Fernando Savater, EL CORREO, 19/10/12
¿Vamos a convertirnos ahora en los bolivarianos de Europa, como quiere Otegi imitando a Chávez, cuando precisamente lo que pretendía Bolívar era llevar más allá del Atlántico las libertades y garantías ilustradas de los regímenes europeos?
Con aquella mezcla de ironía y amargura tan suya, solía decirme don Julio Caro Baroja en los tiempos de Zorroaga: «Vaya destino el mío, haber sido cuarenta años un mal español para convertirme luego en un mal vasco…». Por supuesto no fue ni antes lo uno ni después lo otro, claro, pero su queja nos resulta sobradamente comprensible a quienes hemos discurrido por caminos semejantes. De modo que ahora no queremos que los más jóvenes deban volver a verse en esos desgarramientos, tan insolubles como estériles. Lo malo no es lo que somos –sobre lo cual no cabe especial orgullo, porque nos lo regalan en la cuna junto a los genes y la historia– sino quienes se empeñan en enseñarnos a serlo, o nos regañan por serlo demasiado o les parece que no lo somos suficientemente.
La famosa declaración del ministro Wert sobre su propósito educativo de «españolizar» a los catalanes, hecha por cierto en el calor del debate parlamentario, no es sin duda demasiado sutil pero tampoco merece la guillotina. Aquí llevamos muchos años oyendo hablar de ‘euskaldunizar’ sin que ninguno de los hipócritas de guardia protestase: ahora nos aseguran que la educación no está para ‘españolizar’, ni para ‘euskaldunizar’, ni para ‘catalanizar’… ¡Qué callado se lo tenían! Después de oír todos los días hablar de euskaldunización como algo estupendo y necesario sin decir ni mu, a la primera que alguien habla de españolizar saltan como resortes gritando contra el sectarismo y hasta el franquismo. Por mi parte, si por ‘españolizar’ entiende el ministro barnizar de españolismo a quienes ya son españoles, por vascos o catalanes, me parece que sobra tal esfuerzo; pero si su sectarismo consiste en combatir la desinformación histórica que convierte en las aulas al País Vasco o Cataluña en algo radicalmente opuesto a España y que sólo se vincula con ella a la fuerza, que cuenta la Guerra Civil como una cruzada fascista de españoles contra vascos o catalanes, que justifica la exclusión de la lengua común del Estado como vehicular en educación o la pone al mismo nivel que otro idioma extranjero, o que transforma una convivencia de siglos en un memorial de agravios… pues entonces sí, admito que pertenezco a la misma secta que el ministro Wert.
La inminente convocatoria electoral es una buena oportunidad para que dejemos claro lo que somos y queremos ser. Los vascos no somos simplemente españoles por resignación histórica, sino que hemos colaborado decisivamente a crear la España moderna. Este reino no sería lo que es sin los escribanos, los pilotos de altura, los capitanes, los misioneros y aventureros en América o Asia, los ilustrados enciclopedistas, los industriales, los legisladores, los líderes republicanos, los pensadores y novelistas… hasta los futbolistas, si ustedes quieres, llegados de Vasconia y mezclados creadoramente con el resto de nuestros compatriotas de España. ¿Por qué habríamos de renunciar mutiladoramente a formar parte de lo que es nuestro porque lo hemos hecho? ¿Por qué avergonzarnos de ser lo que somos y limitarnos a ser artificialmente pequeños cuando podemos ser con los demás naturalmente más anchos y más grandes?
La opción más radical propugna un independentismo tutelado por ETA y guiado por quienes hasta hace poco justificaban sus crímenes y aún se guardan de condenarlos expresamente. ¿Son la mejor compañía política para afrontar el futuro en una Europa unida que acaba de recibir como refrendo de sus valores el premio Nobel de la paz? ¿Vamos a convertirnos ahora en los ‘bolivarianos’ de Europa, como quiere Otegi imitando a Chávez, cuando precisamente lo que pretendía Bolívar –también de origen vasco, por cierto– era llevar más allá del Atlántico las libertades y garantías ilustradas de los regímenes europeos? ¿Debemos creer superiores en patriotismo vasco a quienes hasta ayer legitimaban y celebraban el asesinato de vascos, la extorsión a vascos, el secuestro de vascos? Otegi dice que hay que aprovecharse de que «el Estado es ahora débil». En efecto, el separatismo es una enfermedad oportunista y ataca los organismos políticos con menos defensas, como otros virus maléficos. Pero precisamente han sido las instituciones legales del estado democrático y sus fuerzas de seguridad las que nos han defendido de la ofensiva totalitaria de ETA y servicios auxiliares. Lo que hoy corresponde es consolidar el Estado, remediar sus carencias sociales y económicas, mejorarlo porque es nuestro, como es nuestra España. ¿O vamos a preferir lo que prefiere ETA?
Llegan unas nuevas elecciones y con ellas otra oportunidad de liberarnos e independizarnos de las auténticas tiranías que padecemos, no de las ilusorias: la tiranía del miedo a los asesinos (que nos dicen que no habrá paz completa hasta que no se les conceda todo lo que quieren), la tiranía que nos obliga a ser opuestos al Estado español y a culparlo de todos nuestros males sin reconocer nunca los beneficios económicos y la seguridad que nos aporta y que no existiría sin él, la tiranía de tener que falsificar nuestra historia para complacer a farsantes o delincuentes que han amargado la vida de tantos vascos durante tanto tiempo. Somos libres y queremos seguir siéndolo: demostrémoslo con nuestros votos.
Fernando Savater, EL CORREO, 19/10/12