JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO

En su exposición durante el pleno de política general del jueves, el lehendakari chocó con el muro de la realidad estatal; en la réplica, contra el que tiene levantado el portavoz de su propio partido

No fue el de la actualización del autogobierno el apartado en que más cómodo se encontró el lehendakari en el debate de política general que se celebró el pasado jueves en el Parlamento. Habría preferido centrarse en los que guardaban relación con la gestión ordinaria de gobierno, donde mejor pudo exponer su política de equilibrio y moderación. Pero era inevitable tocarlo. Si no él, lo habrían traído a colación todos los partidos, que, cada uno por sus propios motivos, estaban interesados en dejar claras sus respectivas posiciones sobre un asunto que, en Euskadi, se ha hecho de interés general. Así que, haciendo de tripas corazón, lo abordó a fondo tanto en su exposición como en la réplica a los portavoces de los grupos. En la primera, para fijar su propia postura; en la segunda, para, entre otras cosas, tomar distancia de la que acababa de defender el portavoz de su partido.

En su exposición, aparte del juego conceptual en que se enredó al defender su idea de la «democracia plurinacional» y de la «confederación», mediante comparaciones poco plausibles con sistemas de varios países europeos, así como con el de la propia Unión Europea, su postura fue la misma que su partido ha defendido desde el período constituyente y que, en cierta medida, quedó incorporada a la Constitución a través de diversas disposiciones. Es el terreno en que el PNV mejor se mueve en defensa de la «reintegración foral». Y no estaría de más reconocerle aquí que aquellas disposiciones constitucionales –Adicional Primera y Derogatoria, reforzadas por la Adicional Única del Estatuto– habrían podido derivar en un desarrollo estatutario bien distinto del que se ha producido.

Así lo esperó el PNV. Pero las potencialidades originales, nunca del todo exploradas, se vieron muy pronto reducidas, gracias a la azarosa interpretación a la que ha sido sometido el desarrollo autonómico en su conjunto, a poco menos que declaraciones retóricas de escasos contenidos. El Concierto Económico es, de entre éstos, el más destacado y hubo ya de implantarse en su día con no poco tira y afloja.

El caso es que el tiempo no ha pasado en vano e, incluso en la medida en que las apelaciones del lehendakari a tales disposiciones no sean erróneas o exageradas, sino razonables o, cuando menos, dignas de ser tomadas en cuenta, sus llamadas no encuentran eco en el ambiente político actual. Al nuevo liderazgo que se ha instalado en España le parecen desvaríos del típico nacionalista que ha dejado de hacer pie en la realidad. En el mejor de los casos, las excepcionalidades que pudieron preverse para Euskadi, en cuanto «territorio foral» constitucionalmente reconocido, son interpretadas como concesiones hechas al nacionalismo en un momento de debilidad que el Estado hace ya tiempo superó. Y así, lo que fue posible en 1978 difícilmente podría serlo hoy. ¡Como para hablar de confederación!

Pero no es éste de la realidad estatal el único muro contra el que el lehendakari tuvo que chocar en el debate del jueves pasado. Ahí estaba el portavoz de su partido para encaramarse al suyo y defenderlo a capa y espada sin ninguna consideración. Así, ante la extravagante interpretación que éste hizo de la «pluralidad» como excusa para impedir avanzar en el autogobierno, «tal y como lo fue el terrorismo cuando ETA existía», el lehendakari se vio obligado en la réplica a hacer gala de su mejor versión pactista y, en último término, democrática, para afirmar con rotundidad que «nuestro desafío –el de todos y el de los nacionalistas que tenemos un compromiso con la patria– es defender el pluralismo como elemento diferenciador, no como una patología a eliminar mediante la uniformización». Y, de igual modo, frente a la temeridad de su conmilitón, descendió de los principios al terreno de la realidad para afirmar que «un pacto entre vascos diferentes tiene carácter estratégico y debe ser… un proyecto para ser negociado y aprobado en las Cortes Generales».

La batalla está, pues, planteada de la manera más descarnada. No es fácil que se dirima sin sangre. Pero, cruenta o incruenta, quien la gane deberá tener algo más que la herencia genética de la que el lehendakari hizo gala el propio jueves, cuando, preguntado por la dificultad de acordar el Presupuesto, apeló a un optimista «mi madre fue costurera». Y es que más que hilo y aguja va a precisarse para remendar este roto.