Iñaki Ezkerra-El Correo

El célebre escritor del género negro Javier Castillo ha sido la estrella de la fiesta del libro de Sant Jordi porque se puso a repartir hamburguesas entre los fans que hacían cola ante su caseta para que les firmara su última novela. La idea es más que loable por varias razones. La primera es que no solo de flores viven los lectores y, entre la fragancia juanramoniana de la rosa y el olorcillo de la grasa chamuscada, hay horas del día, como las del aperitivo, en las que tira más lo segundo. La segunda razón para alabar esa brillante iniciativa es lo que tiene de políticamente incorrecta.

A la rosa poética y ecológica, Castillo ha opuesto la prosaica carne picada de esas vacas que sueltan metano, como si no hubiera un mañana en que la Tierra acabará achicharrada, y que Bill Gates nos aconseja sustituir por los chuletones sintéticos de origen vegetal en nuestra dieta. No digo yo que los fans de Castillo no sean sensibles al cambio climático ni al veganismo del magnate chalado, pero no opusieron la menor resistencia a esa evangélica multiplicación de las Cheeseburger y no habrá peligro de que caigan en esa cursilada de utilizar los pétalos de marcapáginas. Entre las hojas de la novela de Castillo no se pudrirán lánguidamente las rosas de Sant Jordi ni sus espinas sino alguna huérfana loncha de beicon o queso debidamente embadurnada de kétchup.

Castillo ha puesto el listón muy alto a las casetas de Sant Jordi. Pero puede superarse. Al libro y la hamburguesa le pueden seguir el libro y el chuletón o el solomillo. La verdad es que la hamburguesa es más democrática y tolerante que el capullo encarnado. Parece que con la rosa hubiera que comprar forzosamente los poemas de Rosalía (valga la redundancia) o los de Rilke, que se produjo una septicemia que complicó su mala salud y precipitó su muerte al arrancar unas rosas de su jardín por tener un detalle galante con una amiga. Poner una rosa al lado de las memorias de Jordi Pujol es algo como que no pega. La rosa queda demasiado fina para escoltar ciertos libros. En cambio, con la comida basura uno puede comprar literatura ídem. En fin, que ya lo dijo el poeta: «¡No la toques más, que así es la Burger King o la McDonald’s!».