Los redentores

EL MUNDO 23/01/15
RAÚL MAYORAL, DIRECTOR DE LA FUNDACIÓN CULTURAL ÁNGEL HERRERA ORIA

Según Karl Popper, sólo se conocen dos alternativas: la dictadura o alguna forma de democracia. «Y lo que nos decide a escoger entre ellas no es la excelencia de la democracia, que podría ponerse en duda, sino únicamente los males de la dictadura, que son indiscutibles». El uso indiscriminado de la fuerza y el aniquilamiento del adversario son perversiones inherentes a las tiranías frente al diálogo y el respeto hacia el que disiente, beneficios exclusivos de sociedades libres y abiertas.

El reciente secretario general del nuevo partido Podemos ha afirmado que va a ganar las elecciones generales de 2015 e «iniciar un proceso constituyente para abrir el candado del 78 y poder discutir de todo». Sin duda, el vigente régimen de Monarquía parlamentaria no le gusta porque, en su opinión, no admite la discusión de todo. Una democracia no se sustituye a sí misma. Sólo puede ser reemplazada por una dictadura. El sistema democrático ideal es un sueño.

La democracia que tenemos, manifiestamente mejorable, puede y debe mejorarse día a día. Nuestra Constitución ha de ser respetada pero sin convertirse en objeto de culto como ídolo intocable. Es necesario un poder público más transparente y moralizante; también una opinión pública mejor formada, a cubierto de manipulaciones y demagogos. Una democracia regenerada sigue siendo una democracia, pero la demagogia degenera el sistema democrático y acaba por desnaturalizarlo.

El programa de esta nueva formación evidencia un deseo de ruptura con el régimen actual. Los adalides de procesos revolucionarios se erigen en salvadores y purificadores ante situaciones ruinosas o decadentes y manifiestan la necesidad de una catarsis haciendo tabla rasa del estado anterior. La Historia nos surte de ejemplos en los que el borrón y cuenta nueva se sale con la suya. Cuando un dólar empezó a valer un millón de marcos, Sebastian Haffner contaba que «cientos de redentores recorrían Berlín, (…) cada uno con su propio estilo». Pero todos con su discurso antisistema contra la República de Weimar.

El discurso contrario a nuestra democracia empezó incluso antes de su nacimiento. Quien primero lo predicó fue Gonzalo Fernández de la Mora. Posteriormente, desde su propio escaño parlamentario, Blas Piñar prosiguió su oratoria de reproches contra el régimen democrático. Con el paso de los años, la soflama antisistema perdió solidez argumentativa para convertirse en alegatos personales. Ruiz-Mateos, Jesús Gil o Mario Conde también tacharon las instituciones con las que habían confraternizado antes.

Con Podemos la arenga rupturista ha ganado vigencia y ha subido enteros. Una crisis económica descomunal que ha aumentado alarmantemente los umbrales de la pobreza, una marea de corrupción que anega las administraciones públicas y una incapacidad manifiesta en los dirigentes políticos para poner orden en la inacabable y cansina cuestión territorial han generado un embalse de indignación cuyas consecuencias son el hastío y la desconfianza hacia el régimen y su clase política. Es la hora de nuevos redentores. Y parece que están aprovechando su oportunidad.

Por ahora, resulta llamativo su impreciso posicionamiento ideológico. Según los datos del CIS, el 33% de los encuestados no sabe ubicar ideológicamente a Podemos. En su programa conviven algunas propuestas que podrían ser de general aceptación por la sociedad con otras, la mayoría, radicales y propias de una izquierda decimonónica. En los últimos días, quizás como táctica electoralista, se percibe cierto mariposeo ideológico en sus dirigentes, tratando de dulcificar medidas populistas y de corte expeditivo barnizándolas de tinte socialdemócrata. Si nos atenemos a los gestos, canto de la Internacional con el puño en alto, su color es de izquierda. Pero cierto es que tiene seguidores y votantes que en anteriores comicios optaron por la derecha.

Con las crisis económicas el malestar social desemboca en desafección ante lo existente. La Historia ha demostrado que en las clases bajas esa desafección discurre hacia al comunismo, mientras que en las clases medias la salida es el fascismo. Lo paradójico del nuevo partido es que, portando un programa y una estética comunistoide, sin embargo, los miembros de su cúpula pertenecen a una clase media, si no acomodada, sí ilustrada: profesores de Universidad, profesionales liberales, gente, en suma, con estudios y viajada. No son compañeros del metal ni jornaleros del campo. Su identidad política es cuando menos confusa. Muy propio del redentorismo.

Contaba Gabriel Cisneros, uno de los padres de la Constitución, que, durante la visita de unos popes rusos a España en plena Transición, se entrevistaron con algunos políticos (entre los que se contaba), y preguntaron si en la dictadura de Franco se admitía el derecho de propiedad. Al contestar los políticos que sí, los popes no reconocieron mérito alguno al cambio democrático experimentado por nuestra nación ya que, según ellos, resulta mucho más difícil, por revolucionario, cambiar de sociedad que de régimen. Esperemos que si el nuevo partido protesta se convirtiera algún día en partido de Gobierno, no nos cambie ni el régimen ni la sociedad.