La sangre helada de las víctimas

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC 28/01/13

· ETA ya no mata, es verdad. Pero eso no exime a España de la responsabilidad de hacer justicia.

Trabajaba yo como redactora en la sección de Internacional de este periódico centenario cuando la Asociación de Víctimas del Terrorismo, recién creada gracias al coraje y la determinación de Ana María Vidal Abarca y Sonsoles Álvarez de Toledo, lanzó un grito en el silencio de una España acobardada y muda. Agonizaba la década de los ochenta, el Gobierno de Felipe González había negado a la AVT la modesta subvención solicitada al Ministero de Asuntos Sociales, y ese colectivo de gente humilde, doblemente golpeada por el terrorismo y la indiferencia, carecía hasta de lo imprescindible. Entonces este diario recogió el guante y, bajo el impulso de Guillermo Luca de Tena y Luis María Anson, se organizó una suscripción popular con el fin de recaudar directamente de los ciudadanos los fondos racaneados por Matilde Fernández. Peseta a peseta, en donativos a veces grandes y otras, las más, de dos o tres dígitos, llegamos a juntar 300 millones de aquellos tiempos, que eran una fortuna. Y digo «llegamos» porque todos los trabajadores de la Casa contribuimos, lo recuerdo con orgullo, a recopilar listas interminables de donantes con el fin de publicar en las páginas del día siguiente sus nombres y sus apellidos. Desde esos tiempos lejanos, desde antes incluso, ABC siempre ha estado junto a las víctimas, plantando cara a los verdugos y sus cómplices. Junto a las víctimas, insisto, que merecen respeto y gratitud eternos por encarnar el tributo de honor y sangre con el que esta sociedad ha pagado la libertad de la que disfrutamos todos.

Dice Jaime Mayor Oreja, y dice bien, que las víctimas siempre tienen razón. Es una forma sencilla de reconocerles el derecho inalienable a juzgar las políticas que les atañen con un grado de exigencia ética superior al de quienes han contemplado los toros desde la barrera, analizando el «conflicto» desde la comodidad de un sillón. Por eso se precisa una interpretación retorcida, malintencionada e interesada en hacer méritos con el actual poder político para acusar a la AVT y a su presidenta, Ángeles Pedraza, de estar tergiversando la realidad al quejarse de que le hiela la sangre asistir a ciertas cesiones.

Hay que tener estómago para decirle a una madre, cuya hija ha sido asesinada por la barbarie terrorista, lo que puede helarle la sangre y lo que no. Yo, que siento un amor infinito por mis hijos, apenas consigo imaginar el dolor lacerante que debe de producir una pérdida semejante, por más que haya compartido lágrimas con muchas de las víctimas de ETA sometidas a esa brutal amputación. Yo, a quien la serpiente sólo ha robado alguna libertad de movimientos y tal vez un poco de tranquilidad, tengo la sangre helada ante las vilezas cometidas por unos y otros en el empeño de alcanzar «la paz» buscando atajos. Me hiela la sangre contemplar a una alimaña llamada Bolinaga tomando copas por su pueblo. Me hiela la sangre leer en los periódicos «lecciones democráticas» de Rufino Etxeberría, autor de la estrategia de «socializacion del sufrimiento» que llevó al exterminio de decenas de cargos electos populares y socialistas. Me hiela la sangre comprobar que los primos hermanos de los asesinos de Gregorio Ordóñez gobiernan la ciudad que él estuvo a punto de ganar en las urnas. Me hiela la sangre constatar que mentían quienes prometieron a las viudas y los huérfanos que los verdugos de sus seres queridos cumplirían íntegramente sus condenas y que esas muertes no serían en vano. Viendo a Goioaga en el Senado y a Martín Garitano en la Diputación de Guipúzcoa queda claro que cada uno de esos crímenes ha sido rentabilizado por quienes los perpetraron con el fin de destruir esta Nación.

ETA ya no mata, es verdad. Pero eso no exime a España de la responsabilidad de hacer justicia y escribir con letra diáfana el final de esta historia cargada de heroismo y de miseria. Porque hay «razones de Estado» que ni avala la razón ni fortalecen al Estado. Únicamente obedecen a la estulticia o la cobadía de quien las invoca como coartada.

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC 28/01/13