NICOLÁS REDONDO TERREROS-ABC

  • En este momento de esperanza e ilusión los españoles deberíamos preguntarnos si merecemos que un expresidente del Gobierno, antiguo secretario general del PSOE y talismán de la nueva generación política de socialistas nos desprestigie apoyando sin escrúpulos a Nicolás Maduro

Soy nieto e hijo de personas que lucharon por la libertad y la democracia en España, tal vez condicionado por esa herencia rechazo instintivamente las dictaduras de derechas… y de izquierdas también. Creo profundamente que la libertad individual es tan importante como la voluntad de conseguir niveles de igualdad suficientes, y justamente, la difícil convivencia de esos dos principios básicos diferencia a los socialdemócratas de otras perspectivas totalitarias de la izquierda, que desprecian la libertad individual y nunca han conseguido los niveles de igualdad de las sociedades libres. Actualmente, donde mejor se ven estas diferencias categóricas, que empiezan a ser evidentes también en los países ricos de Occidente debido a la crisis de las democracias representativas, es en Venezuela. En el país donde nació Bolívar los ciudadanos volverán a mostrar sus ansias de libertad y democracia, porque tendrán que elegir entre los principios, y por lo tanto su dignidad, y la dictadura, que representa inequívocamente Nicolás Maduro, a pesar de todas los intentos de sus sicarios por limpiar su imagen, algunos dentro de la nación iberoamericana y otros, muchos, fuera.

Escribía Kelsen: «No se puede decir qué es la justicia absoluta. Debo contentarme con una justicia relativa… esa justicia se encuentra en aquel ordenamiento social bajo cuya protección puede prosperar la búsqueda de la verdad. Mi justicia es la de la Libertad, la Democracia y la Tolerancia». En Venezuela la libertad fue sustituida hace tiempo por un régimen que tapa bocas, cierra rotativas y reprime manifestaciones contrarias al poder, la democracia por un régimen basado en el autoritarismo cleptómano y la tolerancia por una división clara entre los bolivarianos (protagonistas de todos los beneficios de aquel decrépito Estado ) y los que no lo son (duramente castigados por la nomenclatura autoritaria). En esas circunstancias es imposible, bajo ese régimen despótico, acceder a esa verdad que nos dignifica como ciudadanos, personas libres e iguales ante la ley.

Y, sin embargo, los venezolanos han mantenido empecinadamente su lucha por la libertad y la democracia en su país. No les ha importado la soledad con la que han desarrollado su lucha, la descalificación fácil del ‘socialismo para ricos’, que se ha adueñado de la socialdemocracia europea, ni la represión que han sufrido; tampoco les ha hecho desistir la pobreza inducida que ha provocado el éxodo de millones de venezolanos al extranjero, mientras los acólitos del régimen se enriquecían sin pudor. Por su decidida lucha, y también por la incomprensión de muchos, los venezolanos han escrito las más bellas páginas en defensa de la libertad y la democracia de los últimos años.

Dentro de unos días volverán a demostrar su determinación, superando los obstáculos que Maduro y sus compinches han fabricado para disuadirles de su empeño: represión, amenazas con «baños de sangre», impedimentos burocráticos para obstaculizar que los venezolanos en el exterior, que se cuentan por millones, puedan votar. Efectivamente, Nicolás Maduro se ha empleado a fondo, con la utilización de todos los medios a su alcance, para no perder el poder.

Y por eso en Venezuela nos la jugamos todos los demócratas, no solo los venezolanos. Allí empezó la colonización política de la irredenta extrema izquierda en otros países de América Latina y, posteriormente, en Europa Occidental. Porque fueron Chaves y sus histriónicos herederos el modelo a imitar por «jóvenes y airados nuevos peronistas» como los dirigentes políticos de Podemos (allí hemos visto al inefable Monedero bailando alegremente sobre los exiliados venezolanos, los encarcelados y los asesinados por el régimen).

En este tiempo de oscuridad, que ya supera la década que preveíamos los más optimistas, la derrota de los iliberales, de los autócratas venezolanos, será un soplo de esperanza para todos los que no nos resignamos a vivir bajo tutelas políticas extremas y fundamentalistas. Faltan pocas horas para que los venezolanos decidan, superando los obstáculos y el miedo que utilizan los ‘maduristas’, allí y en el exterior.

Y el tráfago político nacional, que en ocasiones muestra síntomas de imitación a lo que ocurre en Venezuela, no debería impedir que prestáramos la máxima atención a lo que suceda, porque su lucha merece nuestro reconocimiento y porque nosotros necesitamos la victoria de los demócratas venezolanos. Y, justamente, en este momento de esperanza e ilusión los españoles, pero muy especialmente los socialistas, deberíamos preguntarnos si merecemos que un expresidente del Gobierno, antiguo secretario general del PSOE y talismán de la nueva generación política de socialistas, nos desprestigie apoyando sin escrúpulos a Nicolás Maduro. La historia en ocasiones marca a fuego la línea divisoria entre la democracia y el autoritarismo, la libertad y la servidumbre, la dignidad del ciudadano y la resignación del súbdito. Por desgracia, Zapatero está inequívocamente con el autoritarismo, la servidumbre y la resignación de los súbditos. Sólo nos queda saber los grandes motivos que le impulsan a tamaño despropósito político y moral.

Pero sobre todo debemos estar atentos a lo que suceda después de las elecciones. Maduro ya ha amenazado con un baño de sangre si pierden el poder y parece lógico que intente cumplir con su amenaza si tenemos en cuenta cómo quedaría, desnudo, a la intemperie, y todo lo que perdería en el caso muy probable de una derrota. En fin, el lunes, compensando la indiferencia de tiempos pasados, deberíamos estar muy alerta para denunciar el inmenso ‘pucherazo’ o para defender a los ciudadanos que han mantenido las banderas que tanto nos costó enarbolar en España.

Paradójicamente, los valores más íntimos de Occidente en Rusia, Irán y Venezuela, países coaligados por intereses inconfesables, son defendidos de forma protagonista por mujeres. En Rusia, Yulia Borisvna Navalnaya; en Irán, las mujeres que protagonizaron ‘la revolución de los velos’, después del asesinato de Mahsa Amini y; en Venezuela, María Corina Machado. Las tres se han convertido en el estandarte de la modernidad , la democracia y la libertad. ¡Qué lejos su heroísmo, su sacrificio, su ejemplo de aquellas que entre cánticos festivos y ceños fruncidos ‘juegan a estar oprimidas’! Es la diferencia entre el heroísmo y la impostura , el sacrificio y la banalidad , entre los principios y los cuentos ideológicos.