Lenin para jóvenes

JOSÉ FÉLIX PÉREZ-ORIVE CARCELLER – ABC – 14/05/16

· Cien años después de la revolución de octubre, deberíamos los demócratas en estas elecciones dar sepultura definitiva a Lenin. Recordemos esto a los jóvenes: los leninistas buscan que el odio, la revancha y lo horrible os parezcan normales, pero bastante dura es ya la normalidad como para encima empobrecerla.

En Shanghái, en la casa museo de Chu En-lai (primer ministro de Mao), sita en el distinguido quartier francés, le preguntan a su joven encargada si conoce quién fue Chu Enlai; ella contesta que no, que está allí para mejorar nota. Lo cual permite deducir que si la joven ignoraba que Mao y Chu masacraron a sus abuelos, siguiendo las enseñanzas de Lenin, aún con mayor motivo muchos jóvenes españoles pueden no conocerlo. La razón de resucitar a Lenin viene a cuento porque sus herederos, los señores de Podemos, pretenden vendernos su momia cérea con monsergas de posmodernidad, y para no caer en el timo de la burra vieja, hay que dedicar al tema unos minutos.

Lenin, padre de la revolución rusa y fundador de la URSS, enfatizaba que en la democracia «cada cuatro años se cambiaba de tirano». Como no deseaba parecer un déspota más, presentaba su candidatura bajo el paraguas de «el pueblo» o «la revolución»; conceptos a los que los dictadores transfieren la soberanía de los ciudadanos, para controlar sus movimientos. «Salvo el poder todo es ilusión», explicaba Lenin, prioridad que ha postergado su interés por los necesitados. En la concepción leninista los desahucios, la renta básica, la electricidad subvencionada son medios y nunca fines en sí mismos.

A tal efecto se recordará cómo Podemos, en su oferta de coalición al PSOE, pretendía una vicepresidencia plenipotenciaria y no la tutela de los asuntos sociales. Entre sus objetivos programáticos no figura que los tres millones de españoles que con la crisis han dejado de ser clase media, según la Fundación BBVA, vuelvan a serlo. Y no lo quieren, porque ese día se acabaría Podemos.

Algo que ha distinguido a los leninistas es su obsesión por dominarlo todo, empezando por establecer un nuevo lenguaje: la casta, los círculos…, les suena, ¿verdad? Lo confirmaba Stalin: «El arma más importante del control político es el diccionario». Saben que una vez se asimilan los nuevos verbos ya nada es igual: los sindicatos del pueblo no pueden convocar huelgas contra sí mismos; o la Policía revolucionaria reprimir manifestaciones de indignados, porque la indignación es vieja política y como vocablo ha sido ilegalizado.

Otro dato de su comportamiento es la lucha contra las clases medias que subsisten o el empresariado. No aspiran a requisar dinero al rico para dárselo al pobre, como de forma aviesa pregonan. Buscan arrebatarles el poder que ese dinero les permite. Agreden al capital o a los buenos profesionales para que se vayan o se paralicen, malogrando su optimismo económico o las ganas de innovación; excusa que les servirá más tarde para culparlos de la ineficacia de su sistema igualitario, de los supermercados vacíos o del corralito financiero.

Al podemita le obsesiona deshacerse de sus afines, sean estos los dubitativos del PSOE, los pobres de IU o disidentes de su propio partido, como hizo Lenin con mencheviques y socialistas. Les obliga a ello su contradicción interna de tener que elegir entre el férreo control del poder que ambicionan y la promesa de consultar a sus bases como forma democrática para llegar hasta él. Así que los más honestos, y como en todo colectivo los hay, suelen ser los primeros defenestrados, ustedes lo verán. Explicado en lenguaje para niños, los buenos les llevan al poder, y los malos lo detentan.

Una vez en el poder, el leninista se blinda contra sus propios códigos éticos, que nunca cumple, con reglas no escritas que causan grima. La primera es que, hagan lo que hagan, no hay que dimitir jamás (fíjense en cómo se han defendido sus concejales y concejalas en el Ayuntamiento de Madrid). Una segunda es que, enfrentados ante la peor de las evidencias incriminatorias, niegan o protestan los hechos probados (los papeles de Chávez o las sentencias de algunos tribunales que solo respetan cuando les favorecen). Por último, una vez conquistado el poder, como en el caso de Venezuela, si perdieran unas nuevas elecciones, entonces los comicios se motejaríán de ilegales por «haber confundido al pueblo». Todo se subordina a una idea de dominio hegemónico. A ver si no: un edil comunista acaba de decir que en España «sobran» diez millones de ignorantes.

Ahora bien, cuando un sistema que acumula tanta miseria precisa depurarse, las purgas devienen tragedias. Lenin fusiló a los zares y a sus hijos, Stalin asesinó a su rival Trotski, Kruchef a Beria, Fidel Castro al general Ochoa, y el grotesco líder norcoreano atomiza a cañonazos a cuantos ministros ve soñolientos en sus discursos. Traducido a nivel nacional, la progresista y pacífica China atacó a la progresista y pacífica Vietnam, y esta invadió a la pacífica y progresista Camboya, cuyo amor hacia el pueblo terminó en un horrendo genocidio patrio de tres millones de personas a manos de los jemeres rojos; este es, por cierto, un hecho recurrente: las guerras nunca son entre democracias.

¿Por qué ya no se llaman comunistas o leninistas? Porque la pobreza que dejaron donde estuvieron les es tan adversa que es mejor olvidarla. Cuando se abre la nevera y solo quedan dos huevos duros hasta final de mes «acaban de toparse con el socialismo real», relata con valentía Leonardo Padura, premio Príncipe de Asturias, residente en La Habana. Cierto, en estos sistemas las enfermedades más comunes lo son por falta de buena alimentación. Claro que, si escasea la comida, entonces su mito de la medicina pública es un sarcasmo.

Hace muchos años en Moscú hice cola cerca de diez minutos a 14 grados bajo cero para visitar la momia de Lenin. Su perilla pelirroja estaba cuidada como si hubiera salido hacía un rato de la barbería. Delante de mí iba una anciana que se santiguó confundiéndolo tal vez con el brazo incorrupto de Santa Teresa. Eran otros tiempos. La realidad es que en la Rusia de hoy todos los partidos se quieren deshacer de los restos de Lenin y de sus orejeras ideológicas. Sería chocante que a estas alturas nosotros las adquiriéramos para exhibirlas en la Puerta del Sol. Claro que no sé si hay motivos para tanta alarma. La mayoría de la gente en apuros no es tonta, a veces se le va la olla y vota «cabreo», pero cuando sueña no se pierde por meandros dialécticos: quiere ir a Alemania.

Cien años después de la Revolución de Octubre, deberíamos los demócratas en estas elecciones dar sepultura definitiva a Lenin. Recordemos esto a los jóvenes: los leninistas buscan que el odio, la revancha y lo horrible os parezcan normales, pero bastante dura es ya la normalidad como para encima empobrecerla.

JOSÉ FÉLIX PÉREZ-ORIVE CARCELLER ES ABOGADO – ABC – 14/05/16