Los socialistas, como mal menor

En 1986, los complejos socialistas les impidieron alcanzar la lehendakaritza. En 2001, socialistas y populares quedaron a 25.000 votos de PNV-EA. Pero los socialistas se arrepintieron de esa campaña. Ahora, el PSE debe superar su imagen dubitativa. O quiere desalojar al PNV de Ajuria Enea, o se contenta con ayudar a los nacionalistas como su socio preferente.

Desde que el jubilado Arzalluz utilizara aquella expresión que le sirvió para explicar los presuntos reparos con los que su partido, el PNV, gobernó con los socialistas en la época de las alianzas transversales -«nos hemos tenido que tapar la nariz»-, la fórmula, políticamente incorrecta, ha servido también para excusar el pragmatismo partidista de los votos útiles. En las elecciones municipales, cuando el apoyo popular al candidato superaba con creces al partido que representaba («su partido, un fiasco pero él es tan cercano…»), en las generales («los votos socialistas en Euskadi fueron para Zapatero»). Y en las autonómicas. En esa contienda tan doméstica, nunca hemos cambiado.

Con la buena consideración que tiene la alternancia en los sistemas democráticos y, sin embargo, en Euskadi no hemos superado esa asignatura porque siempre ha gobernado el PNV. Sólo o acompañado. En coalición o en tripartito. Pero siempre los nacionalistas han manejado el timón. Desde 1980. Llevamos la ‘friolera’ de 28 años con el mismo partido en el Gobierno. Y en ese récord, el PNV se ha quedado sólo. Ni siquiera le ha emulado la Convergencia de Pujol, que se cayó del cartel de la Generalitat en las últimas elecciones catalanas.

En las autonómicas vascas, las de 2005, el PNV perdió cuatro escaños en relación a la legislatura anterior y extravió también 140.349 votos, lo que se interpretó como un fracaso estrepitoso del plan del lehendakari, que se empeñó en preguntar a la sociedad vasca sobre su ‘hoja de ruta’. Y la sociedad vasca, al hablar en las urnas, le vino a demostrar su desapego de las ensoñaciones de una Euskadi independiente.

Pero Ibarretxe, lejos de corregir su línea adaptándose a la demanda de una ciudadanía plural, ha empleado estos cuatro años en enrocarse en su radicalidad. Ha dejado en el camino a dirigentes de la valía de Josu Jon Imaz y ha decidido seguir adelante, consciente de que en su partido no abrirán, ahora, en pleno periodo preelectoral, una crisis para buscar un candidato alternativo. Se conocen, con nombres y apellidos, a los dirigentes nacionalistas que, desde que el Tribunal Constitucional comunicó su prohibición para que la consulta se realice, han respirado aliviados, pero jamás lo reconocerán ante un micrófono.

Ante esta situación tan al límite a la que quiere conducir el lehendakari a los ciudadanos vascos, las muestras de cansancio empiezan a hacer mella. En no pocos dirigentes nacionalistas en particular, en la población en general, en su electorado. Los partidos de la oposición lo saben, aunque no coinciden en la forma de presentar una alternativa convincente. El PP, en su nueva etapa, comprueba las dificultades de su aceptación; máxime si su partido ahora no gobierna en Madrid. La oposición dura resulta tan incómoda para los ciudadanos vascos condicionados por la amenaza del terrorismo y la exclusión del nacionalismo que muchos votantes están empezando a ensayar un pinzamiento de nariz a la hora de ir a votar en la próxima cita electoral. Además, el hueco de liderazgo que ha dejado vacante María San Gil no se ha llenado todavía con Basagoiti y sus compañeros alaveses.

Los socialistas se presentan, a ojos de buena parte del electorado vasco, como mal menor, aunque Patxi Lopez tendrá que tener una presencia más continuada en el escaparate y, sobre todo, saber explicar cómo se combina el apoyo presupuestario de Ibarretxe con la presentación de una alternativa al nacionalismo. Con este panorama, la formación de Rosa Díez aparece como una novedad muy sugerente para los desengañados de la época de la negociación del presidente Zapatero con ETA. Su grado de implantación en Euskadi es, hoy por hoy, una incógnita pero UPyD irrumpió en el Congreso de los Diputados con 303.535 votos y ella confía en que muchos desencantados del socialismo, con problemas escénicos para votar al PP, se quedarán recalando en su puerto.

También habrá que ver si el voto nacionalista quedara más repartido, entre las candidaturas ‘maquilladas’ del entorno de ETA. En ese caso, las posibilidades de que los socialistas vascos ganen las elecciones son mayores. Se abre, pues, un periodo apasionante en el que vuelve a recobrar fuerza la posibilidad de imaginar una alternancia en el Gobierno vasco. Dependerá, en buena parte, de la habilidad de los partidos de la oposición que, por muchas vueltas que den, sólo son dos en Euskadi. Los socialistas y los populares, con la bisagra de UPyD. Si se descuidan en confrontaciones entre ellos y no aprovechan el cansancio que provoca ya la eterna búsqueda del existencialismo nacionalista que se practica desde Ajuria Enea, habrán perdido su oportunidad.

En 1986, los complejos socialistas impidieron que la presidencia del Gobierno vasco recayera sobre su partido. En 2001, los socialistas y populares quedaron a 25.000 votos de PNV-EA. Pero de esa campaña los socialistas se arrepintieron tanto que iniciaron un distanciamiento casi patológico del PP. Ahora, el PSE debe superar esa imagen dubitativa que está ofreciendo. O quiere desalojar al PNV del poder de Ajuria Enea o, por el contrario, se contenta con ayudar a los nacionalistas convirtiéndose en su socio preferente. La próxima renovación del presidente del TSJPV dará una pista sobre la voluntad, o no, del PSE de cambiar cromos con el PNV.

Tonia Etxarri, EL CORREO, 15/9/2008