Miseria de la política actual

EDUARDO TEO URIARTE – 01/04/16

Eduardo Uriarte Romero
Eduardo Uriarte Romero

· Hace más de siglo y medio Marx escribió “Miseria de la Filosofía” no tanto porque la considerase miserable –su tesis doctoral se inició sobre Demócrito y Epicuro- sino porque, como indicaba el subtítulo, respondía a la obra “Filosofía de la Miseria” del anarquista francés Proudhon. Marx no simpatizó con el anarquismo por muy proletario que fuera, lo consideraba sentimental e irracional, y con cierta virulencia se aprestó rápidamente a refutar con sarcasmo el libro del revolucionario francés al que calificó de Biblia. “Nada falta en él –escribió-: “Misterios”, “Secretos arrancados al seno de Dios”, “Revelaciones”… Tal es así, que en cuanto pudo apoyó la escisión de la I Internacional, dominada por el anarquismo, constituyendo la Segunda para dar entrada a su concepción del socialismo. A la vez, por carta a Engels, manifestaba su preocupación por la situación del incipiente movimiento obrero en España copado por el anarquismo.

En España la historia ni siquiera se repite como farsa. No permitimos que se repita porque  siguen aquí permanentes los mismos elementos ideológicos y sus consecuencias políticas. Las ideas surgidas en el siglo XIX, que a su vez debían mucho a la reacción frente a la Ilustración, forman parte de nuestra cultura, de nuestras malas costumbres políticas –frente a las buenas que descubriera Tocqueville en el republicanismo norteamericano-, impidiendo el progreso, la modernización, haciendo fracasar, finalmente, la II República. No hay retorno a lo malo del pasado, es que no hemos salido de él salvo momentáneamente con la generación de la Transición, que parecía haber aprendido de ese lúgubre pasado siempre presente. Generación que se agotó en Aznar.

Son los mismos fundamentos perniciosos, el irracionalismo, la emotividad y el cainismo, los que hoy perviven erigiendo un discurso antisistema  frente al democrático. Marx apreció prontamente que frente a una débil burguesía, ideológicamente moderada y tradicionalista en su mayoría, existía un movimiento obrero anarquista al que había que sustituir mediante la II Internacional promoviendo un partido socialista. Sin embargo, sus seguidores españoles, salvo muy limitadas excepciones individuales -su hija y yerno se suicidaron en el empeño-, permanecieron fieles al idealismo y al radicalismo anarco-sindicalista.

Así hoy, refutado el racionalismo de González internamente en su partido, desde el PSOE a Podemos se ha producido una deriva ajena al republicanismo político, cuestionando los elementos básicos y formales de toda democracia, y su pose antisistema les lleva a un nihilismo libertario que les arrastra a los románticos nacionalismos periféricos. La adhesión de Podemos a la celebración nacionalista del Aberri Eguna el domingo de Resurrección es una prueba palpable de esa lógica acrática contraria a ordenamientos convencionales democráticos, simpática con todo lo que atente contra todo Estado, sincrética de todo pensamiento populista, y digna consecuencia de los sistemas educativos nacionalistas que la falta de consenso en esta materia ha brindado a las autonomías. La esperpéntica cumbre de la negación del sistema: desde un discurso que se autocalifica de izquierdas a la comunión nacionalista, siendo el nacionalismo, como lo califica Boadella, la ultraderecha. Así Podemos acaba de entrar en la concepción del nacionalismo, justificativa del terrorismo, del “conflicto entre Euskal Herria y España”.

No sólo es Podemos, fuerza de los indignados por la opresión del sistema, los que comulgan con el nacionalismo, es que en el PSOE desde Zapatero el discurso es libertario, se manifiesta contrario a la legalidad y al juego constitucional, amén de manifestar una concepción instrumentalizadora del Tribunal Constitucional digna de un totalitario, consecuencia final de todo anarquismo.  No hay más que leer sus opiniones en la entrevista concedida en La Vanguardia (27/3/2016) sobre la situación en Cataluña.

No es que Zapatero sea un nacionalista, es que el ex-presidente es un libertario sin saberlo, es un personaje sin conciencia de la nación, de la nación que gobernaba, como espacio de encuentro político y democrático. Su cultura no ha transcendido a la política, es sindicalista. Por eso sigue considerando, y no es algo minoritario en el actual PSOE, que la nación se puede descuartizar en eso que llama España plural, donde la nación no existe, pero que, por el contrario, es fundamental para dar cabida a un nacionalismo catalán imposible de satisfacer, mediante un Estatut con la mención de Cataluña como nación. Para España es un concepto discutido y discutible, para Cataluña es imprescindible, siendo como es el concepto básico de la política que niega a España. Con este pensamiento no es difícil entender por qué él siempre vio “en Esquerra un alma sensible al destino colectivo de España”.

La negación de este concepto básico, la nación, que la izquierda niega a España y que servilmente asume de los nacionalismos etnicistas, supone el origen de la incapacidad política del PSOE, el origen de su rechazo a los necesarios acuerdos de naturaleza fundamental en todo estado democrático. Si ni siquiera se comparte un concepto republicano de la nación, si se añade una obsesión infantil por la reforma de la Constitución, es que el PSOE desde hace tiempo es parte del problema de España, no del catalán, ni del vasco, que son consecuencia de ese problema mayor. El Nuevo Estatut y la negociación con ETA demostraron que el PSOE era el problema de España.

En este sentido, ante el abandono socialdemócrata y su deriva libertaria, el surgimiento de Podemos es en gran medida la lógica consecuencia del devenir del PSOE, además de los factores que le han impulsado en la crisis económica. Un PSOE de textura socialdemócrata hubiera limitado la credibilidad de Podemos, y hubiera sido proclive, genéticamente proclive, como el resto de las socialdemocracias europeas, a un encuentro con la derecha ante los retos graves existentes. La democracia exige una actitud de cohesión democrática, y es imposible con una izquierda cuya casi única seña de identidad es la fobia con la derecha.

Eduardo Uriarte Romero