Memoria sin historia

EL CORREO 19/10/14
J. M. RUIZ SOROA

· ¿Necesitaba Franco a la industria de la margen izquierda para su esfuerzo militar y por ello no le convenía excederse en la represión de los trabajadores?

La historiografía relativa a la represión franquista durante la Guerra Civil ha planteado desde hace ya tiempo dos cuestiones intrigantes todavía no explicadas satisfactoriamente: la primera es la de determinar la razón por la que la represión asesina del sistema franquista sobre las poblaciones de los territorios que ocupó o iba ocupando a lo largo de la guerra («limpieza a fondo») se frenó bruscamente al llegar a las provincias vascas, de manera que las cifras del exterminio represor franquista muestran en el caso de estas provincias un carácter anómalamente bajo. La segunda es la de explicar por qué razón surgió veintiún años después un movimiento violento antifranquista precisamente allí donde la represión franquista había sido más suave (entiéndase este calificativo en un contexto comparativo y contable, en cualesquiera otro un solo asesinado es ya un infinito).

Estas preguntas no pueden ni siquiera ser planteadas en el ámbito público vasco por la sencilla razón de que la memoria creada por el nacionalismo en 1937, y aceptada desde hace tiempo como versión hegemónica por la sociedad vasca, ha sustituido el dato histórico que está en su base por otro, que no es histórico sino mítico: el de que la represión franquista se ensañó especialmente con el País Vasco, al que hizo objeto de un castigo particularmente cruel, de manera que lo convirtió en una muy particular ‘víctima colectiva’. Aunque este mito desfigura plenamente la Historia, permite en cambio insertar lo sucedido en un relato del ‘conflicto’ que describe la Guerra Civil como una guerra de España contra Euskal Herria.

Y, sin embargo, la Historia sigue ahí y no deja lugar a dudas: los datos más recientes y contrastados arrojan un total de víctimas de la represión franquista en las tres provincias vascas de entre 1.600 y 1.900 personas, sobre una población total de 891.710 habitantes. Pues bien, sólo en la ciudad de Sevilla, con una población de 805.000 personas, hubo 3.200 muertos. En Huelva provincia, con menos habitantes, hubo 6.019 asesinados. Hay pueblos como Lora del Río, Nerva o Mérida que superan por sí solos en número de víctimas a cualquiera de las provincias vascas. Y si queremos comparar con provincias tan socialmente conservadoras y católicas como las vascongadas, resulta que incluso Burgos (2.500), Valladolid (2.000), Zamora (4.500), Logroño (2.000) o Navarra (3.000 concentradas en la Ribera sindicalista) superan en asesinados a las tres provincias, a pesar de que su población era tres y cuatro veces inferior (tomo estos datos del historiador de la represión Francisco Espinosa Maestre).

Se han argüido varias explicaciones para este hecho sorprendente. Una el carácter socialmente conservador y religioso de las provincias vascas, pero este argumento no es compatible con lo sucedido en otras castellanas que no lo eran menos. Otra ha sido el supuesto ‘oasis republicano’ en Euskadi previo a la conquista franquista, que aduce que la violencia republicana fue muy inferior en Euskadi que en el resto de España, lo que habría sido tenido en cuenta como ‘atenuante’ por la posterior venganza franquista. Pero ese ‘oasis’ no responde a la realidad, puesto que el número de víctimas religiosas y de derechas no fue proporcionalmente inferior al de otras provincias (en este punto Euskadi sí cumple con la media española). También se ha señalado que cuando la maquinaria represiva franquista llegó a las provincias vascas en 1937 el inicial sistema incontrolado de matanza mediante ‘sacas’ que afectó a Andalucía, Castilla o Extremadura se había sustituido por uno más organizado (más ‘contenido’) que aplicaba la ‘justicia militar’. Lo cual es cierto, pero no sirve de explicación, puesto que los consejos de guerra sumarísimos condenaron a muerte y ejecutaron en 1937 en mucha mayor proporción que en el País Vasco tanto poco antes donde se acababa de inaugurar (Málaga) como donde se aplicó inmediatamente después (Santander y Asturias). Al final, el caso vasco salta en todo caso a la atención del historiador por su excepcionalidad. Una población vasca que representaba en 1937 el 3,75% de la española completa, aportó sólo el 1,30% de los represaliados muertos (Javier Gómez Calvo). La tasa de españoles ejecutados por Franco fue del 0,54%, la de vascos del 0,20%.

¿Fue sensible Franco a la circunstancia de que necesitaba a la industria de la margen izquierda para su esfuerzo militar y por ello no le convenía excederse en la represión de los trabajadores? ¿O lo fue a la retirada voluntaria (rendición) de los batallones nacionalistas, que en buena parte pudieron ser reutilizados directamente por el ejército sublevado? ¿O es que la afinidad social y religiosa entre franquistas y nacionalistas pesó más que su radical oposición en el terreno identitario? «Las columnas rescatadoras que Dios guía no tenían por qué actuar (en Bilbao) con el ímpetu justiciero y purificador que en Badajoz o Málaga», decía en ese sentido Giménez Caballero a la prensa donostiarra en 1937. ¿O fue que la proximidad a Francia facilitó la huida de las personas más amenazadas? No parece fácil aceptar esta última explicación. Hubo algo más: según la ‘Memoria del Fiscal del Ejército de Ocupación’ de 115 de enero de 1939, en Vizcaya se procesó a unas 11.000 personas, siendo condenadas a muerte 445, mientras que en Santander fueron condenadas 1.946 personas de las 13.000 encausadas. Y el mismo fiscal escribe: «La severidad disminuyó de modo extraordinario en Bilbao por razones políticas de la campaña y por la extraordinaria complicidad que Vizcaya brindaba a los encartados». Complicidad… ¿de quiénes, cómo y por qué?

Cuestiones que nunca se contestarán, porqueque la memoria imperante y políticamente correcta dice que ni siquiera existen como tales. Los hechos nunca tuvieron lugar, más aúnaún, fueron exactamente al revés –dice esa memoria hegemónica–.

También el otro interrogante, el cómo del nacimiento de una actividad violenta terrorista contra el régimen franquista precisamente allí donde la represión había sido menos sangrienta queda sin posibilidad de plantearse desde el momento en que la realidad histórica se niega. Para la memoria hegemónica la violencia terrorista nació como reacción a una previa y terrible violencia represora española. Pero ese dato era en gran partete ‘inventado’ o ‘construido’ por sus propios actores, puesto que objetivamente no existía ese plus de represión que el nacionalismo sostiene sino todo lo contrario. Ellos pudieron sentirlo así, pero no era así. Lo cual hace que la pregunta correcta sea la de por qué y cómo unos jóvenes nacionalistas en los sesenta creyeron de verdad que estaban asistiendo a la inmolación de un pueblo por sus enemigos cuando, en realidad, eso era un relato mítico.

Platón, el gran arquitecto racionalista de la política en ‘La República’, reconocía finalmente que para motivar al pueblo era necesario crear y difundir «nobles mentiras» o «fábulas beneficiosas», a manera de «medicina útil» para influir en los que no son sabios como los filósofos. «Con el mito se encanta uno a sí mismo», escribía en el ‘Fedón’. Pues en eso estuvimos… y en eso seguimos.