Merde!

EL MUNDO 09/08/14
ARCADI ESPADA

Querido J:
El inagotable caso Pujol ha propiciado un natural y gigantesco revisionismo que apenas está comenzando. Esta misma semana un abrumado Manuel Cuyàs, escribano de los tres gruesos volúmenes de memorias del expresidente (¡qué bien queda aquí escribir expresidente!), evocaba con desasosiego, como no queriendo pensarlo, los múltiples párrafos en que el memorialista se explayaba sobre los valores, que ha sido una de las grandes aficiones de su vida. Convendrás conmigo que esos párrafos habrán aumentado notablemente de precio, dado lo que ahora significan. Respecto al caso Pujol, sin embargo, la suya no es la única vida ni obra que conviene revisar. La vida y la obra de Albert Boadella reclaman revisarse con el mismo derecho y sentido, y en especial, cómo no, sus tres versiones de Ubú Rey.

Operación Ubú, la primera y más cercana al original de Albert Jarry fue un encargo del Teatre Lliure –de Fabià Puigserver, concretamente– a Boadella y se estrenó el 30 de enero de 1981, pocos meses después de la primera victoria electoral de Pujol. El Ubú de Jarry, aquella obra que empieza diciendo Merde!, es una deformación cruel de la figura del tirano y uno de los paradigmas de la corrupción política. Desde su estreno, el 10 de diciembre de 1896, en París, ha sido una obra difícil de aceptar. Tampoco lo fue en Cataluña. La razón está en el diálogo que Joaquín Cardona, el actor que interpretaba a Ubú, al padrecito Ubú, mantuvo con Boadella durante uno de los ensayos de la obra y que éste reproduce en ¡Adiós Cataluña!

—¿Tú no crees que soy demasiado Pujol? [le preguntaba Cardona]
—Bueno, es posible; ¿y qué?
—Pues que se lo van a tomar muy mal.
—¡Qué va! Ya no estamos en la época de Franco; ahora los políticos se han acostumbrado a ser parodiados.
—Sí, pero esto no es una simple parodia: aquí no queda títere con cabeza. No voy a poder trabajar más en este país.

Los temores de Cardona, aunque exagerados, tenían un fondo de verdad. Enmedio de algunas representaciones se produjeron gritos y pitidos más o menos organizados, y en una de ellas especialmente vistosa, se le recordó a Boadella donde estaban los límites de la crítica, gritándole, ¡Així no, Així no! Pero, naturalmente, fue el Ubú president de 1995 el que desencadenó la ira definitiva. Las intenciones de Boadella ya estaban perfectamente exhibidas en el gigantesco aguilucho tocado con la barretina que aparecía en el cartel y en este párrafo del programa de mano: «[Pujol] penetra cada día con más cara en nuestra intimidad creyéndose un miembro más de nuestra familia, una especie de arrebatado que riñe, aconseja, amenaza, moraliza y pontifica inútilmente a todo un pueblo ya muy bien domesticado.»

Seis años después, en el 2001, es decir 13 años antes del 25 de julio de 2014, día de la Confesión, Boadella se encaraba con la decadencia del pujolismo en Ubú president, o los últimos días de Pompeya. En una de las escenas aparecían los hijitos del Excels correteando por una de las salas de Palacio donde su padre recibía en audiencia. En un momento de las correrías una de las maletas se caía y se abría, mostrando que en su interior se apilaban gruesos fajos de billetes.

El Excels riñó a sus hijos paternalmente y pidió la comprensión de su visita: «Ai, ai, aquests nens sempre se’ls ha de vigilar…» Y acto seguido se metió un buen fajo de billetes en su propia cartera.

Yo creo, querido amigo, que Pujol ha ganado en su personal combate con Boadella. Es decir, Boadella no llegó a imaginar que su personaje favorito, aquel que un día dijo a un grupo de amigos políticos: «Yo tengo la obligación de estar en contra de lo que es y representa Boadella» pudiera un día escribir y firmar de su puño y letra la frase: «No es va trobar mai el moment» (No hubo ocasión) para justificar que en 34 años no se acogiera a la regularización fiscal. Y no pudo, en consecuencia, imaginar que el presidente de la Generalidad de Cataluña compatibilizara su actividad con la de evasor. La realidad siempre gana. Pero, como demuestran sus tres Ubús, proféticos desde el primer día, si hay alguien que en Cataluña estuvo cerca de la realidad fue Albert Boadella i Oncins, dramaturgo. De tal modo que lo que una sociedad culta y poderosa debería hacer ahora no solo es examinar e impugnar los miles de discursos del padre de la patria, sino los cientos de escenas que con él cosió su bufón. Porque el bufón decía la verdad: Pujol fue un corrupto.

El homenaje, pues, no debe tardar. Dudo que se lo haga la sociedad cultural catalana, que tanto se parece a su padrecito, pero sí debe hacérselo el conjunto de la sociedad y la cultura españolas. Porque no es frecuente, de hecho es puramente extraordinario, que la poesía quede probada.

Homenaje aparte, para el que tú yo vamos a poner desde ahora nuestro diezmo, lo único que exijo y espero es que ahora Boadella mande vaciar el impresionante corpus de la palabra pujolista (1980-2014) en todo aquello que aluda a ejemplo, solidaridad, honradez, patriotismo, sacrificio, familia, valores… Y que su actor Ramon Fontseré, solo con una silla de mimbre en el escenario y pinchado con una aguja de luz cenital, vaya declamando con ellas el monólogo inexorablemente shakesperiano del fin.

Sigue con salud
A.