JUAN CARLOS VILORIA-El Correo

En la sala de actos de Juntas Generales en Bilbao se habían reunido algo más de un centenar de personas. Gorka Angulo, periodista, presentaba su libro: ‘La persecución de ETA a la derecha vasca’. Ni rastro de las cámaras de ETB o los micrófonos de Radio Euskadi. En el acto, docenas de rostros con cicatrices de la resistencia. Sobrevolando la sala, las emociones de los crueles recuerdos de los primeros asesinados por ETA en el arranque de la gran limpieza ideológica que la banda diseñó para extirpar cualquier asomo de organización de la derecha no nacionalista en los albores de la democracia.

Pocos días antes, los ‘teleberris’ echaban la casa por la ventana inflacionando sus espacios con imágenes, testimonios, proclamas y relatos victimistas reclamando, unidas las manos desde San Sebastián a Vitoria, el ‘derecho a decidir’. Unos 150.000 salieron a las vías animados, respaldados y organizados por cargos públicos, partidos o instituciones de Gobierno, Parlamento y diputaciones. Con protagonismo estelar de los herederos políticos de la banda. Un hilo invisible enlaza ambos acontecimientos en la Euskadi post-ETA. La mayor parte de las energías políticas, sociales, mediáticas y propagandísticas están puestas al servicio de un imaginario en el que los oprimidos son los que dicen que no pueden decidir. Y las migajas para los que se empeñan en recordar a los olvidados. De la inverosímil paradoja resulta que los que ocupan todos los resortes del poder en Euskadi son los que no pueden decidir. Y allá en el fondo del mensaje queda en el aire la interrogante: ¿quién no nos deja decidir? Los que realmente no pueden decidir son las víctimas que quedaron en el camino. Como dice Angulo en su libro: «Hasta en los cementerios las víctimas de ETA son silenciadas y sus verdugos exaltados como héroes».

Así está a día de hoy la titánica lucha por la memoria en el País Vasco. Una ingente cantidad de recursos económicos, políticos y mediáticos dedicados a desenfocar la memoria y la verdad; y un grupo de animosos y vocacionales activistas tratando de equilibrar la balanza recordando la historia del terror sin eufemismos, excusas ni equidistancias. Hasta el Athletic ha dejado de lado sus esencias de no pronunciarse ante cuestiones políticas (que ya es pronunciarse) y se ha apuntado a la cadena humana. Para asfixiar la memoria se ha diseñado una tenaza letal: de un lado, el bombardeo de Gernika, las torturas y los gudaris; y del otro, el derecho a decidir. Ese es el núcleo duro de la escaleta de la televisión pública. Ese es el contexto en el que, para los agitadores del ‘contrarrelato’, se desarrolló la violencia. Primero nos bombardearon y luego no nos dejan decidir. ¿Hay alguien que con estos mimbres no entienda las raíces del conflicto?