Félix de Azua-El País

Hará unos diez años yo era amigo de un separatista frenético que, además, amasaba una montaña de millones, algo frecuente en aquella comunidad. Éramos amigos desde el colegio y nos teníamos afecto a pesar de nuestras abismales diferencias. Su catalanismo era del género racista y aseguraba repugnar de los andaluces y no “sentirse” (los nazis sienten mucho) ni extremeño, ni gallego, etcétera. El vómito de tópicos que esa gente suelta cuando está en confianza.

En una de mis visitas a su mansión de Pedralbes me pareció verle inquieto. Con gesto sumario me invitó a subir al terrado. Llevaba consigo unos gemelos, señaló dos grandes casonas a derecha e izquierda y me pasó los prismáticos. “¿Tú qué ves?”, preguntó. Miré con toda la atención de que era capaz, pero no vi nada. “¿Qué estás mirando, dròpol? Has de mirar las entradas, no las casas”. Así lo hice y, en efecto, en cada una de ellas había sendos vigilantes, cosa común en la zona, pero provistos de metralletas. Aunque no soy un experto, diría que eran Kalashnikov. Luego me contó que llevaba meses explorando la zona y cada día había más mansiones en manos de rusos con sus temibles guardias en la puerta. A mi amigo no le alarmaban los rusos, lo que le consumía era estar perdiendo algún negocio. “Aquí hay gente que trata con la mafia de Putin. Algo están cociendo”. Un par de años más tarde me lo confirmó.

Una parte de la oligarquía catalana está en perfecta fratría con los oligarcas rusos y chinos, como Trump y los suyos. Y en esa comunidad nadie los controla. Así que cuando he sabido que las urnas venían de China, que Rusia ha entrado en el proceso separatista y que los catalanistas buscan un ejército, no me ha extrañado nada. A mi lo que me inquieta es que el CNI no se haya enterado hasta ahora.