Miquel Giménez-Vozpópuli

El pacto entre Sánchez e Iglesias nos obliga a recordar la Ley de Murphy: si algo puede ir mal, irá mal

Añadamos que, tras Murphy, llegó otra meta esclarecida, la del filósofo O’Toole, que formuló su célebre postulado: “Murphy era un optimista”. Mucho nos tememos que ambas tesis se van a cumplir en el caso de que Sánchez e Iglesias encuentren los apoyos parlamentarios suficientes para sacar adelante el primer gobierno de coalición español en la historia de nuestra democracia. Como catalanes recordamos con un pánico cerval los tripartitos de Maragall y Montilla, y como a aquel ir y venir se le denominó, muy justamente, el Dragon Khan. Añadamos que de aquellos tripartitos nacieron estos separatismos, porque sin el Estatut que Maragall se sacó de la manga y que nadie le pedía, ni siquiera Convergencia, hemos devenido en este aciago y desdichado procés. 

Desde luego, si los impactos se miden por sus ondas concéntricas, la cosa pinta ruina para los que no somos separatistas, porque ya están Torra y los suyos frotándose las manos. Saben que los votos separatistas y bilduetarras le hacen más falta a Sánchez que el pan que come y, claro, van a tener que tragarse sapos y más sapos si quieren su apoyo. Es la vieja tesis de Convergencia, el chantaje a cambio de ofrecer “gobernabilidad”. Quizás algunos dirán que en el texto del preacuerdo se explicita diálogo para Cataluña, sí, pero dentro de la Constitución. Algunas alegaciones. En primer lugar, no es Cataluña quien necesita dialogar, sino los separatistas. Ya está bien de meternos a todos en el mismo saco, con el consiguiente rédito que obtienen los de la estelada. Segundo, la Constitución se hizo de manera que ahí cabe casi todo. Otra cosa es que su reforma requiera muchísimos trámites y algo de lo que hace años carecemos, es decir, consenso.

Pero que los vientos soplan en esa dirección es indiscutible. Que entre las personas presentes anunciando el pacto estuviese Jaume Asens, mano derecha de Colau y furibundo defensor del separatismo, es significativo. Ya se habla públicamente de que el régimen del 78 ha terminado y ahora comienza un tiempo nuevo, tremenda chorrada pijo progre que no significa nada, porque todo tiempo conjugado en futuro es nuevo. Un eufemismo más para ocultar lo que en realidad quieren decir: vamos a cargarnos la Constitución, la nación española, la unidad territorial y, ya si eso, la monarquía. Ese es el programa del nuevo Frente Popular versión 2.0, que nadie lo dude.

Lo que cuenta es que el doctor Sánchez puede razonablemente considerarse presidente, que Torra y su mariachi combo pueden acabar saliéndose con la suya

Que mientras aguantamos la respiración ante tamaño error histórico la Guardia Civil detenga a gente presuntamente implicada en el desvío de fondos públicos hacia organizaciones próximas a la ex Convergencia, que La Jonquera haya estado monopolizada por los ridículos bien pagaos con cancioncitas incluidas o que en el Parlamento catalán estén con el sempiterno asunto de votar el derecho a la autodeterminación –la primera vez fue con Pujol en la década de los ochenta del pasado siglo – carece de relevancia.

Lo que cuenta es que el doctor Sánchez puede razonablemente considerarse presidente –lo que dure Iglesias sin desmelenarse-, que Torra y su mariachi combo pueden acabar saliéndose con la suya, que no es otra que hacer ver que consiguen algo y seguir chupando del bote, y que Pablenin va a gobernar. Recuerdo la conmoción que supuso en la Italia del siglo pasado la posibilidad de que los comunistas de Berlinguer entrasen en el gobierno de Craxi, socialista él, que tuvo que salir por patas cuando la operación Mani Pulite, recuerden, la que investigaba la Tangentópolis, la corrupción institucionalizada en el país de Verdi y de la Mafia.

Murphy y O’Toole se quedaron cortos, me dicen que comentan desde Langley a Berlín.