Los buitres de ETA

EL CONFIDENCIAL 09/12/14
JAVIER CARABALLO

Los ojos de la asesina han conectado la historia. Surge al principio y vuelven muchos años después para convertir la historia en circular. La primera vez que los vio, Rosa Rodero le dijo a su marido que parecía imposible que una mujer así, con unos ojos así, pudiera ser una terrorista. “¡Cómo una mujer con estos ojos, tan guapa, puede  estar metida en estas cosas!”. Su marido, Joseba Goikoetxea, que era sargento de la Ertzaintza, había llevado a casa algunas carpetas de su trabajo y en una de ellas estaba la foto de Carmen Guisasola, una de las dirigentes del comando Vizcaya.

Goikoetxea buscaba a Carmen Guisasola para detenerla y la banda terrorista buscaba al sargento para matarlo. En medio de esa búsqueda, la belleza de unos ojos como un grito de incomprensión, la mirada aturdida de lo inexplicable. En 1993, Joseba acompañaba a su hijo a la ikastola cuando le salieron al paso sus asesinos. La noticia decía: “Joseba Goikoetxea Asla, de 42 años, sargento mayor de la Ertzaintza, militante del PNV y uno de los hombres fuertes de la policía vasca, fue tiroteado a bocajarro por un joven cuando acompañaba al colegio en su automóvil a uno de sus hijos, que resultó ileso”.

A Carmen Guisasola, como dirigente del sangriento comando Vizcaya, la detuvieron por haber integrado varios comandos de ETA entre 1982 y 1989 y fue condenada en 1994 a decenas de años de cárcel por participar en cuatro asesinatos: un comerciante, un policía municipal, un marinero y un sargento de la Guardia Civil. Hace dos semanas, el 27 de noviembre, Guisasola dejó la cárcel después de haber cumplido 24 años. Después de la prisión, después del arrepentimiento, se reencontró con la viuda del ertzaina que asesinó ETA. Y Rosa Rodero, al verla, se acordó de los ojos, de la fotografía que vio sobre la mesa cuando le contó a su marido que esa mujer, que esos ojos, no podían ser de una asesina.

Hay quien quiere incendiarlo todo, en un bando y en el otro. No hay que dejarse provocar por los chulos que nos desafían al amparo de la banda terrorista con la burla de las víctimas, pero tampoco hay que dejarse guiar por los radicales que propagan una imagen inventada de excarcelación masiva de los etarras

“Por los ojos te he reconocido”, le dijo la viuda a la etarra cuando se vieron, veinte años después, en uno de los programas de reconciliación que propicia la ‘vía Nanclares’. Ella, la presa etarra, reconoció que para el obtener el perdón no es suficiente el arrepentimiento, porque el daño está hecho. Por eso, Guisasola reniega de ETA y pide una autocrítica general de la izquierda abertzale para concluir que el terrorismo nunca tendría que hacer existido. Piensa que no puede haber justificación alguna ni borrón y cuenta nueva. Porque “hay que ser mucho más valiente para salir de ETA que para entrar”.

¿Quién, fuera de ese círculo que encierran los ojos de la etarra, está legitimado para emitir un juicio distinto del de la víctima? ¿Quién puede considerarse autorizado para hablar del perdón de las víctimas? Por supuesto que no todas las historias de ETA, que no todos los asesinos de ETA, no todos los cientos de crímenes cometidos por esa banda terrorista tienen el final de esas dos mujeres, no se cierran con ese círculo novelesco de los ojos de la asesina, pero esa experiencia sirve bien para detenernos un momento en la desmesura continua que se vierte en España sobre el final de la banda.

Hay que detenerse para alertar que hay quien quiere incendiarlo todo, continuamente, en un bando y en el otro. Y que no hay que participar ni dejarse confundir por unos o por otros. No dejarse provocar por los chulos que nos desafían al amparo de la banda terrorista con la burla continua de las víctimas, pero tampoco hay que dejarse guiar por los radicales que, en el otro extremo, propagan la alarma diaria con una imagen inventada de excarcelación masiva de los presos etarras.

El final de la banda terrorista tiene que conducirse por el perdón, como el de la etarra arrepentida Carmen Guisasola. El final de esta tragedia que hemos vivido, de este pasado sangriento, tiene que abrir las puertas al perdón y al arrepentimiento

Son buitres. Unos y otros son buitres y hay que verlos como buitres sobre las víctimas. Que nadie se confunda. La crítica severa de las últimas decisiones de la Audiencia Nacional, cuando ha excarcelado a un grupo de sangrientos etarras, sin esperar siquiera a que el Tribunal Supremo unifique doctrina sobre la acumulación de las penas que han cumplido esos asesinos fuera de España; la repudia a esa excarcelación no puede salirse nunca de los límites de las disputas propias de un Estado  de derecho.

Lo que hacen los buitres es aprovechar esas decisiones judiciales para alarmar con una excarcelación masiva que no existe. Son esos mismos que no se detienen cuando, para criticar a Podemos, utilizan a las víctimas de ETA, y pintan sus periódicos con celdas abiertas y una llave de Podemos en la puerta de la cancela. Son buitres.

El final de la banda terrorista tiene que conducirse por el perdón, como el de la etarra arrepentida Carmen Guisasola. El final de esta tragedia que hemos vivido, de este pasado sangriento, tiene que abrir las puertas al perdón y al arrepentimiento, que nada tiene que ver con la Justicia, con el cumplimiento de las penas dentro de los límites que marcan las leyes españolas y europeas.

¿Quién, dentro de ese círculo, si se produce, tiene autoridad para decir nada? Y para andar ese camino, que será largo, yo prefiero mirar los ojos de arrepentimiento de la etarra que dejó la cárcel hace dos semanas. Los ojos que encierran una historia de muerte, cárcel y perdón en la que no tienen cabida los buitres.