos chocantes desmemoriados para demostrar que, contra toda evidencia, lo de ahora no tiene nada que ver con aquello. Incluso se nos pretende convencer de que aquel intento de unir a socialistas y populares para conseguir un lehendakari no nacionalista fue una estrategia equivocada, contraproducente y con malos resultados electorales.

Nada más lejos de la verdad. En 2001 la suma de votos constitucionalistas fue la más alta de la historia democrática, cien mil y pico votos por encima de la obtenida en los pasados comicios por las mismas fuerzas. Los nacionalistas ganaron porque desde Batasuna, presente en la oferta electoral, se transfirieron 70.000 votos al PNV para cerrar el paso al constitucionalismo: algo parecido a lo que ha pasado ahora en menor medida con Aralar y que en cualquier caso tuvo el mérito de conseguir que muchos pro-violentos aceptaran por primera vez votar a un partido que condenaba el terrorismo. Y después PNV-EA gobernó gracias al apoyo de Esker Batua (cuyo descalabro ha sido la mejor noticia de estas elecciones) y a préstamos puntuales y mefistofélicos de los proetarras instalados en el Parlamento. En cuanto a los mensajes lanzados en aquella campaña electoral en la que ambos partidos constitucionales tantos recelos mutuos guardaban, poco difieren de lo que ahora hemos oído: desalojar al nacionalismo del poder que patrimonializa, demostrar que nada trágico ocurre si Euskadi es gobernado por no nacionalistas, etcétera. De modo que tiene poco caso asegurar (como Aizpiolea, «Las cosas van a ser distintas en Euskadi»): «Puede decirse que ayer se enterró la política frentista antinacionalista de Mayor-Redondo y la posterior de María San Gil. UPyD queda ahora como residuo de esa época». Gracias, muy honrados. Pero quedan bastantes más «residuos» de entonces, afortunadamente. Por ejemplo, sin Mayor Oreja, Redondo Terreros, María San Gil y, sobre todo, sin los movimientos cívicos que a comienzos de siglo movilizaron a la ciudadanía a favor del Estatuto, la Constitución y contra el nacionalismo obligatorio, Patxi López tendría hoy las mismas posibilidades de llegar a lehendakari que yo de ser nombrado vicario general castrense. Quizá a eso se refiere López cuando menciona el «abismo» que le separa de UPyD: es el que separa recordar de dónde venimos y fingir haberlo olvidado.

No hacer «frentismo» es cosa buena: para eso precisamente sirven la Constitución y el Estatuto apoyado en ella. El socialismo de Patxi López tiene ahora la posibilidad de darle a la España constitucional la oportunidad de la que ha carecido hasta hoy en el País Vasco, gobernado siempre desde el guiño de quienes aprovechaban la legalidad vigente pero no pierde ocasión de proclamar que no se sienten comprometidos con ella. Por supuesto, no se trata de excluir por principio ni a los nacionalistas ni a nadie, salvo a los violentos. Pero sí de erradicar la manipulación partidista de la Ertzaintza o de los medios públicos de comunicación, así como combatir el clientelismo incrustado en la sociedad (más debido a la hegemonía ininterrumpida sin alternancia que a la ideología nacionalista, porque en Andalucía, por ejemplo, existe igual). Una vez disipado el clientelismo y la convicción de que sin poner cara de nacionalista no se llega a nada, ya veremos si hay tanto nacionalismo popular en Euskadi como nos cuentan los mamporreros del régimen. Llega la hora de cambiar de verdad y no de seguir fingiendo que hay que tener cuidado con dónde deja uno el pañuelo…

Fernando Savater, EL PAÍS, 6/3/2009