SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

Uno, que ya tiene edad para ser dueño de una biografía compleja, conoció a la ministra portavoz en unos tiempos en que su ambición no superaba tan de largo su talento. O tal vez es que yo me fijaba menos, que también podría ser. El caso es que la ministra Celaá hizo pareja artística con Fernando Grande-Marlaska, que en sus tiempos de juez fue la mejor prosa jurídica de todas las Españas. Pena de una evolución como la del banderillero de Juan Belmonte.

Comparecía el ministro del Interior para explicar el desastre que la gota fría ha dejado por el Levante y el Sureste español. Preguntado por el runrún de la visita del doctor Sánchez a la zona del desastre, dijo que el presidente se trasladará al lugar de los hechos «cuando su presencia no sea disfuncional». Uno siempre ha creído que la presencia de los gobernantes en los lugares de catástrofe, lejos de ser disfuncional, supone una escenificación de los lazos que deben unir a representantes y representados. Recuerdo haber criticado la renuencia de Aznar a viajar a la Galicia del chapapote y haber recordado entonces que Gerard Schroeder ganó las elecciones de 2002 que tenía cuesta arriba en las encuestas, gracias a su gesto de calzarse las botas para compartir con los votantes la desgracia.

Zapatero no anduvo muy listo en eso. Aquel 5 de agosto de 2005 en que se declararon los incendios de Guadalajara. A las 8 de la tarde fue con Sonsoles a ver La flauta mágica en versión de La Fura dels Baus, sin que al parecer nadie considerase conveniente avisarle de que 11 retenes habían perdido la vida entre las llamas. Lo siguiente que hizo fue viajar a China dejando a la vicepresidenta Fernández de la Vega el encargo de viajar a Guadalajara.

La ministra portavoz explicó reiteradamente la imposibilidad de que haya un acuerdo. «El Gobierno de coalición es inviable, aceptemos esa realidad». Es evidente que la transición no la hicieron gentes como estas. Celaá se expresa mediante apotegmas, sentencias que se justifican en función de la autoridad de quien los dice. ¿Y por qué es inviable, si puede saberse? Y la ministra responde al punto: «Por la desconfianza». Pero hombre, mujer, señora ministra, la democracia toda es siempre y en toda tierra de garbanzos un contrato de desconfianzas. Esto ya lo sabía Plauto y después se lo citó Hobbes: «El hombre es un lobo para el hombre». El material con que se construye el sueño democrático es precisamente la desconfianza, el pesimismo antropológico. Por eso se negocian las constituciones, las leyes. Por eso hay Gobierno y oposición, por eso se controla parlamentariamente al Gobierno. Hay ejércitos, tribunales de justicia, cuerpos de Seguridad del estado, tribunales de Cuentas. Por eso tenemos un Código Civil y un Código Penal y por eso el presidente en funciones nombró ministro del Interior a un hombre que había hecho un buen papel como juez.

El doctor Sánchez, un año ya desde el desvelamiento de su plagio no se fía de Pablo Iglesias y hace bien. Pero las mismas razones tiene Iglesias para la desconfianza. Por eso hay que negociar y firmar unos papeles. «Lo escrito, escrito queda», como decía María Luisa Ponte en El verdugo.