Mal comienzo

JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 18/01/15

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· Si somos distintos en algo es en no poder condenar en nuestro Parlamento los atentados de París y pedir humanización para los presos que no reniegan de haber matado.

Todavía no se han apagado los ecos de las felicitaciones expresadas y recibidas con ocasión del inicio del año nuevo, ni de la manifestación de los mejores deseos para el 2015. Pero la realidad con su tozudez desmiente pronto el ritual de la felicitación general y de los buenos deseos para el año recién inaugurado. 2015 ha comenzado mal, muy mal. Los asesinatos de París son prueba suficiente de la inercia de los graves problemas que arrastramos del año anterior y del anterior y de los siglos anteriores. Aunque nuestra corta memoria que acaba de conmemorar el año pasado el inicio de la Primera Guerra Mundial, con todos sus horrores, nos haga creer que la violencia y el terror europeo son cosas de un pasado muy lejano –más de un historiador dice que los europeos somos unos hipócritas al llamarla mundial, pues fue básicamente una guerra europea, causada por potencias europeas contra otras potencias europeas.

Mal ha comenzado el año 2015, pues Europa sigue con sus problemas, con la inquietud de las elecciones griegas, con el miedo a una nueva crisis del euro, con el miedo a la deflación, con la inercia de un crecimiento débil que no despega. Paro, pobreza, desigualdad siguen siendo problemas reales en las sociedades avanzadas. Y los países que hace apenas unos cuantos meses eran la esperanza, al menos de los inversores en bolsa, los BRIC, se hallan estancados también, cuando no inmersos en rápida recesión, como Rusia.

Europa sigue sangrando en Ucrania, el Próximo Oriente sigue siendo un polvorín, la xenofobia sigue siendo un problema en las sociedades europeas, el nacionalismo campa a sus anchas, y las promesas de soluciones globales y totales sigue haciendo su ronda alimentando los populismos y las demagogias. Probablemente el año 2015 va a parecerse demasiado al año 2014, probablemente los humanos que han comenzado el año nuevo van a ser demasiado parecidos a los humanos del año transcurrido.

Esta raíz antropológica que ayuda a entender que los cambios esperados, deseados y soñados fracasan a causa de nosotros mismos, que seguimos pareciéndonos demasiado a lo que hemos sido hasta ahora, se pone de manifiesto en las reacciones ante los males que el nuevo año no ha tardado en recordarnos. Ante los asesinatos de París todos somos Charlie, todos somos tolerantes, todos sabemos que hay que diferenciar la religión del islam de los terroristas que buscan en ella la justificación para sus actos de terror. Y muchos repiten que es preciso tender puentes, entender, convivir con la diversidad de religiones.

Pero cuesta hablar de la verdad porque interesan más los llamados valores, los sentimientos correctos, la bondad de nuestro comportamiento. Pero sin la verdad que debe subyacer a todo ello, los valores, los sentimientos y los buenos deseos se desintegran tan pronto expresados. Y la verdad es que la convivencia en libertad sólo se puede fundar sobre la verdad de la limitación de todos los sentimientos, de todas las ideologías, de todas las creencias, de todos los intereses, para que en el espacio público creado por esa limitación aparezca la verdad de los derechos ciudadanos como la única verdad posible. La verdad de nuestras democracias se llama libertad de conciencia –la libertad de prensa es una manifestación, muy importante, entre otras de la libertad de conciencia–. La verdad de nuestras democracias se llama aconfesionalidad del Estado: sobre las distintas creencias, sobre las distintas identidades, sobre los distintos sentimientos. Y el puente que hay que tender hacia el islam tiene como pilar de sostén esa verdad que exige que el islam reconozca que el poder religioso y el poder político no pueden identificarse. Sólo así habrá puente de ida y vuelta. Lo demás no es sólo matar, sino una política basada en la negación del Estado de Derecho.

Y ante los problemas económicos de pobreza, paro y desigualdad nos movemos entre ideologías que rezuman todavía totalitarismo y sentimentalismo individualista: entre el polo que niega la posibilidad misma de tener distintos diagnósticos de la situación y que sólo admite de forma dogmática sus recetas, y el polo que sólo ve casos individuales ante los que la política económica fracasa necesariamente, el polo que desprecia el crecimiento económico porque siempre habrá alguna persona individual que quede descolgada. Entre ambos polos la búsqueda del bien común, sólo posible a partir de la negociación entre distintos intereses grupales, y a partir de la superación de las situaciones individuales, se presenta cada vez más difícil. Y ambos polos olvidan que el desarrollo de las libertades fundamentales y del Estado de bienestar ha venido históricamente de la mano del crecimiento económico.

Mirando a nuestro entorno más cercano, nosotros que nos creemos tan distintos, siempre mejores que los demás, pioneros en todo y en primera posición en casi todo, olvidamos que si somos distintos en algo es en no poder condenar en nuestro Parlamento los atentados de París, y en celebrar el ritual de pedir humanización para los presos que no reniegan de haber matado y ejercido terror. Algunos se atreven a pedir a los presos y a la izquierda nacionalista radical que apliquen el criterio de la eficacia, que al parecer es el que ha conducido al brazo político de ETA a tomar las decisiones que ha tomado y convertirse en un partido político legal, mientras que hay quien les contesta, habiendo defendido que la izquierda nacionalista radical ha podido tomar las decisiones que ha tomado gracias a la eficacia de la lucha armada, que no se trata de eficacia sino de derechos humanos.

Al final hasta tenderemos que agradecer a los presos y a quienes se movilizan a favor de los ‘derechos’ de los presos de ETA que por medio de estas movilizaciones mantengan viva la memoria de que ETA ha existido y ha matado, creando víctimas, porque de otra manera éstas, las víctimas, caerían en el olvido de la carrera de desmemoria en la que está embarcada la sociedad vasca.

JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 18/01/15