Más acá del burkini

ABC 22/09/16
SERAFÍN FANJUL, MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA DE HISTORIA

· Del verdadero problema de fondo no se oye una palabra, quizás por desconocimiento de la sociedad y la historia del islam. La cantaleta del sometimiento de la mujer puede ser una de las motivaciones del burkini, pero no la principal. Y tampoco es descartable que un número indeterminado de esas mujeres lo porten encantadas, por chocar con nuestra estética, con nuestras normas y nuestro sentido de las relaciones humanas

DICE Ercilla en unos versos memorables, aunque poco rememorados: «… es opinión de sabios / que donde falta el rey sobran agravios». Si entendemos la palabra «rey» en términos latos, en la actualidad española y europea sería el Estado, o el Gobierno, o esas vaguedades enmascaradoras que llamamos «los poderes públicos» o «las autoridades». Y añadir «competentes» ya parece excesivo. Cada vez con mayor frecuencia se producen incidentes seguidos de polémicas en que la confusión es reina y el sectarismo su profeta. Muchos protagonizados por musulmanes a quienes «el rey» intenta encubrir o apartar del foco de la opinión pública, ya se trate del terrorismo islámico, invariablemente atribuido a «locos», «lobos solitarios», «marginales» o, en el caso extremo, cuando ya no hay escapatoria ante los hechos, con la chistosa interpretación periodística de que, en realidad, los pobres, no son buenos musulmanes; o ya se trate de incidentes menores, por fortuna, a base de velos, sayas o tabúes alimentarios.

La serpiente de verano que tocaba este año era el burkini, un asunto más chusco que otra cosa, pues con meros criterios racionales el problema es microscópico: en locales cerrados, como piscinas, debe prohibirse por estrictas razones higiénicas. En cuanto a playas o cursos de agua abiertos, no se ve causa lógica alguna para impedir a las moras disfrutar de los placeres de bañarse vestidas, cruda disciplina que padecieron nuestras bisabuelas en tiempos en que el baño en público constituía una rareza, cuando no un disparate. Y basta de enredar en las tertulias con tan poca materia. Cuando los omnipresentes y omniscientes expertos en todo se ponen trascendentales acuden a aquello tan novedoso del sometimiento de la mujer al varón islámico. Si bien, para ser exactos, esto lo suelen traer a colación las feministas de derechas, porque las de izquierdas no dicen ni mu, ni ante el burkini ni a propósito de otras manifestaciones más graves como el velo, lo que en español se llama velo, aunque, al parecer, en nuestros días, todo el mundo sabe árabe y se habla con soltura y aplomo del niqab (como se hace con Yirona y Yeida, sic). Políglotas, es que son unos políglotas.

En ocasiones, las feministas de izquierda defienden el velo, la pañoleta, las sayas y lo que haga falta, como muestra de libertad, probando que para sostener sinrazones y contradioses basta con tener cara dura (hablar fuerte y mucho) y un micrófono en la mano, que, por cierto, nunca les falta. Y hasta luego, Clara Campoamor, Concepción Arenal, Victoria Kent, Sofía Casanova y cualquier mujer de las que pugnaron por conquistar el derecho a instruirse, a ejercer funciones profesionales o políticas o… a vestirse como les petara. Y en nuestro país, mientras se hace la vista gorda con nudistas que se plantan donde les viene en gana sin respeto para nadie, no se nublan menos las miradas si se trata de moras que, en locales cerrados, se sumergen vestidas hasta el moño. Falta el rey.

Pero del verdadero problema de fondo no se oye una palabra, quizás por desconocimiento de la sociedad y la historia del islam. La cantaleta del sometimiento de la mujer puede ser una de las motivaciones del burkini, pero no la principal. Y tampoco es descartable que un número indeterminado de esas mujeres lo porten encantadas, por chocar con nuestra estética, con nuestras normas y nuestro sentido de las relaciones humanas. Por marcar territorio, ocupando parcelas del espacio y la vida públicos que después la sociedad mayoritaria recuperará con dificultad o no reconquistará jamás. Según. El objetivo es ir logrando espacios, funciones, cesiones en distintos campos de la vida que, en definitiva, constituyan, de hecho, un estatuto global discriminatorio a su favor que signifique saltar por encima de la Constitución, los Códigos Civil y Penal, o de cualquier hábito o costumbre local o nacional, dejando en papel mojado la supuesta igualdad entre españoles, tan cacareada como olvidada por la izquierda cuando andan por medio musulmanes o separatistas, debido a un tacticismo suicida; y de parte de la derecha por simple pavor.

No es una interpretación o una mera colecta de ejemplos: tabúes alimentarios en instituciones, trato especial en los exámenes de Selectividad, cuotas por religión para cargos públicos. En suma, el proyecto ya enunciado para conseguir un estatuto especial para todos los musulmanes en Europa, o sea la vuelta a la Edad Media, al glorioso al-Andalus en que cada comunidad de fe tenía sus autoridades, jueces y normas, naturalmente todas sometidas a la islámica hegemónica. Y donde, en tales grupos yuxtapuestos, pero jamás integrados, los individuos carecían de valor por sí mismos, sólo contaban como miembros de una u otra fratría. De momento no lo han logrado, en forma global, pero se avanza a pasos, no a saltos. Y en unos lugares más que en otros. El objetivo final, por ejemplo, es que mientras que un cristiano, o ateo, puede ser procesado por bigamia si se casa legalmente con dos mujeres, un musulmán reciba las bendiciones del Estado y, a ser posible, sus dineros, por la misma acción. Y, ya puestos, vendrá la bendición legal de la endogamia o la persecución de los apóstatas del islam (irtidad).

Todo este elenco de pequeñas –o no tan pequeñas– guerrillas trasluce una actitud decidida de no integrarse en la sociedad mayoritaria, de no fundirse en el proyecto común del país receptor que, desde luego, no intenta ni intentará asimilarlos en el plano de la fe, pues la libertad de creencia sí está reconocida y garantizada en nuestros países. Felizmente. Pero sólo quieren relaciones superficiales en el orden económico o administrativo general, sin que el famoso mestizaje pase de mera palabra. Al establecer así su posición frente a los otros sólo están siguiendo diversos mandatos coránicos (3.103; 3.109; 3.118; 8.73) y, sobre todo, la llamada Constitución de Medina (Sahifat al-Madina o Mitaq al-Madina), signada por Mahoma, uno de los pocos textos de la época que parece no ser apócrifo: los musulmanes son y deben ser Umma wahida min dun an-nas, «Una única comunidad al margen de las demás gentes». Ahí es nada. Por tanto, debemos ceñirnos a los hechos y a nuestras propias leyes, mas sin perder de vista el alto rango de prestigio indiscutible de que goza el Corán entre sus fieles, sin proyectar sobre ellos el relativismo de la aceptación de la Biblia y de sus interpretaciones entre los cristianos: entre los españoles no digamos, que la ignoran casi por completo. Es decir, inventando para nuestro consumo una visión rigorista y otra «moderada» del islam.

Como señalaba Hermann Tertsch hace poco en estas páginas, el verdadero problema en profundidad no es el terrorismo islámico, sino la renuencia a la integración. Y nosotros parloteando sobre el burkini.