Libres e iguales

ABC 15/09/14
ESPERANZA AGUIRRE

· Es muy duro tener que luchar por lo que es evidente – y defender la libertad y la igualdad lo es–, pero no es aceptable que, por la desidia de algunos, el conformismo de otros y el oportunismo de muchos, los nacionalismos hayan crecido

EL principal error que, desde la aprobación de nuestra Constitución en 1978, hemos cometido de manera sistemática los partidos españoles de derecha y de izquierda y los ciudadanos españoles de derecha y de izquierda ha sido y es el no haberla valorado como se merece, el no habernos tomado suficientemente en serio la importancia que tiene como salvaguarda de nuestra libertad y de nuestros derechos y el no haberla defendido con la energía necesaria ante los ataques de que ha sido objeto.

Sin memoria « Algunos, no sé si imbéciles o malintencionados, dicen ahora que la Transición y la Constitución se hicieron sin tener en cuenta la Historia reciente de España »

La Constitución de 1978 es heredera de todos los intentos que, desde las Cortes de Cádiz en 1812, hemos llevado a cabo los españoles para crear un marco de convivencia donde esa libertad y esos derechos estuvieran plenamente garantizados. Intentos que, demasiadas veces, acabaron en rotundos fracasos. Como esto lo sabían muy bien los constituyentes del 78, el texto de la actual Constitución fue redactado con el cuidado de no cometer los errores en que habían caído los anteriores intentos de construir ese marco de libertad y paz civil, y con la esperanza y la ilusión de conseguirlo.

La generosidad de casi todas las fuerzas políticas presentes en aquellas Cortes Constituyentes fue la que les llevó a renunciar a las aspiraciones máximas de sus programas para, a cambio, alcanzar los acuerdos más básicos, los que hacen posible, para todos, la convivencia en libertad y la paz civil.

Y los más básicos de todos esos acuerdos son dos. El primero, que, por encima de todo, España es una Nación de ciudadanos libres e iguales. Y el segundo, que nunca más los españoles recurriríamos a la violencia para dirimir nuestras posibles diferencias políticas o ideológicas.

Algunos, no sé si imbéciles o malintencionados, dicen ahora que la Transición y la Constitución (que es su fruto esencial) se hicieron sin tener en cuenta la Historia reciente de España. Son los que, de manera irresponsable y cainita, han querido agitar de forma partidista los recuerdos de los errores y barbaridades de la última Guerra Civil española. Pues bien, se equivocan de medio a medio. Los constituyentes del 78 tuvieron muy presentes las anteriores querellas fratricidas de los españoles (que conocían mucho mejor que los aprendices de historiadores de la llamada «memoria histórica») a la hora de dibujar un marco de convivencia y concordia donde «nunca más» volvieran a repetirse esas querellas.

Y la mejor manera de defender ese marco de convivencia y concordia es, sin duda, mantenerse firmes en hacer de España una Nación de ciudadanos libres e iguales.

El problema es que, desde el primer minuto, los nacionalistas, incluso los que colaboraron en la redacción de la Constitución y la votaron con entusiasmo, han ido dando pasos para conseguir privilegios. Hasta llegar al último paso, que es intentar que la voluntad de unos pocos españoles –los independentistas catalanes– rompan el marco de convivencia de todos y hagan que los españoles dejemos de ser libres e iguales. Si cumplieran sus propósitos no seríamos libres, porque serían unos pocos los que nos impondrían su voluntad. Y, precisamente por eso, también dejaríamos de ser iguales.

A la situación actual se ha llegado por muchas razones, pero, sin ninguna duda, una de esas razones, y quizá la principal, ha sido la desidia del resto de los ciudadanos españoles y de los partidos políticos a la hora de defender, como debiéramos, nuestra Constitución y los dos principios fundamentales en que debe basarse nuestra convivencia: la libertad y la igualdad de todos ante la Ley.

Por eso, que, al margen de los partidos, algunos señalados representantes de la sociedad, entre los que se encuentran destacados intelectuales –con nuestro premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, a la cabeza–, se hayan unido en la firma de un manifiesto para hacer público su compromiso de defender esa libertad y esa igualdad, sin las que no puede haber ciudadanos, me parece una magnífica noticia.

Es verdad que es muy duro tener que luchar por lo que es evidente –y defender la libertad y la igualdad lo es–, pero no es aceptable que, por la desidia de algunos, el conformismo de otros y el oportunismo de muchos, los nacionalismos hayan crecido, gobernado y usufructuado el poder en algunas regiones de España sin que nadie les haya echado en cara que su ideología es la más reaccionaria, retrógrada y antigua del mundo. Lo es porque considera a los individuos como miembros de una raza o de una tribu antes que como ciudadanos libres e iguales. Justo lo que hace esta Constitución nuestra que quieren dinamitar.

Solo nos queda esperar que el ejemplo de estos destacados representantes de la sociedad que han firmado el manifiesto sea seguido también por muchos ciudadanos y que, finalmente, también sea seguido por los partidos políticos democráticos. Se demostraría así que la crisis provocada por los secesionistas ha tenido el efecto benéfico de despertar en los españoles el ánimo de defender, como se debe, el marco de convivencia que tanto nos ha costado construir.