Los asesores

PELLO SALABURU, EL CORREO – 28/06/14

Pello Salaburu
Pello Salaburu

· ¿Quién le indicó que con ese uniforme militar tan mono y lleno de condecoraciones en la pechera daba una imagen mucho más cercana al pueblo?

No sé si es que los asesores del nuevo Rey son incapaces de pulsar otras claves un poco más cercanas a la vida del súbdito medio, o si el problema es más bien que el monarca prefiere ir por su cuenta sin tener demasiado en cuenta lo que aquellos le indican. El caso es que se ha producido ya el cambio. Iba a decir que se ha producido ‘el traspaso de poderes’, pero como todos sabemos que el rey no tiene ningún poder, digamos que se ha producido una especie de donación familiar por parte de su padre. Es lo propio, no debería sorprendernos, de las familias reales. Resulta curioso observar cómo los mismos comentaristas que se empeñan en intentar convencernos de que el Rey apenas manda, que casi no tiene ni siquiera un poco de influencia política, los mismos que se afanan en subrayar que el Rey reina sin gobernar y cosas de ese estilo, analizan con lupa, sin embargo, el discurso inaugural del reinado.

Partiendo de esas premisas, uno esperaría encontrarse con un análisis literario de los discursos reales, o poco más, ya que el poder reside en otras partes. Sin embargo no sucede nada de eso, y el discurso es vuelto a un lado y a otro solo en claves políticas, incluyendo alguna alusión a los atuendos de la Reina: le sobró decir esto y le faltó aquello. Yo no voy a profundizar tanto, me detendré en cuestiones marginales, esas cuestiones marginales sobre las que le deben informar los asesores.

Se me ocurre, por ejemplo, comparar la actitud del nuevo Rey con la de Obama. Bueno, hay diferencias claras, por supuesto: la menor no es que uno sea presidente electo y el otro rey hereditario. Tiene bemoles el tema. Pero no me voy a referir a eso. Viendo la toma de posesión de Felipe VI y recordando lo visto con Obama, lo primero que se me ocurrió fue que el americano parece un civil con mando militar, mientras el otro es más bien, vistas las fotos, un militar con mando civil. No es una diferencia pequeña. ¿Quién fue el asesor que le indicó que con ese uniforme militar tan mono y lleno de condecoraciones en la pechera estaba dando una imagen mucho más cercana al pueblo (perdón por la palabra, en este contexto no se me ocurre otra)? ¿A quién se le ocurre recordarnos también ese día que somos súbditos de un general? ¿Era eso necesario? ¿Por qué el Rey no redujo esa imagen de militar a una recepción privada en algún cuartel?

Estaba fuera de Euskadi ese día en otra comunidad en la que se habían encendido inmensas televisiones en los bares, e incluso había pantallas en las terrazas, en plena calle. Me quedé impresionado –si digo sorprendido me quedo corto—porque nadie, absolutamente nadie, hacía el menor caso. No alcancé a ver a una sola persona que mirase a la televisión en ningún momento. Como digo, no era mi comunidad: era la Asturias patria querida del hasta ese mismo momento Príncipe de ídem. A la hora de comer, la situación era exactamente la misma, nadie del bar hacía el menor caso de una pantalla en la que se veía pero no se oía. Los comensales estaban a lo suyo, entreteniendo su vista con un camarero que escanciaba sidra con mucho salero, al tiempo que metían la cuchara en el pote asturiano.

Al día siguiente estaba comiendo en otra comunidad, Cantabria. El camarero se dirigió a una pareja que estaba en la mesa del al lado: «Soy muy de la selección, pero paso de esta. El único que me da pena es Casillas». Intervine desde nuestra mesa, porque el tema era ya grave y le indiqué que me prestaba gustoso a aliviar la fatal situación del portero a cambio de un cinco por ciento de sus ganancias. Estaba dispuesto a quedarme con ese cinco por ciento y apoquinar al tiempo con un diez por ciento, el doble, de sus penas. El camarero se acercó, y nos soltó: «Sí, y ¡qué me dice usted del gasto de ayer!». Como no acababa de entender a qué se refería, me lo aclaró: «Esas dos mil personas comiendo a nuestra cuenta en Madrid. No hay derecho». Bueno, pues dicho estaba. Las dos únicas reacciones sobre el coronamiento. La desafección es bastante mayor de lo que pensaba.

Como ven, se trata de cosas muy marginales, no tendría ni que haberme fijado en ellas. Pero me pregunto, la verdad, de qué le asesorarán. Leí a la vuelta los resultados de una investigación realizada por la Universidad de Deusto: resulta que lo que menos valoramos los vascos es la Monarquía (1,5), y lo que más la universidad (5,7). Los uniformes militares, las repetidas fotos en los periódicos como rey del Ibex-35, los aforamientos varios («Ya sé que no es necesario, solo lo hago por si acaso, pero seguro que no se dará el caso, faltaría más», aclara Rajoy, mientras el juez imputa a la infanta Cristina) y la habilidad del Felipe VI para dirigirse a sus súbditos en ese día, aunque fuera simbólicamente, en las lenguas del Estado, van a contribuir sin duda a que su figura sea mucho más popular en el futuro. Sirve también para ratificar –sin que nos de un ataque de risa—eso que debe aparecer en alguna parte de la Constitución y que indica que todos somos iguales ante la ley.

Un Rey acostumbrado a hablar en idiomas extranjeros articuló a duras penas, tras citar a cuatro grandes escritores muy poco monárquicos, uno por idioma, un «eskerrik asko» como novedad, en una ceremonia pública, cutre en opinión de algunos y excesiva en opinión de otros, pero dirigida, en cualquier caso y en primer lugar a los ciudadanos que sostenemos la institución con nuestros impuestos. Así se cumple también otro precepto de nuestra Carta Magna: «La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección». El Rey el primero en dar ejemplo. ¿Sobre qué le asesorarán?

PELLO SALABURU, EL CORREO – 28/06/14