Javier Ayuso-El País

Las cuatro formaciones con implantación nacional han entrado en una fase de ocupación de espacios

Los cuatro partidos con implantación nacional han entrado en una fase de ocupación de espacios, como si hubiera elecciones a la vista. En vez de gobernar o hacer oposición, los principales líderes políticos están en una campaña infinita, con muchos eslóganes y pocos proyectos. La batalla se está produciendo en tres ejes: lo nuevo frente a lo viejo, la derecha frente a la izquierda y el nacionalismo frente al españolismo. El bipartidismo tradicional ha muerto, dejando paso a un doble bipartidismo en la derecha y en la izquierda.

PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos saben que en los próximos dos años se decidirá el nuevo escenario político y no quieren cometer errores. Albert Rivera sueña con el sorpasso a Mariano Rajoy. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias luchan por los votantes de izquierdas y juntan y separan sus propuestas dependiendo del viento dominante. Y todos mueven sus fichas como si estuvieran jugando a las damas chinas

Las damas chinas es un juego de mesa con un tablero en forma de estrella de seis puntas en el que puede haber hasta seis jugadores. Se trata de ir moviendo las 10 fichas de cada equipo como en el juego de damas hasta situarlas todas en el vértice contrario. Lo importante es ocupar los espacios en la parte central del tablero para impedir que los otros equipos puedan moverse con soltura.

De un tiempo a esta parte, Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera parece que estén moviendo sus fichas en ese tablero de estrella de seis puntas. Sin un calendario electoral a corto plazo, los líderes están más preocupados de los resultados de las encuestas que de cumplir sus programas. Se limitan a colocar sus fichas de forma tacticista para ocupar los espacios, bloquear al resto de los partidos y esperar con paciencia los errores del contrario mientras pasa el tiempo hasta las elecciones.El problema es que no habrá comicios hasta la primavera de 2019 (europeas, municipales y autonómicas), salvo que se convoquen de forma anticipada en Cataluña o Andalucía, y no tocan elecciones generales hasta 2020. ¿Puede España aguantar esta parálisis?

La verdad es que sí. De hecho, el país estuvo empantanado durante más de un año tras las elecciones de 2015 y su repetición en 2016, y Cataluña lleva meses sin Gobierno, y la economía y el empleo siguen creciendo. El problema es que los españoles cada vez están más alejados de sus políticos, a los que consideran el tercer problema del país (tras el paro y la corrupción), sin que se atisbe ningún cambio de tendencia. Parece que los líderes solo se estudian la parte de las encuestas que les afecta en la intención de voto o en su valoración particular, olvidándose del nivel de desafección creciente y del pesimismo sobre la situación política en nuestro país. Lo importante es bloquear las acciones de los competidores y ocupar el máximo espacio posible.

El PP tenía claro hasta hace poco cuál es el sitio en el que quiere que le vean los electores: el Gobierno que sacó a España de la crisis. Sin embargo, la gestión del procés y los juicios por corrupción contra líderes del partido han frustrado la estrategia económica de Rajoy. En Génova y en La Moncloa hay mucho nerviosismo y algunos líderes comparan en privado la situación del partido con los últimos años de la UCD.

Las encuestas fueron situando a Ciudadanos a su altura en votos, hasta que les sobrepasaron, llevando al pánico a los populares. Y la respuesta no se ha hecho esperar: el enemigo no es Sánchez, es Rivera; por lo tanto, hay que expulsar al partido naranja de su territorio. Una táctica que consiste en denunciar las fragilidades de Rivera y sus compañeros, endurecer su posición frente a la cuestión catalana y otros asuntos que gustan a la derecha tradicional española, como la prisión permanente revisable. En definitiva, se trata de poner un dique que evite la salida de sus votos tradicionales hacia aguas de Ciudadanos. Además, la estrategia del PP busca también desmontar el eje viejo-nuevo; y para eso ha realizado acercamientos al PSOE, e incluso al PNV, para mostrar que lo que se denomina viejo no es más que el grupo de los partidos con experiencia y responsabilidad del Gobierno. Otro intento de denunciar a Rivera como un político sin experiencia y con ideas volubles.

Por su parte, Sánchez inició un camino hacia la izquierda cuando consiguió recuperar su puesto como secretario general del PSOE. Los expertos del partido consideraron que lo primero que había que hacer era recuperar los votos que habían ido a parar a Podemos y que ya habría tiempo de volver al centroizquierda. Una táctica que dio frutos durante unos meses, pero que se agotó en seguida, por la huida de votantes hacia Ciudadanos. Los socialistas aseguran que sus encuestas les dan mejores resultados que las que publican los medios de comunicación y mantienen esa línea de actuación como partido de izquierdas, pero con responsabilidad de Estado y experiencia de gobierno. Eso les lleva a apoyar al Gobierno en la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña, mientras se opone a cualquier otra propuesta de Rajoy e intenta abrirse paso a derecha e izquierda frente a Iglesias y Rivera. Ese es el espacio más competido en el tablero.

Por la izquierda, la lucha entre PSOE y Podemos se basa en denunciar las desigualdades, defender el Estado del bienestar y los derechos civiles y plantear contrarreformas ante la política del PP. Iglesias es muy hábil en su lucha por la ocupación de ese espacio de izquierdas que ha ido ganando desde 2015. Aunque ahora intenta contrarrestar su imagen de hombre autoritario y sin experiencia de gobierno, con giros en su imagen. El último de ellos se centra en ocupar el lugar de la socialdemocracia, al que renunciaron al pactar con IU y con fuerzas radicales en toda España. Algo difícil de creer, aunque él insiste por donde va, vendiendo la idea de una coalición con el PSOE para gobernar España y las autonomías. Además, Iglesias quiere poner en valor los resultados de la gestión de los alcaldes del cambio. En Podemos saben que las elecciones autonómicas y locales son prioritarias para su crecimiento y se han puesto en marcha.

Rivera se ha venido arriba por el éxito electoral en Cataluña y de los resultados de las últimas encuestas y surfea la ola de la política buscando votos en los caladeros del PP y del PSOE. Ataca a Rajoy en cuanto puede, pero le mantiene en el poder, e intenta ocupar todos los espacios posibles, aunque es consciente de que le falta estructura de partido para afrontar las municipales y autonómicas. Ideológicamente, Ciudadanos intenta abarcar desde el centro izquierda hasta la derecha pura y dura, dependiendo de las circunstancias. Algo que le puede pasar factura antes o después, por ese modelo de política veleta.

La cuestión catalana

En medio del tablero político se sitúa la cuestión catalana, que encumbró a Ciudadanos, hundió a los populares, congeló a los socialistas y dejó perpleja a la izquierda radical. Los cuatro partidos compiten no por los votos en Cataluña, sino por los que arañarán en el resto de España defendiendo una u otra posición. El PP y Ciudadanos luchan por la imagen de firmeza en la defensa de la unidad de España, aunque Rajoy es consciente que, hasta ahora, su partido se ha llevado el castigo electoral y en las encuestas por tomar decisiones difíciles. La postura del PSOE varía dependiendo de la presión del PSC, un partido preso por su historia nacionalista.

Sánchez tiene claro que debe apoyar la legalidad y se rige casi siempre por el documento que su partido elaboró en Granada. Sin embargo, a veces se le llena la boca de plurinacionalidad, generando nuevos conflictos internos en sus federaciones. Iglesias, por su parte, es consciente de su error al apoyar al independentismo a tiempo parcial, pero no se baja de la propuesta del derecho a decir. El tablero central de las damas chinas está saturado de fichas de los cuatro jugadores y la política española está bloqueada, mientras los líderes solo piensan en unas elecciones que no llegarán hasta dentro de más de un año.