Misericordia y arrepentimiento

JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 08/09/14

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· La cultura moderna y su ideal de autonomía ilimitada está en las antípodas del mensaje de Jesús.

Parece que los observadores de la política eclesiástica coinciden en valorar el nombramiento de monseñor Osoro para ser arzobispo de Madrid como la culminación de una revolución en el catolicismo español. El último baluarte de una manera conservadora de entender la fe cristiana y el último baluarte de la defensa del derecho a opinar sobre cuestiones políticas que afectan a la moral desde una perspectiva tildada de conservadora, si no reaccionaria, el cardenal Rouco Varela, ha quedado definitivamente fuera de juego. Ahora la dirección de la Iglesia católica en España ha quedado en manos de seguidores del papa Francisco, aperturistas, moderados, pastores que huelen a rebaño. Atrás han quedado los planteamientos apocalípticos de Rouco, nos dicen los comentaristas más entendidos.

Es interesante el uso de este adjetivo, apocalíptico, para calificar las posiciones del cardenal Rouco Varela. Y se da entender que mantener posiciones apocalípticas, cuando se usan además calificativos como conservador o ultraconservador, es algo que no encaja con la posición del papa Francisco y con la visión de la fe cristiana del Papa. Al tildar de apocalípticas las posiciones del cardenal dimisionario parece que se refieren al juicio estricto y crítico de ese obispo en cuestiones bastante nucleares de la cultura moderna que impregna la sociedad española.

Escribe el profesor Ludger Schenke en su libro ‘Jesús antes del dogma’ que se puede dar como seguro el dato de que Jesús fue al lugar en el que Juan el Bautista procedía a predicar y a bautizar a quienes se acercaban a él. Y dice también que el núcleo de su mensaje estaba en su referencia al hacha que ya está en la raíz del tronco podrido para cortarlo. El término importante es el ‘ya’. Ha llegado la hora. No hay más demoras ni posposiciones. Es necesario que los creyentes judíos se conviertan, pues la hora del juicio ha llegado ya. El punto de partida de la predicación de Jesús es esta percepción apocalíptica de Juan el Bautista: ha llegado la hora, ya no hay más tiempo, no se puede esperar, el juicio de Yahveh es inminente. Es el apocalipsis.

Cierto es que Jesús predicó y bautizó, aunque no exigió a sus seguidores que se bautizaran. Cierto es que Jesús fue en busca de los judíos sin esperar a que estos vinieran al lugar en el que él predicaba. Pero también es cierto que lo que Jesús predicaba era la inminencia de la llegada del reino de los cielos, hasta el punto de afirmar que en los demonios que él y sus discípulos expulsaban la inminencia de la llegada del reino de los cielos se ponía de manifiesto, incipientemente o como señal. Pero Jesús predicaba en un contexto en el que la inminencia de la llegada de algo definitivo era constitutivo de su mensaje.

El reino de los cielos es descrito por Jesús como un banquete, como una fiesta, a la que están convidados todos los judíos, no sólo los creyentes y los fieles, los que cumplen con la ley, sino también los pecadores. En este sentido se puede decir que el reino de los cielos, que es el contenido nuclear de la predicación de Jesús, es la fiesta de la misericordia sin fronteras.

Pero sería equivocado olvidar que para Jesús la misericordia tiene relación con la disposición del convidado a la fiesta del reino. Para Jesús está más cerca del reino el publicano que se esconde en la penumbra de la sinagoga que el fariseo que se coloca en el centro y se vanagloria de su cumplimiento de todas las reglas: el publicano está más cerca porque muestra arrepentimiento, mientras que el fariseo tiene que descubrir primero que él también es pecador para poder acercarse al reino. No hay misericordia sin arrepentimiento, pero el arrepentimiento no es la causa de la misericordia. La misericordia es de Dios, y sólo de Dios. Jesús no critica la riqueza, sino que los ricos depositen su confianza y su seguridad en el dinero. Pero la seguridad y la confianza las puede dar sólo Dios, el Padre. Jesús no dice que tengamos que dejar de trabajar cuando predica que el Padre se preocupa de los pájaros y de los lirios del campo que no siembran ni recolectan. Subraya que, aun trabajando, los hijos del Padre deben depositar su confianza en él, y sentirse seguros sólo porque él vela por sus hijos. Es la vieja doctrina del Antiguo Testamento según la cual el único pecado es la idolatría: confiar en falsos dioses, depositar la garantía de seguridad no en Dios, sino en el dinero, en el cumplimiento de las leyes, en todo aquello que puede servir para darnos la sensación de seguridad.

Este mensaje implica que la puerta de entrada en el reino de la misericordia es la conciencia de ser pecador, y por ello, la obediencia a la oferta de confiar en la palabra que dirige Dios al hombre. Pura heteronomía. Pura dependencia del otro. No me salvo a mí mismo, me salva el que me habla, el que me pide que me abandone a su lealtad, que renuncie a crearme mis pequeños dioses que ofrecen aparente seguridad porque los puedo manipular a mi antojo, como en la magia.

Pero bien mirado, esta idea de la obediencia, de la conciencia de ser pecador como puerta al reino de la misericordia es todo lo contrario de algunos principios de la cultura moderna llevados al extremo. La idea de autonomía ilimitada, el principio de autodeterminación sin límites, la idea de potencia transmitida por las tecnologías (Richard Sennet), la idea del derecho absoluto al aborto en la frase «mi cuerpo es mío», la negación de la dependencia de las relaciones con los otros como constitutivas del ser humano, la idea de soberanía como poder absoluto, el absolutismo del mercado, de las leyes económicas, de los principios de lo político –querer es poder–, todo ello está en las antípodas del mensaje de misericordia y arrepentimiento de Jesús. Porque ¿quién sino el pecador está necesitado de misericordia, y quién sino el arrepentido entrará en el reino de los cielos? Pero la conciencia de ser pecador depende del juicio del Dios que promete misericordia.

JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 08/09/14