Muerte y transfiguración de ETA

El refrendo obtenido por Bildu no cancela la trayectoria de la banda terrorista, ni la deslegitima como agente político, sino que acata su nueva estrategia. Cabe preguntarse si esa fidelidad a los medios no violentos se mantendría si ETA no consigue con ellos lo que apetece y vuelve a las andadas. Porque aún no se ha disuelto el grupo mafioso y dice que se mantendrá así -en un ominoso stand by- hasta la victoria final.

La irrupción de Bildu en las instituciones vascas ha producido un alarmado estruendo que va a continuar resonando largo tiempo y que producirá sin duda alianzas y desistimientos políticos de nuevo cuño. ¿Puede analizarse semejante sobresalto? Proclamar sin más que ETA ha entrado en Ayuntamientos y Diputaciones gracias al gobierno socialista y los jueces a sus órdenes es una simplificación -o quizá una simpleza- sectaria. Lo mismo que decretar la derrota del Estado de Derecho, las víctimas y la democracia occidental como efecto de tal desaguisado. ETA no son ciertas personas, sino el procedimiento terrorista: atentados, amenazas y extorsiones. Si gente que fue de ETA o aledaños renuncia explícitamente a él para entrar en las instituciones, ya no son ETA: son otra cosa, quizá también peligrosa, pero no ETA. Y como esa renuncia no ha sido espontánea, sino forzada por la resistencia cívica, la Ley de Partidos y las fuerzas del orden, el lado de los ángeles no ha sido derrotado. Sostener lo contrario es hacerle bobamente el juego a quienes finalmente han tenido que doblegarse ante las normas que tanto tiempo conculcaron.

Pero tampoco es cierto que la alarma ante Bildu solo se deba al rechazo conservador de su ideología independentista (frente a la cual, como ante cualquier separatismo, no faltan motivos de alarma). ¡Otra simpleza sectaria! Ahí está el caso de Aralar para demostrar lo contrario. La gente de este partido son inequívocamente independentistas y rechazaron la violencia de ETA hace años, condenando sin rodeos los atentados. Por esa actitud se ganaron la animosidad de la banda terrorista y de Batasuna, exteriorizada en diversas ocasiones. Su legalidad no ha sido discutida por nadie e incluso se les ha puesto como ejemplo a Sortu y Bildu de lo que deberían hacer para disipar justificados recelos. Sin embargo, han obtenido muy mal resultado electoral. Si es cierto, como aseguran algunos expertos, que los abertzales cosechan más votos cuando renuncian a apoyar la violencia y ETA no actúa… ¿por qué Aralar no se ha beneficiado de ello y en cambio Bildu sí?

La respuesta parece evidente… alarmantemente evidente: porque Aralar rechazó la violencia contra la voluntad de ETA, mientras que Bildu (y Sortu) anuncian que renuncian a ella con permiso de ETA y con su complacencia política. Es esta circunstancia diferencial lo que nos preocupa a muchos de Bildu, no su independentismo. El refrendo obtenido por Bildu no cancela la trayectoria de la banda terrorista, ni la deslegitima como agente político, sino que acata su nueva estrategia. Cabe preguntarse si esa fidelidad a los medios no violentos se mantendría si ETA no consigue con ellos lo que apetece y vuelve a las andadas. Porque aún no se ha disuelto el grupo mafioso y dice que se mantendrá así -en un ominoso stand by- hasta la victoria final. Quienes han votado a Bildu y han rechazado a Aralar saben perfectamente que han premiado la fidelidad y han castigado a los díscolos. En su mano estaba hacer lo contrario: apoyar el independentismo pero empezando por independizarse de los terroristas…

Belén Altuna lo ha explicado muy bien (Tristelecciones, EL PAIS, 24 de mayo): con Bildu omnipresente en Ayuntamientos y Diputaciones, ¿qué posibilidades reales habrá de llevar a bien la pedagogía antiterrorista que se intentaba en las aulas, en las calles, en los ámbitos festivos? ¿Cuándo se disipará realmente el miedo que las fechorías no condenadas de esa ETA ahora en duermevela han impuesto a los vascos no nacionalistas? Recuerdo muy bien el Chile posterior a la dictadura, cuando Pinochet aún vivía y conservaba mando militar: duraba el temor y la democracia hablaba en voz baja. Todos sabían que los pinochetistas seguían pavoneándose y no eran pocos: sin duda más que los 313.231 simpatizantes del pasado sangriento que aún tenemos en Euskadi…

Fernando Savater, EL PAÍS, 31/5/2011