Le Monde se interesa por la desaparición de Jon Anza

La desaparición del etarra Jon Anza el 18 de abril en Francia apenas ha despertado la atención de los medios de comunicación españoles. No así en Francia, donde el prestigioso diario Le Monde le ha dedicado un análisis: “…La familia se inclina cada vez más hacia “un secuestro que habría acabado mal”, una “convicción” reforzada por un artículo publicado el 2 de octubre en Gara. Citando “fuentes fiables”, el diario vasco afirmaba que el etarra habría sido “interceptado” en el tren por policías españoles, sometido a un interrogatorio ilegal y enterrado en territorio francés…”

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Una extraña desaparición

Su nombre circula por todo el País Vasco francés. Su rostro ha estado expuesto en decenas de posters pegados en las paredes. Jon Anza Ortúnez, de 47 años, desapareció inesperadamente sin dejar rastro cuando estaba en la región de Bayona. La organización independentista vasca ETA, que se encuentra en la lista de organizaciones terroristas de la Unión Europea, lo reconoció como miembro. Una primicia. Y acusa a la policía española de haberlo secuestrado.

Un colectivo de militantes y simpatizantes se puso en marcha. Tenía que organizar, el viernes 18 de diciembre, exactamente nueve después de esta inexplicada desaparición, una reunión pública en París.

El 18 de abril, por la mañana temprano, Jon Anza coge el tren en Bayona para ir a Toulouse, donde espera pasar unos días “en casa de unos amigos”. Maixo, su compañera, le llevó a la estación y se marchó antes de la salida del tren. Ella no sabe en casa de quién va a estar, no tiene un número en el que localizarle. “Me iba a llamar cuando volviera”. Pero, desde entonces, sin noticias.

El 15 de mayo, la familia y los amigos de Jon Anza deciden hacer pública su desaparición en una rueda de prensa y advierten a la justicia. La fiscalía de Bayona inicia una investigación para “buscar las causas de una desaparición inquietante” e implica a la policía judicial de Bayona.

Tres días más tarde, en un comunicado fechado el 18 de mayo, publicado el 20 por el diario vasco español Gara, la ETA reivindica la pertenencia de Jon Anza a la organización. Esto provoca la apertura de una segunda investigación, preliminar, por parte de la fiscalía de París por “asociación de malhechores en relación con una organización terrorista” y “financiación del terrorismo”. Porque, con un lujo de detalles que deja atónica a la policía francesa, la organización independentista revela que tenía una cita con Jon Anza el 18 de abril para que él les entregara una gran cantidad de dinero – sin especificar el montante.

A continuación, la ETA asegura que el militante era conocido por las autoridades francesas y facilitan una prueba: sus huellas, afirma, se encuentran en el material encontrado por la policía el 16 de noviembre de 2008 en el “zulo” (agujero, escondite) del bosque de Saint-Pée-sur-Nivelle, a pocos kilómetros de San Juan de Luz. Por lo tanto, esas huellas todavía no han sido “analizadas”, según la policía. Rápidamente, ésta verifica y constata, estupefacta, que las huellas dactilares que aparecen en un manual de lucha armada en lengua vasca se corresponden efectivamente con las del desaparecido.

Ciertamente, Jon Anza era conocido. Natural de San Sebastián, se había establecido en Francia en 2004 después de haber pasado 20 encarcelado en España. Miembro de la ETA, dirigía el comando Lau Halizea responsable, según las autoridades españolas, del asesinato de un policía. Condenado el 20 de febrero de 1982, había sido puesto en libertad el 18 de octubre de 2002. Pero para la policía francesa, que raramente vigilaba a este hombre, no estaba ya en activo, ya que desde 2008 además sufría un cáncer que le afectaba al nervio óptico. “No veía a más de tres metros”, recalca su compañera. Jon Anza seguía un tratamiento duro con muchos efectos secundarios, que le afectaban especialmente al peso. No tenía que haber faltado a su cita del 24 de abril en el hospital.

Entonces se iniciaron las investigaciones. Todos los hospitales, todos los cadáveres no identificados fueron revisados. Las investigaciones sobre la tarjeta de crédito de Jon Anza, su pasaporte, su tarjeta sanitaria, no aportaron nada. La policía por una parte, los amigos constituidos en “brigadas” por otra, repitieron, a la misma hora, el mismo día, el recorrido Bayona-Toulouse en tren, interrogaron a los habituales y distribuyeron octavillas de búsqueda.

La fiscal de Bayona, Anne Kayanakis, hizo que un helicóptero sobrevolara la línea ferroviaria. En vano. “No parece que la policía esté buscando, estoy realmente perpleja” admite la fiscal. “Hemos agotado todas las pistas lógicas” afirma Maritxu Paulus-Basurco, abogada de la familia. Los parientes excluyen el suicidio. “habría dejando una explicación, lo hubiera hecho bien”, resalta Anaïz Funosas, portavoz de Askatasuna, una asociación de ayuda a los prisioneros vascos de la que formaba parte Jon Anza. “Es un hiperpositivo”, afirma su compañera.

Otra hipótesis adelantada ante la prensa española por el ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, pero rechazada por sus familiares: habría sido la propia ETA la que puso a la policía sobre la pista de Jon Anza, que se fue con el dinero. “Habría sido estúpido y Jon no es ningún estúpido” se rebela Maixo. La compañera de Jon Anza, con quien convivía desde hace dos años y que conocía su pasado, aseguró a los investigadores que le preguntaron en dos ocasiones desconocer la continuación de su compromiso con la ETA.

La familia se inclina cada vez más hacia “un secuestro que habría acabado mal”, una “convicción” reforzada por un artículo publicado el 2 de octubre en Gara. Citando “fuentes fiables”, el diario vasco afirmaba que el etarra habría sido “interceptado” en el tren por policías españoles, sometido a un interrogatorio ilegal y enterrado en territorio francés. “Hoy, ésta es la única explicación que la familia considera posible”, defiende Paulus-Basurco. Puestos en contacto con Gara, no añade nada más.

Acusando a los policías españoles, la ETA despierta el recuerdo de la “guerra sucia” de los 80, cuando los siniestros Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), parapoliciales, perseguían y mataban a miembros de ETA en territorio francés. El tema sigue siendo delicado en el País Vasco. El día de la aparición del artículo de Gara, la fiscal reaccionó invitando a declarar a quien quisiera hacerlo, incluso de forma anónima. Un llamamiento que hasta ahora no se ha tenido en consideración. “No tengo elementos que acrediten la pista de un secuestro de la policía secreta, pero no se puede excluir nada” comenta Kayanakis que solicitó la cooperación judicial española por medio del magistrado de enlace a la embajada de Francia.

Desde hace unos años, la cooperación franco-española sobre ETA se ha ampliado considerablemente. Se crearon equipos comunes de investigación, tanto de policía judicial como de información. Después del asesinato de dos policías españoles que circulaban en un vehículo camuflado del ministerio de Interior francés en diciembre de 2007 en Capbreton, se dio otro paso. Desde entonces, los policías españoles pueden actuar armados en territorio francés, en colaboración con sus homólogos franceses. “Es una cooperación ejemplar”, subraya el comisario Loïc Garnier, jefe de la unidad de coordinación de la lucha antiterrorista (UCLAT) cuya organización dispone de dos funcionarios españoles permanentemente. Para él, la implicación de la policía española en la desaparición de Jon Anza “está completamente excluida”.

Sin embargo, unos meses antes sucedió un hecho inquietante. El 11 de diciembre de 2008, otro refugiado español, Jon María Múgica Darronsoro, presentó una denuncia después de haber sido secuestrado en la localidad de Saint-Palais y retenido durante varias horas por cuatro individuos que se presentaron como policías franceses. Expresándose en castellano, sus interlocutores habrían presionado a Múgica para “colaborar” haciendo referencia a su hija, en prisión en Madrid. La actuación judicial sigue abierta. Hasta ahora, la policía francesa ha seguido la pista de cuatro teléfonos móviles españoles.

Isabelle Mandraud, LE MONDE, 3/12/2009