Los valores de Occidente

ABC 06/07/14
GUY SORMAN

· Si admitimos que el futuro pertenece a los innovadores, resulta que hoy día las dos terceras partes de las patentes que se registran en el mundo, una fotografía de la economía venidera, son de origen occidental

Nos regodeamos con los valores occidentales, los ensalzamos, los maldecimos y los contraponemos a los valores asiáticos, pero no nos atrevemos demasiado a definirlos. Al no saber de qué hablamos, la avenencia o las desavenencias sobre estos valores serán aún mayores. Resulta que la FAES, la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, un centro de reflexión presidido por José María Aznar, que se reúne en Guadarrama, cerca de Madrid, me planteó el reto de dar un contenido a estos famosos e inaprensibles valores. Tras haberme devanado los sesos durante semanas, no he llegado a un resultado final, pero sí a una hipótesis: me parece que, en comparación con las visiones del mundo con las que me he encontrado en otras grandes civilizaciones, la nuestra se distingue por un carácter único, bastante difícil de encontrar en otros lugares, como la capacidad de crítica y de autocrítica.

El espíritu crítico, creo, explica cómo Occidente se ha convertido en el centro histórico de la innovación y el progreso. Como explicaba el filósofo británico Karl Popper, la ciencia progresa ante todo en Occidente porque cualquier hipótesis científica se somete inmediatamente a una crítica acalorada que o bien la refuerza o bien la sustituye por una hipótesis más persuasiva. En cambio, en el ámbito islámico o confucianista, a todo el mundo se le pide, o se le exige, que acepte un modelo inicial que se supone que es perfecto, de origen coránico para los musulmanes o protohistórico para los confucianistas. En estos dos casos, la Edad de Oro se sitúa en el pasado, mientras que en Occidente la época dorada pertenece al futuro. Estos grandes principios, demasiado grandes, prescinden aquí de detalles históricos y de contradicciones, ya que creo que son tendencias básicas.

Si admitimos que esta singularidad occidental está más o menos fundada, podemos identificar sus orígenes –y avanzo paso a paso con pies de plomo– en dos fuentes emblemáticas: la Biblia y la tragedia griega. En el libro de Job, el lector asiste a una controversia –inconcebible en cualquier otra religión revelada– entre Job, un simple mortal, y su Dios. Como Dios le inflige castigos que considera infundados, Job protesta y critica a Dios. Dios acaba cediendo y restablece la buena fortuna de Job, pero arguyendo al mismo tiempo que al ser Dios no tiene que justificarse. Y Job le contesta: «Me someto», pero, aunque lo hace, tiene la última palabra; recordemos que Dios, tras este último intercambio crítico, ya no vuelve a aparecer nunca en los libros posteriores a la Biblia. Por tanto, la adhesión a la teología judía y luego cristiana lleva a hablar de todo, incluso de lo que a priori se revela desde Arriba. Si bien Jerusalén es la principal fuente de los valores occidentales, Atenas es la segunda, o concomitante. Solo recordaremos aquí, en un afán de simplificar, la disputa entre Antígona y Creonte,