Milites

ABC 07/01/15
DAVID GISTAU

· El Ejército ni concede ni retira credenciales públicas. Le basta con ser eficaz en lo posible

UNA reflexión con la que siempre se tiene éxito en determinados ambientes consiste en decir que cualquier partida presupuestaria destinada al Ejército estaría mejor empleada en otra cosa. Incluso ha ido cuajando un antagonismo artificial de valores según el cual hay que elegir entre Ejército o servicio social, como si el dinero militar obligara indefectiblemente al sacrificio de unos cuantos pensionistas abandonados a su suerte fuera del iglú como viejos esquimales desechados. Incluso Pedro Sánchez, un hombre que podría gobernar, cuando habla procurando sólo gustar –es decir, siempre–, cae en esa trampa de las falsas prioridades y declara prescindible el Ejército como si la seguridad estuviera garantizada por los centrales del Cholo Simeone y el gasto militar fuera un impedimento de la felicidad colectiva con playas como las de Malibú.

Ni siquiera se trata ya, en las supersticiones socialdemócratas, de recelar de la naturaleza golpista de aquel Ejército arrinconado socialmente al que Umbral llamaba «coloso triste» y que pagó su penitencia hace décadas. Tiene más que ver con el fracaso de una explicación, la que indica que una nación no aislada y consciente de sus compromisos también se proyecta a través de las misiones exteriores. El Ejército se ha despojado de su casticismo. No así los que insisten en reducirlo a un cliché casi folclórico y, ya sea por exceso de verborrea patriótica, o por prejuicios hostiles inconcebibles en otros países europeos, siguen sin comprender que el «coloso», que ni coloso es ya, es un personaje más integrado en el siglo XXI que las soluciones políticas con las que trabajamos como hipótesis. No en vano, los populismos auguran la destrucción de un ideal continental construido por la generación política del 45 sobre los escombros de las guerras. A esa hipótesis me refiero, a la que en toda Europa se afana por liquidar una imagen de significado más hondo en Francia que en España: la de Mitterrand y Kohl tomados de la mano delante de un osario que contenía los restos de europeos que se mataron entre sí. Después de eso, resulta frustrante comprobar que el sistema inmunológico europeo comienza a no reaccionar contra los nacionalismos, los redentorismos y las interpretaciones regresivas de la historia que se trataba de superar para siempre. Ese es el ciclo cuya extinción debería angustiarnos, no el de la Transición.

Antes de la primera Pascua de Felipe VI, oí decir con frecuencia que el Ejército se sentía más cómodo con el rey anterior, más «cuartelario», más «milites» que «quirites», por rescatar la arenga cesariana. Es verdad que el discurso del rey actual tuvo algo de meritorio comprometido al examen de «servir», como si ayer hubiera necesitado obtener un aval. Cuando no es así. El Ejército ni concede ni retira credenciales públicas. Le basta con ser eficaz en lo posible y con convivir con esos residuos de hostilidad social que forman parte de cuanto quedó inconcluso en la progresión europea de España.