Las diferencias

JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO – 23/11/14

· Muchas son las diferencias entre los procesos vasco y catalán que explican por qué Ibarretxe desistió mientras Mas sigue adelante.

Euskadi ya recorrió en su día el trayecto que está recorriendo ahora Cataluña. Es lo que se dice. Y no deja de ser verdad. Ambos procesos tienen en común el punto fundamental: el de reclamar en exclusiva para los ciudadanos del propio territorio la soberanía que el ordenamiento constitucional impone compartir con los demás. No otra cosa era el Nuevo Estatus Político de Euskadi, que el Congreso de los Diputados tumbó el 1 de febrero de 2005, y lo mismo expresaba la declaración por la que el Parlament proclamaba a Cataluña «sujeto político soberano» y que fue anulada el 25 del pasado mes de marzo por resolución del Tribunal Constitucional. Idéntico final sufrieron también, por el mismo motivo y a manos de la misma instancia, la Ley de Consultas del Parlamento vasco de 28 de junio de 2008 y la convocatoria catalana de consulta –o el «proceso de participación ciudadana»– del ya famoso 9-N.

Pero, constatada esta identidad fundamental, hay un punto en el que ambos procesos se bifurcan. Es el punto en que ahora se halla el catalán y que el vasco obvió en 2009. Consiste en que, mientras quien protagonizó el proceso en Euskadi se allanó ante las resoluciones de los órganos competentes y desistió de seguir con sus planes, el mandatario catalán ha ignorado las que a él le atañen y emprendido una huida hacia adelante de incierto destino. Ahora bien, lo que aquí interesa, no es la constatación de esta obvia bifurcación, sino la reflexión sobre las diferencias que a ella han conducido.

La primera salta a la vista. Es la que condicionó la suerte del proceso vasco y no ha afectado en nada al catalán. Me refiero a la contaminación que sufrieron las dos propuestas de Ibarretxe –su plan en 2005 y la consulta en 2008– por la violencia que entonces ejercía ETA y consentía su entorno. Además, al margen del enrarecimiento que el propio ejercicio del terrorismo causaba en el clima político, impidiendo cualquier debate sosegado sobre propuestas de calado, se daba el caso de que tanto el plan como la Ley de Consulta fueron aprobados con el concurso de varios parlamentarios de una izquierda abertzale cuya independencia respecto de ETA era cuestionable.

Plan y ley levantaron así el vuelo con plomo en las alas. Y, por si esto fuera poco, Ibarretxe añadió el error de mezclar en la consulta una pregunta de carácter político sobre el derecho a decidir con otra de índole radicalmente distinta sobre el final del terrorismo, haciendo que la una quedara inevitablemente contaminada por la otra y que las respuestas que se dieran a las dos fueran dependientes entre sí. En un terreno tan enfangado, cualquier iniciativa estaba abocada a embarrancar.

Pero, incluso fuera del terreno estricto del terrorismo, las diferencias entre ambos procesos siguen siendo notables. Así, en contraste con el president Artur Mas, el lehendakari Ibarretxe nadaba a contracorriente de su partido. Habrá que recordar, a este respecto, que entre enero de 2004 y enero de 2008 el PNV estuvo dirigido por Josu Jon Imaz, quien no dudó en dar sobradas muestras de sus desavenencias con el lehendakari hasta verse obligado a renunciar por ellas a su reelección. Así, la mezcla que, tras el fracaso de la tregua de 2006, hacía Ibarretxe entre el conflicto político y el terrorismo resultaba insoportable a la dirección. Y tampoco el radicalismo soberanista que aquél defendía encajaba en el pactismo de tono fuerista que lideraba el entonces presidente del PNV –el famoso «no imponer no impedir»– y que después continuó quien, a partir de 2008, fue su sucesor. No cabía desafío alguno al Congreso ni al Tribunal Constitucional cuando la distancia entre el lehendakari y su partido era tan enorme.

No era ajeno a esta cautela política del PNV el estado de opinión que se había creado en la sociedad vasca. El terrorismo había provocado en los últimos años una polarización que se extendió de inmediato incluso a los temas estrictamente políticos. Así, la confrontación nacionalismo-constitucionalismo, exacerbada desde finales de los noventa a causa de la violencia, propició en Euskadi el auge de una opinión pública extremadamente crítica ante toda propuesta que, desde el nacionalismo, pretendiera modificar el statu quo. Nunca hallaron, por eso, las ideas de Ibarretxe en la opinión pública vasca ni el asentimiento ni la comprensión que las de Mas están encontrando en la catalana. La pluralidad identitaria que anida en Euskadi, pese a no ser mayor que en Cataluña, se expresó aquí con un vigor que allí apenas se deja notar. Por eso, a diferencia de en Cataluña, la opinión pública vasca actuó de freno al aventurerismo.

Si en la opinión pública vasca el freno fue la pluralidad, en la española lo puso la unanimidad. El nacionalismo catalán ha hallado cierta dosis de comprensión en el sector más progresista de la opinión pública del resto de España. En ello ha influido el doble hecho de que el partido que gobierna sea el Popular y que lo tenga que hacer en una situación de extremo descontento, tanto en razón de la crisis económica que le ha tocado gestionar como por la corrupción y el descrédito en que ha caído la política. En tal coyuntura, resulta difícil que el sector progresista de la opinión pública manifieste una adhesión sin fisuras a la postura que está adoptando Rajoy en el asunto catalán, máxime cuando ha dado muestras de incompetencia en el abordaje del problema y la oposición ofrece alternativas más contemporizadoras.

No ocurrió así en el caso de Ibarretxe. La derecha, entonces en la oposición, encontró en el rechazo frontal a las tesis del lehendakari su hábitat natural, mientras que a la progresía no le resultó nada incómodo alinearse con su más claro referente, el presidente Zapatero, pese que no le ofreciera al lehendakari más flexibilidad que la de rechazar en el Congreso la mera toma en consideración del plan e interponer ante el TC un recurso que frenara en seco la consulta. Lo que Rajoy ofrece hoy a Mas. Muchos habrá, por ello, que se sonrojarían al repasar la hemeroteca y comparar lo que entonces escribieron sobre Ibarretxe con lo que ahora escriben sobre Mas.

JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO – 23/11/14