Melonares

ABC 03/08/14
JON JUARISTI

· Nada tan sabroso como las melonadas del verano, frescas, dulzonas y bien repartidas por la geografía nacional

Cuídeme el melonar, Julián», se dice que pidió Ortega a Marías en su lecho de muerte. Porque, durante los cuarenta años del secano franquista, el páramo produjo con esfuerzo una vegetación correosa y xerófila, pero fue, ha sido, es y será siempre feraz en cucurbitáceas estivales, que aquí maduran fuera de estación, como el hortera, arbusto de la familia de las rosáceas que florece doce veces al año entre rosas (y san Vicente), desde Finisterre a Gata.

Ahora bien, nada tan sabroso como las melonadas del verano, fresquísimas y dulzonas, repartidas también por toda la península e islas adyacentes. Estupenda la de un compungido Artur Mas al definir a Jordi Pujol como su «padre político». No, no se ha referido a Pujol como su mentor, ni ha utilizado un símil exageradamente afectuoso y agradecido («ha sido como mi padre, como mi hermano mayor, como mi abuelito querido, etcétera»). No: lo ha llamado «mi padre político».

¿Sabe Mas cuál es el significado de «padre político», en castellano, o incluso de «pare polític» en catalán estricto? «Suegro». Solamente «suegro». Lo que ha afirmado Mas es que Jordi Pujol es su suegro. Es obvio que lo ha hecho sin intención de ofender, aunque, si yo llamo padre a alguien mayor en edad que no es mi padre, se supone que no lo hago para injuriarlo, pero si lo llamo suegro y no lo es, me arrogo hirientes prerrogativas sobre su prole. No dudo de que no era algo así lo que pretendía Artur Mas al llamar a Jordi Pujol «el meu pare polític» o «mi padre político», o sea «mi suegro». Nada de eso, sino todo lo contrario. Trataba de elogiarlo (eso sí, como si se refiriera a un difunto). Pero en vez de decir «ha sido mi padre en política» lo ha llamado «mi padre político», lo que no es lo mismo, sino otra cosa, «suegro». Y todo eso, minutos antes de que toda España supiera para qué han servido los suegros en la familia Pujol Ferrusola. Mas no es un melón en sentido figurado. Es un gafe en el literal y debería abstenerse de metáforas.

Mas, con todo, no pasa de la melonada simple. La melonada compleja tiene estructura binaria, como el tuit de Pilar Manjón: «Odio al neg r o de l a Casa Bl a nca. Quier o a mis ni ños e n Gaza». El odio ciega, aunque se odie en Washington y se quiera en Gaza, porque ante todo se odia y uno o una se queda entonces como Sansón, ciego en Gaza y condenado a empujar con furia su rueda de molino. Odio y quiero. Odi et amo, como Catulo. No sé por qué y me torturo. Nescio… et excrucior. Odio al negro de la Casa Blanca y a «la P de su mujer», pero amo a mis niños en Gaza y a mis niñas secuestradas en Nigeria, y eso me justifica y no soy racista aunque odie al negro de la Casa Blanca y no me prive de hacer el chiste racista que juega con el contraste de negro y blanco, como todo chiste racista que se precie, desde el chiste paternalista del negro que tenía el alma blanca –título de una novela de Insúa que inspiró una película muda de Benito Perojo, en 1927, con falso negro como el de El cantor de jazz, de ese mismo año, dirigida por Alan Crosland y primera película sonora de la historia–, hasta aquella cuarteta española que tanto ha hecho por la fraternidad nacional: «Desde el fondo de un barranco/ suplicaba un negro del Sudán:/ “Hazme blanco, Señor, hazme blanco,/ aunque sea catalán”». Cuídeme el melonar, Marías, no se nos agoste.