Los frutos secos

SANTIAGO GONZÁLEZ, EL MUNDO 07/02/14

· Como cada vez se lee menos, los nacionalismos están entre la tradición oral y el cómic. De ahí que tengan el modelo de sus aspiraciones definido por la obsesión del malvado visir Iznoguz, que sólo piensa en ser califa en lugar del califa: ser Estado en lugar del Estado. El primero de los nacionalistas vascos, Iñigo Urkullu, ha soñado un final de ETA inspirado por las historietas de Astérix. Vercingétorix, el jefe de los galos, arroja sus armas a los pies de César.

La fuerza visual de la imagen no le ha dejado reparar en un par de cosas importantes: él está más cerca de Vercingétorix y el personaje de César le cuadraría más al presidente español, pero el lío es la acepción más adecuada para definir el conflicto vasco. Todas las fuerzas del Bien han coincidido en hacer suya como un dogma de fe la expresión de la banda terrorista: «ETA ha decidido el cese definitivo de su actividad armada».

Si esto es así no se ve qué habría que negociar, y menos aún la expresión de Urkullu el pasado miércoles en Madrid: «Estamos más cerca del fin definitivo del terrorismo». Si llegamos al «cese definitivo» hace más de dos años no podemos estar más cerca ni más lejos. No hay nada que pueda alterar o poner en peligro algo que es definitivo. Consolidar una paz que ya venía definitiva de serie, tal como propugnaba ayer el editorial de El País, no deja de ser una amable redundancia.

Urkullu propone que los presos pidan disculpas tras reconocer el daño injusto causado; «sinceramente lo lamento y expreso mi disculpa», o sea, lo que se dice cuando te tropiezas con alguien en el metro, pero con un poco de perífrasis, en plan redicho. En todo el comunicado de los presos el Día de los Inocentes no hay una sola palabra que indique pesar, lamento o contrición alguna. Ni siquiera hay algo parecido a «si hay alguien que ha podido sentirse molesto con nuestras actividades, le ofrecemos excusas». Lo que no sentían a finales de diciembre no pueden sentirlo ahora. No es más que una cláusula vacía, y el plan del lehendakari un paripé redactado por ese autodidacta ingeniero técnico de caminos, caminos hacia la paz, que se llama Jonan Fernández. Cada vez que el lehendakari hace uno de esos enunciados improbables –«el inmovilismo no aporta nada»– es muy de lamentar que no recurriera a Joseba Arregi para diseñarle el tema.

El lehendakari quería protagonismo en el proceso y no ha renunciado a que el fin de ETA produzca dividendos soberanistas en forma de las nueces que Arzalluz quería recoger cuando los terroristas sacudían el nogal. Ahora que han dejado de moverlo, espera que caigan del diálogo y de su mediación. Más allá de la falta de moralidad de la propuesta, se ha equivocado en dos cuestiones claves: Rajoy no va a excarcelar presos, tal como él le pide; no quiere y tampoco puede. La segunda, que la izquierda abertzale considera que los frutos secos son suyos. Y el cargo del lehendakari, también. Sólo falta que Otegi haga uso de la alteridad de la que hizo gala Franco para destituir a un ministro renuente: «Desengáñate, Iñigo, lagun, que vienen a por nosotros».

SANTIAGO GONZÁLEZ, EL MUNDO 07/02/14