Lecciones de Ucrania

JOSEBA ARREGI, EL MUNDO 20/03/14

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· El autor sostiene que Europa acierta al defender que no se desintegren los Estados y se remuevan las fronteras.
· Subraya que la democracia consiste en proteger el pluralismo y la diversidad de tradiciones y sentimientos.

El músico vascofrancés Maurice Ravel orquestó la obra de piano del compositor ruso titulada Cuadros de una Exposición, un conjunto de 15 piezas pequeñas que terminan con la que lleva el título de Gran Puerta de Kiev en la que el músico celebra la entrada a la antigua ciudad rusa de Kiev.

El historiador Tony Judt repite en muchas de sus obras la idea de que la relación de Europa occidental con Europa central, y sobre todo, con Europa oriental está sustentada en la ignorancia de esa Europa oriental, de su historia y de sus complejidades, por la tendencia a leerla con los criterios extraídos de la propia historia occidental.

Los medios de comunicación nos han acercado los graves problemas que han surgido en Ucrania debidos a la voluntad de una parte de la población ucraniana de entrar en relaciones de asociación con la Unión Europea y la oposición de Putin y de su gobierno, que no han dudado en utilizar todo tipo de presiones, financieras y energéticas, para impedir que Ucrania salga del círculo de control de Rusia. Todo ello ha conducido a la destitución del presidente electo, Yanukovich, a la ocupación de la península de Crimea por tropas rusas y al referéndum en este territorio para pedir la incorporación al Estado ruso.

Occidente, con los matices entre la postura de EEUU y la de Europa a los que ya estamos acostumbrados, ha denunciado la ilegalidad de la ocupación de Crimea y del referéndum. Rusia, por su parte, constata la ilegalidad de la deposición del presidente Yanukovich, pues según la Constitución ucraniana de 2004, ello sólo es posible si el propio presidente dimite, o si se convocan nuevas elecciones adelantadas para elegir nuevo presidente. Lo mismo piensa alguno de los padres de la Constitución ucraniana.

Más de un comentarista español dice que lo que ha sucedido en Kiev con la deposición del presidente electo no es un golpe de Estado –como pretende Rusia–, sino una revolución llevada a cabo por los miles y miles de ciudadanos reunidos en la plaza principal de Kiev. Pero si este argumento vale para Kiev, es probable que valga también para Simferopol, en Crimea, o para cualquier ciudad en la Ucrania oriental. En estos casos ayudados por tropas rusas, y en Kiev, ayudados por nacionalistas radicales.

Escuchando a algunas personas en el oriente ucraniano, o en Crimea, llama la atención que haya jóvenes que afirmen que sus padres y sus abuelos eran ciudadanos no rusos, sino soviéticos. Parece que la memoria de Ucrania como república soviética no ha desparecido del todo entre la población, que recuerda no sólo a Lenin, presente en sus estatuas, sino al propio Krutschev, que anexionó por decreto Crimea a Ucrania; o a Brezhnev, formulador de la doctrina que lleva su nombre y que limitaba radicalmente la soberanía de los países aliados de la URSS.

Pero estos jóvenes, sus padres y abuelos ocultan en su memoria los millones de muertos por la hambruna impuesta por Stalin en Ucrania. Y ocultan también la deportación de los tártaros de Crimea a Siberia, diezmando su población. Como también se olvida en Ucrania que hubo muchos que vieron en la invasión nazi una oportunidad de conseguir una Ucrania independiente, y lograr así la libertad frente a rusos y soviéticos. Todos ellos omiten también que esas tierras ucranianas, junto con las de Bielorrusia y Polonia, en una franja que va desde Vilna –en Lituania– hasta Sebastopol –en el Mar Negro–, fueron tierras en las que los judíos fueron perseguidos durante siglos, donde se formó el término progromo, que significa la concentración de los judíos de una población en la plaza del pueblo para someterlos a burla, escarnio, apaleamiento y muerte o expulsión. Y en fin, olvidan así mismo, que fue en esas tierras –no directamente rusas ni alemanas–, ocupadas por Stalin y Hitler, en las que se produjo el mayor baño de sangre de la historia. Porque, como dice Timothy Snyder, ni Hitler ni Stalin mataron en sus propios territorios, sino en estas tierras fronterizas entre dos imperios, a los que el historiador llama Bloodlands, tierras bañadas en sangre.

Es bastante manifiesto que lo que está en juego en Ucrania es, una vez más, la delimitación de fronteras entre esferas de influencia: las de la Europa occidental por un lado –y con ella las de Occidente– y las de la Rusia residual tras la implosión del imperio soviético. Los países que antaño cayeron bajo la influencia de la Unión Soviética siguiendo la marcha victoriosa de sus soldados, vieron llegada la hora de la segunda liberación –esta vez del imperio soviético– mirando hacia Occidente. Se sentían atraídos por la cultura democrática y liberal europea y necesitaban además la protección de Europa y de la OTAN frente a una Rusia que no ha terminado de encontrar su papel tras la pérdida de parte del imperio que le era propio como Unión Soviética. Y estos países del este de Europa, a los que también pertenece Ucrania, no han olvidado que fue el propio Stalin quien transformó la participación de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial en la gran guerra patriótica de los rusos contra los alemanes.

En este juego de historias y tradiciones complejas, de territorios con pocas fronteras fijas, de poblaciones plurales en lengua y en sentimiento de pertenencia, de memorias, olvidos y ocultaciones, de legalidades manejables al antojo de los intereses de parte, conviene no dejar de lado las cuestiones que importan, y que importan desde una perspectiva democrática. En ningún lugar mejor que en estos territorios adquiere su verdadera significación la definición de democracia como gestión del pluralismo. Cuando unos y otros recurren a la voluntad popular como única fuente de legitimación del poder, y cuando con papeles cambiados el recurso a la legalidad se convierte en segundo plato de la legitimación del poder, es el momento de recordar que la democracia es el intento por responder a la heterogeneidad social sin caer en la tentación de reconducirla a una homogeneidad impuesta.

CUANDO LAStradiciones son plurales, contrapuestas, entrelazadas, y cuando las memorias están entretejidas de olvidos y ocultamientos, cuando las fronteras han sido movidas por interés de los vencedores de las guerras, de aquí para allá, provocando grandes movimientos poblacionales, la idea de democracia como gestión del pluralismo, como organización de la complejidad histórica, de la complejidad social, de la complejidad de sentimientos de pertenencia y de culturas y lenguas diversas se recomienda el recurso a la legalidad como el mejor sistema de organizar el poder. Parafraseando a Churchill: lejos de la perfección, lejos de la homogeneidad utópica, lejos de los sueños imperiales y lejos de la pureza de la voluntad popular, pues todo ello normalmente conduce a que haya víctimas de lado y de otro, y sobre todo, conduce a que haya víctimas seguras provocadas por ambos lados.

No es casual que la comunidad judía en Ucrania esté asustada en estos momentos tras el llamamiento de los nacionalistas ucranianos a hacer pagar sus males a los que llaman «agentes de la Inteligencia rusa», provocando que los principales rabinos recomienden a los judíos que emigren a Israel. Tampoco es casualidad que en Crimea vuelvan a ser los tártaros los que se encuentren en posición de mayor debilidad y expuestos a ser, de nuevo, víctimas de la lucha de intereses políticos.

Probablemente es correcta la línea política que mantiene en este conflicto la Unión Europea, una línea de no remover fronteras, de no desintegrar unidades estatales, de no alimentar sueños imperiales perdidos. Pero a esa corrección de la línea política europea debiera pertenecer también, y con todo el ahínco necesario, recordar a unos y otros, incluidas las autoridades ucranianas, que la protección del pluralismo lingüístico, del pluralismo social, del pluralismo de tradiciones y sentimientos de pertenencia bajo la primacía de los derechos ciudadanos y de las libertades ciudadanas es la razón de ser de la democracia europea y occidental, y que Europa nunca puede apoyar nada que se aparte de esa línea. Es una línea roja sin la cual Europa pierde su sentido.

Joseba Arregi fue consejero del Gobierno vasco y es ensayista y presidente de Aldaketa.

JOSEBA ARREGI, EL MUNDO 20/03/14