Las víctimas de ETA seguirán sufriendo

EL CORREO 11/03/13
PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO PROFESOR DE HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO EN LA UPV-EHU

Aquí tiene un buen motivo de preocupación, el más importante sin duda, si quiere darle sentido a su cargo, quien será responsable en este ámbito de actuación dentro del nuevo organigrama del Gobierno vasco, Txema Urkijo, y tal como él mismo lo reconoce en sus últimas declaraciones en prensa. Confía en que hay muchas víctimas que «son conscientes de que para que todo esto tenga un final les va a tocar sufrir un poco y va a haber cosas que no les van a gustar» pero, en todo caso, lo vivirán como algo pasajero y que cambiará a mejor. En cambio hay otras víctimas, dice, que el final del terrorismo «lo viven como un drama o algo traumático», porque «valoran de manera desproporcionada hechos concretos» y sobre las que se ejerce una «amplificación interesada por parte de instancias políticas».

Toda la trayectoria política de Txema Urkijo ha contribuido, con afán, a diluir la presencia de las víctimas de ETA

Estas dos clases de víctimas viven su pena y buscan su consuelo de modo distinto, pero ambas tienen en común que siguen sufriendo, sea de modo transitorio o permanente. ¿Y por qué, cabe preguntarse con Txema Urkijo, una vez que ETA lo ha dejado para siempre? También el responsable del Gobierno vasco nos da la respuesta: «Muchas tienen la sensación de que ETA se ha salido con la suya». Pero es que esa sensación, señor Urkijo, responde a una realidad: quienes justificaron hasta ayer a esa organización armada campean hoy en la vida vasca de modo manifiesto y hasta apabullante en muchos ámbitos.

Hay una diferencia cualitativa de entrada, en el nuevo Gobierno vasco, respecto al tratamiento de las víctimas en anteriores etapas, y es que ya no está Maixabel Lasa, que sí era víctima y eso le daba autenticidad a su tarea. Los que están ahora, los nuevos y los que continúan, han vivido ‘el conflicto’ como espectadores, pero no desde la encarnadura que da ser víctima del terrorismo. Para colmo, el nuevo máximo responsable de la flamante Secretaría de Paz y Convivencia, dependiente de Lehendakaritza, procede directamente del mundo de los victimarios, de los que produjeron esas víctimas a las que ahora tratará, suponemos, de confortar.

En 2001, cuando Txema Urkijo accedió a la dirección de Derechos Humanos del Gobierno vasco, acabábamos de padecer una horrenda etapa, otra más, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997 y el subsiguiente Pacto de Lizarra en 1998 que excluía a socialistas y populares, al tiempo que Ibarretxe conformaba su primer Gobierno, con apoyo en el Parlamento de la izquierda abertzale y con Josu Ternera en la Comisión de Derechos Humanos. Tras un año 2000 de paroxismo exterminador (Buesa, Lluch, Korta, López de la Calle, Jáuregui: ese año cayeron 23 en total), el nacionalismo tuvo un tímido gesto compasivo con el nombramiento, para llevar la Oficina de Atención a las Víctimas, de la viuda del último de los cinco citados.

Txema Urkijo en la dirección de Derechos Humanos subvencionaba asociaciones pacifistas como Gesto por la Paz, de la que procede él mismo, o Elkarri, de la que procede su superior jerárquico ahora, así como todo tipo de colectivos de víctimas de violencia de género, de discriminación sexual, de violencia familiar, etc. En 2005 pasó ya a trabajar junto con Maixabel Lasa, dentro de la Oficina de Víctimas. Continuó luego con el Gobierno de Patxi López en 2009 e integró entonces, además, la comisión de valoración de víctimas de la violencia policial, puesta en marcha por el Gobierno vasco socialista y donde coincidió con la tercera integrante principal de la nueva estructura de Paz y Convivencia de Urkullu, Mónica Hernando.

Esa comisión evaluadora de las víctimas vascas de la violencia policial está pendiente de ser reactivada en breve por el lehendakari, constituyéndose así en hijuela autóctona de la llamada ‘política de la memoria’, tan querida por los gobiernos de Zapatero, cuyo propósito fue aplicar la piqueta al esforzado consenso que inició la Transición a la democracia en España y descargar toda la responsabilidad de la Guerra Civil y la Dictadura en los sublevados, eximiendo o disculpando a quienes pretendieron, bajo el paraguas legal de la República, implantar la revolución comunista y anarquista en España. La intención política de esta operación memorística consiste en responsabilizar a la derecha actual de su antepasada franquista, como si las ideologías tuvieran vida propia y no fueran los individuos los que en cada etapa histórica las conforman y definen.

Toda la trayectoria política de Txema Urkijo ha contribuido por tanto, con afán, a diluir la presencia de las víctimas de ETA, mediante el acopio de víctimas heterogéneas: las de la represión ilegal de los cuerpos de seguridad del Estado, tanto en el anterior régimen franquista como en el actual democrático, las de violencia de género y a menores en el ámbito familiar, las de discriminación sexual, así como las de la Guerra Civil y la dictadura, que incluyen las del bombardeo de Gernika o las de la cárcel de mujeres de Saturraran, respectivamente.

En todos esos ámbitos Txema Urkijo es un consumado experto y se valdrá de ello, sin duda, para no considerar a las víctimas de ETA como el resultado mortífero de un odio planificado contra la presencia de España en el País Vasco: las víctimas de ETA son políticas, porque para ETA representaban a España, al franquismo y a la imposición. Pero el franquismo no fue un régimen impuesto por España en Euskal Herria, sino que fue toda una parte de Euskal Herria misma la que luchó denodadamente por implantarlo. Por tanto el error de ETA, y de quienes la han apoyado, ha sido colosal y es la única fuente de la desgracia que cayó sobre este país durante los últimos cincuenta años. No vale «necesitamos la paz», como quien necesita unas vacaciones: las víctimas de ETA necesitan un reconocimiento oficial que contemple la evidencia histórica y política de la profunda injusticia cometida con ellas.