Migraciones

JON JUARISTI – ABC – 06/09/15

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· Para evitar el sentimiento de culpa, los europeos están dispuestos a asumir cualquier culpabilidad imaginaria.

Hace algunos años, conocí al director de los museos de Palmira, Khaled al Asaad, decapitado por los integristas de Estado Islámico el pasado agosto. Era un sabio y un funcionario honesto. En mayo se portó como un héroe que, ante la inminente llegada de los asesinos, eligió quedarse a salvar las antigüedades y las ruinas a su cargo (aquéllas que Volney glosó en uno de los primeros textos del romanticismo europeo). Khaled al Asaad era un tipo decente. También un nacionalista sirio y un firme partidario de Bashar al Asad.

Los sirios que tratan de llegar a la Europa rica dicen venir huyendo de la dictadura de Bashar al Asad, que mata a los creyentes (es decir, a los musulmanes). Sin duda. Pero esa misma dictadura protege de los integristas islámicos a los alauitas, a los cristianos (caldeos, grecocatólicos, armenios), a los yazidíes y a los nacionalistas. El conflicto del que escapan o dicen escapar los fugitivos que llegan estos días a Europa es el que opone, en buena parte de la Casa del Islam, al nacionalismo laico (dictatorial y corrupto) con el integrismo (criminal y fanático).

Sin duda, una buena parte de esa multitud musulmana fugitiva huye de ambas partes enfrentadas como de un todo mortífero (aunque sólo se les oye maldecir al bando del gobierno). También se están yendo de Siria cristianos de las regiones amenazadas por Estado Islámico. Pero no vienen en estos contingentes de refugiados. Como los coptos de Egipto, marchan silenciosamente a comunidades ya establecidas en la diáspora, algunas desde antiguo. En la migración que avanza hacia la Europa rica a través de Turquía, los Balcanes y Hungría, sólo hay musulmanes. Pobres o arruinados por la guerra. No traen consigo equipajes pesados ni ajuares. Vienen con lo puesto. Con lo puesto y con un saber.

Prescindo del hecho de que entre los fugitivos sirios esté llegando a la Europa rica un número indeterminable de yihadistas. Todos lo sabemos. Ignorarlo sería del género idiota. Si yo fuera un dirigente de Estado Islámico aprovecharía la confusión migratoria para introducir todos los terroristas que pudiera en la Casa de la Guerra, pues esa sería mi principal obligación: no desaprovechar ocasión alguna para matar kefires, cruzados y, por supuesto, judíos. Pero hablemos del saber. ¿Qué saben los fugitivos sirios? Saben que llegar al corazón de la Europa rica requiere llegar antes al corazón de los europeos, y por eso traen niños. Niños que arrojan al otro lado de fronteras teóricamente infranqueables o que tumban en las vías del tren. Saben que, allá en su tierra de origen, estos efectos patéticos (codificados en una espontánea retórica de la desesperación) no valen con los asesinos baasistas o yihadistas, a los que niño más, niño menos, importa muy poco, pero a los europeos les despiertan sentimientos de culpa que deben eliminar cuanto antes porque están convencidos de que la culpa es tóxica y produce cáncer.

Y los yihadistas saben algo más que esto. Saben que un número creciente de europeos ve cercana e inevitable la islamización de Europa. Con fatalismo y, en muchos casos, con alivio. La ven como un pacto hobbesiano que les ahorraría luchar por su vida y por su libertad. Cito: «Esta confrontación (o choque) de culturas podrá tener resultados sangrientos, y estoy convencido de que en cierta medida los tendrá, no serán eliminables y durarán mucho tiempo. Sin embargo, los racistas deberían ser (en teoría) una raza en vías de extinción» (Umberto Eco, Las migraciones del Tercer Milenio, 1997). O sea, no me miren. Miren hacia donde mira la Europa antisemita. Perdón. Quise decir antirracista.

JON JUARISTI – ABC – 06/09/15