Manifestaciones barcelonesas

LIBERTAD DIGITAL 13/10/14
JESÚS LAÍNZ

Ya que, si el maldito ébola lo permite, la celebración en Barcelona del 12 de octubre, Fiesta de la Hispanidad, va a ser la noticia central de este fin de semana, quizá conviniese recordar, sólo por incordiar, dos detalles olvidados. El primero, que dicho concepto de Hispanidad fue pergeñado en el primer tercio del siglo XX, para englobar en él a todas las naciones hispanohablantes, por los vascos Zacarías Vizcarra y Ramiro de Maeztu, y consagrado en un célebre discurso, titulado precisamente «Apología de la Hispanidad», pronunciado en el teatro Colón de Buenos Aires el 12 de octubre de 1934 por el catalán Isidro Gomá. Y el segundo, que la primera vez que se celebró el 12 de octubre fue en 1911 en la Casa de América de Barcelona por iniciativa de algunos catalanistas deseosos de fomentar con los países hispanoamericanos las relaciones comerciales, que habían sufrido grave descalabro desde el nefasto 1898.

Pero los barceloneses no han celebrado sólo esa fecha, pues en otras muchas ocasiones, y de no poca importancia, demostraron su ardor patriótico en la calles. Por ejemplo, se distinguieron durante la guerra de África de 1859-60, para la cual organizaron veladas teatrales, manifestaciones, cuestaciones, misas y todo tipo de actos en apoyo del ejército. Cuando llegó la noticia de la victoria de Tetuán se congregó una gran manifestación ante la casa consistorial, desde cuyo balcón Víctor Balaguer recitó este cuarteto:

¡Victoria! La anuncia rugiendo el león.
¡Victoria! Retumba tronando el cañón.
Y henchida de gozo, radiante de gloria,
repite: ¡Victoria! la hispana nación.

Prim y sus soldados fueron objeto de entusiastas bienvenidas a su regreso. Al poner pie en suelo español en La Junquera, fueron recibidos con repique de campanas. Y al entrar en Barcelona se les acogió con una lluvia de octavillas con estos versos:

D’enemichs la turbamulta
prest lograreu aixafá
escribint ab forta ma:
sapia la nassió mes culta
que á Espanya ningú l’insulta
mentras hi haije un catalá.

Lo mismo sucedió una década después, cuando estalló en Cuba la Guerra de los Diez Años. Numerosos ciudadanos y entidades, ansiosos por sofocar cuanto antes la rebelión separatista, propusieron organizar un cuerpo de voluntarios catalanes, cuyos gastos se comprometieron a cubrir mediante una suscripción patriótica. Efectivamente, el batallón de voluntarios formado gracias a la colaboración de todas las entidades públicas y privadas de Cataluña fue el primero de toda España en salir hacia Cuba en marzo de 1869. La despedida de las tropas en el muelle barcelonés, arropadas por una enfervorizada multitud, fue apoteósica. Al hacerles solemne entrega del pendón del tercio –consistente en la bandera rojigualda con el escudo de las cuatro barras–, el diputado Narciso Gay pronunció un discurso recordando a los voluntarios que se dirigían a «pelear para que España viva contra los que allí claman ¡muera España!».

Pasaron los años y en agosto de 1885 estalló el conflicto de las Islas Carolinas con la Alemania de Bismarck. En Barcelona se convocó una gran manifestación «a favor de la dignidad y la integridad de la patria». Al día siguiente exclamaba el editorialista de La Vanguardia:

¡Aún hay patria, aún hay patria! Nuestro entusiasmo justifica la exclamación con que damos comienzo a esta reseña; porque creíamos que el acto de ayer sería brillante, sería imponente, pero jamás hubiéramos imaginado tanta majestuosidad, tanta grandeza. Sí, aún tenemos patria; aún España puede ser una gran nación. Aún no hay país alguno que nos aventaje en patriotismo.

El diario La Publicidad no se quedó atrás en su entusiasmo:

Carlistas, republicanos, conservadores, progresistas, todos, no tenemos más que un corazón para latir por la patria. ¡Viva España! (…) Podremos destrozarnos entre nosotros, empobrecernos, desunirnos; pero que nadie toque lo que pertenece a todos, que nadie toque a España.

Los firmantes del manifiesto unitario –entre los que, por cierto, se encontraba Valentín Almirall– se dirigieron al gobierno, como «alta encarnación nacional», para reclamarle «la defensa de la dignidad de la patria» y para hacerle saber que en Barcelona «nadie admite siquiera discusión sobre el perfecto derecho que tiene el pueblo español a todo el territorio nacional».

En 1893 llegó el breve conflicto de Melilla, ante el que, una vez más, los catalanes manifestaron su ardiente patriotismo. La Vanguardia organizó una suscripción entre sus lectores, bajo el título Barceloneses, Catalanes, Españoles, para nuestros soldados de Melilla, con el fin de enviarles víveres y pertrechos, suscripción cuyos primeros donantes fueron el propio periódico y sus propietarios, los Godó. El semanario republicano La Campana de Gràcia, por su parte, denunció que, mientras que todos los españoles estaban conmovidos por lo ocurrido,

sólo el gobierno no ha dado muestras por el momento de aquella virilidad, de aquella energía que exige la honra de la patria ultrajada (…) No comprendemos la flema olímpica del gobierno (…) No están tan lejos las costas africanas para que en pocas horas no pueda reunirse allí un cuerpo de ejército que corra a vengar la sangre derramada ejerciendo una represión enérgica y ejemplar (…) Es muy triste que tengamos al frente de la nación a unos hombres que no saben estar a la altura de sus deberes patrióticos.

Con la Guerra de Cuba los catalanes se echaron en masa a la calle en varias ocasiones. Por ejemplo, para despedir al general Weyler el 25 de enero de 1896. El diario La Publicidad dijo de él:

Va a salvar el honor de la bandera, a defender los derechos de España, a combatir por la integridad del territorio. ¿Hay que decir más para que le acompañen nuestras simpatías?

Por la mañana el general oyó en la Iglesia de las Mercedes una misa celebrada por el obispo de la diócesis. Tuvieron que cerrar las puertas para evitar el aplastamiento de los asistentes y, de camino al muelle,

fue llevado en andas por la multitud, que no se cansó de dar vivas a España, al ejército, al honor nacional y a Weyler.

Lo mismo sucedió un año después al desembarcar el general Polavieja, al que los barceloneses recibieron construyendo un arco de triunfo igual en diseño y medidas que la Puerta de Alcalá.

Durante toda la guerra la prensa catalana fue un constante clamor patriótico. Pero el punto de ebullición se alcanzó cuando hubo que entablar la lucha final contra los Estados Unidos. Por toda Cataluña estallaron numerosas manifestaciones espontáneas de patriotismo y yanquifobia, tan exaltadas que hasta tuvo que intervenir la Guardia Civil montada para apaciguarlas.

Comparado con la España de hoy, parece otro planeta. El motivo lo explicó con gran sencillez Josep Pla al declarar en 1976:

El catalán es un ser que se ha pasado la vida siendo un español cien por cien y le han dicho que tendría que ser otra cosa.

Y, efectivamente, muchos catalanes se han tragado la farsa sin pestañear.