CARMEN MARTÍNEZ CASTRO-EL DEBATE
  • Al líder socialista se le acaba el espacio para seguir huyendo hacia adelante y empieza a ver que el famoso muro con el que arrancó la legislatura es en realidad el fondo del callejón sin salida donde se ha metido

Hoy se cumple una semana de su derrota electoral, pero Pedro Sánchez ha organizado tantos escándalos en siete días que casi ha conseguido que se nos olvide su fracaso en las urnas; solo sus ojeras delatan lo mal que ha encajado el resultado de las mismas.

Al líder socialista se le acaba el espacio para seguir huyendo hacia adelante y empieza a ver que el famoso muro con el que arrancó la legislatura es en realidad el fondo del callejón sin salida donde se ha metido. Su estrategia política basada en las alianzas con la ultraizquierda y el independentismo está llegando a su límite. A unos socios los ha vampirizado tanto que ya no le son suficientes y a otros los ha fortalecido demasiado para sus intereses. Apostó por camuflar sus derrotas electorales instalando la política española en una dinámica de bloques y la realidad tozuda viene a demostrar que su bloque mengua de forma sistemática elección tras elección.

Como es habitual en él, no se ha visto ni un asomo de autocrítica ni un mínimo propósito de enmienda. Sánchez encaja las derrotas con arrebatos de ira contra todo lo que se le pone por delante: los jueces, los periodistas o su propio partido, porque pretender culpar a los dirigentes de Madrid o de Andalucía del fracaso de la brillante estrategia del «Free Bego» suena más a ajuste de cuentas y purga interna que a cualquier otra cosa. Por más que aplaudan a Sánchez en cada una de sus derrotas, los dirigentes socialistas saben que es imposible que puedan ganar las elecciones en Andalucía, Extremadura, Galicia, Valencia o Madrid mientras el partido se está cargando día a día los principios de igualdad y de solidaridad entre españoles. Sánchez puede desgañitarse clamando contra el fantasma de la ultraderecha, pero los españoles parecen bastante más preocupados por la factura exorbitante que nos cuesta su permanencia en Moncloa.

Esta misma semana, los pocos presidentes autonómicos que le quedan al PSOE y todos los del Partido Popular han recibido con alarma el anuncio de María Jesús Montero de ceder a Cataluña esa financiación especial que los nacionalistas llevan años reclamando y nunca habían conseguido. Adiós a la solidaridad interregional y hola al abuso. Set y partido para el independentismo, que consigue que el golpe de 2017 les haya salido a devolver. Sus condenas han sido borradas con la ley de amnistía y además se les premia con el pacto fiscal venían exigiendo desde 2012.

A pesar de todo ello cualquier esperanza de estabilidad en el Gobierno es una pura quimera. La legislatura ha colapsado en cuestión meses porque nunca debió haber echado a andar. Hoy Sánchez está mucho más débil que hace un año, sus socios lo saben y han decidido hacer de cada pleno una orgia de extorsiones. A mayores cesiones mayor es la avería en las expectativas del socialismo.

No hay presupuesto, no hay estabilidad, no hay reformas ni hay más proyecto que aguantar un poco más en el poder arrastrando una cadena de escándalos y arbitrariedades que se hace más larga y pesada cada día. Ahora sí; ahora es cuando a Sánchez sí se le ha puesto cara de no poder dormir por las noches.