Félix de Azua-El País
Por fin tenemos neofascistas en España. Un tren europeo que, esta vez, no vamos a perder
Las cosas no pueden ir mejor: en muy escasos días se les ha caído la máscara a dos de los más farisaicos elementos de la política española. El pobre Iglesias, bajo cuyo disfraz de sin techo se cobijaba un ricacho algo hortera; y el nacionalismo catalán, tras cuyas sonrisitas curiales se disimulaba la navaja oxidada de los quinquis.
Hace ya mucho que, hablando con políticos españoles, les había yo advertido sobre lo que de verdad piensan los nacionalistas catalanes. Nunca me creyeron. En sus cabezas (harto holgazanas) no cabía la modernidad catalana de un partido neofascista. Ahora ya lo saben. Lo que Torra dice de los españoles (él incluido, claro) es lo que he podido oír decenas de veces en círculos catalanes cuando creen estar hablando en privado, tanto las derechas como las izquierdas. No solo quienes siempre fueron racistas de tradición alemana, como los secuaces de Pujol, sino también los topos que se escondían en el partido socialista catalán, especialmente algunos del clan de los Maragall (hoy todos secesionistas), que eran los más explícitos porque estaban acostumbrados a mandar a la servidumbre.
Ahora ya está claro, tenemos en España una banda neofascista encabezada por Torra que en nada se diferencia de la Liga italiana, de los lepenistas franceses, de los racistas alemanes, flamencos y holandeses, o de los prenazis húngaros. No íbamos a ser una excepción, los españoles. Somos europeos, ¿verdad?, pues ahora ya sabemos a quién apoyan los de la CUP, los de la así llamada izquierda como Domènech, la Colau y otros especímenes, o los sofocantes sindicalistas podridos que desfilan con las tropas nacionales.
Menos mal. Por fin tenemos neofascistas en España. Un tren europeo que, esta vez, no vamos a perder.