Arcadi Espada-El Mundo

UNA ENCUESTA reciente del diario El País aseguraba que más del 80% de los españoles apoyan la llamada huelga feminista. Estas encuestas tienen el valor que tienen, a la vez producto de la urgencia y la necesidad. En este caso, sin embargo, el porcentaje coincide con el general ambiente mediático, e invocado éste poco más hay que sumar. Bueno sí. Hay que sumar dos personas cualificadas a tan abrumador apoyo cuantitativo. La primera, la Reina de España, que dice haber limpiado su agenda de mañana: espero, francamente, que haya calculado las catastróficas consecuencias que puede tener su actitud. Por si fuera poco a la Reina se añade la Virgen María, cuyo agente en la Tierra, monseñor Osoro, apasionado patrocinador de la osororidad, ha confirmado que participará en la huelga, Ave.

Semejante unanimidad coronada y bendecida obliga a preguntarse contra quiénes se hace esta huelga. Toda huelga va contra alguien o algo que no cede, sean los patrones que deciden los sueldos o los gobiernos que deciden las leyes. En España, además, toda huelga se hace siempre contra Mariano Rajoy y su pertinaz costumbre de declararse en huelga. Y toda huelga encuentra la oposición de una parte no pequeña de la sociedad. Es verdad que deben de quedar algunos irreductibles por ahí; pero no veo que den la talla suficiente como para que nuestra Reina y la Virgen María, con el pueblo y por el pueblo briosamente enarboladas, se alcen contra ellos.

De modo que lo de hoy va a ser un prodigio. Un levantamiento del pueblo contra sí mismo, de las autoridades contra sí mismas, de la virginidad contra sí misma –aunque esto es lo que mejor entiendo, ciertamente–. La primera huelga realmente general de la que se habrá tenido noticia. Ayer por la mañana, donde Ana Rosa, yo me hacía más o menos esta pregunta y ella dulcemente contestó: «Es una huelga contra la vida». Es la mejor respuesta que he oído y que oiré sobre esta experiencia singular. Todas las leyes han sido ya hechas. Pero la vida y la naturaleza y su espantoso reverso ineludible siguen ahí. Solo teniendo en cuenta la respuesta de nuestra primera dama matinal puede comprenderse a fondo la unanimidad de este 8 de marzo. ¿Quién no desfilaría por una razón u otra contra la vida, aunque hubiera que disfrazarse de mujer?

Pero ni aun así cedo. Y proclamo: qué coñazo.