Reseña sobre el libro de Félix Ovejero Lucas ‘Contra Cromagnon. Nacionalismo, ciudadanía, democracia’ en el que, dice Savater, «se establecen bien las incompatibilidades de un pensamiento ilustrado y progresista con la faramalla nacionalista y quedan flotando las razones últimas de esta sorprendente colusión».
“Contra Cromagnon. Nacionalismo, ciudadanía, democracia”, de Félix Ovejero Lucas, ed. Montesinos, Barcelona 2007. 283 pags.
Actualmente  abundan los libros acerca de misterios esotéricos, sectas diabólicas,  enigmas de otros mundos (aunque están en éste), conspiraciones  rocambolescas, templarios varios y otros secretos indescifrables. Pero  la obra que aquí reseñamos versa sobre un jeroglífico más impermeable al  sentido común que cualquiera de ellos: la abducción de la izquierda  hispánica por los nacionalismos separatistas, cuanto más radicales  mejor. A diferencia de otros raptos extraterrestres, éste suele ser  negado por quienes lo han sufrido: protestan que ellos no son en  absoluto nacionalistas, todo lo contrario, aunque –eso sí- apoyan a los  nacionalistas, hablan como los nacionalistas, votan junto a los  nacionalistas, forman “mayorías de progreso” (sic) con los  nacionalistas, aborrecen a los adversarios del nacionalismo y, pese a  que ellos son de izquierdas pero no nacionalistas, aceptan que los  nacionalistas son de izquierdas… o más de izquierdas que quienes no son  nacionalistas. Mysterium tremendum! De los pocos rasgos  inequívocos que tenía la izquierda en nuestro país –el antinacionalismo y  el anticlericalismo, dos insignias de cordura histórica en España- ya  ha perdido clamorosamente la primera y puede que la segunda, Alá  mediante, se desvanezca en altares multiculturales dentro de no mucho.  Aún les queda, eso sí, la nacionalización de la banca, pero últimamente  se les oye hablar poco del asunto.
A  tratar esta insoluble perplejidad, entre otros temas anexos, va  dedicado este libro, cuyo título alude a una genial viñeta de El Roto  que figura como epígrafe. Su autor, Félix Ovejero, es economista y  sociólogo de la política: desde hace veinte años profesor en la  Universidad de Barcelona, antes lo fue también en Estados Unidos. Pero  además es uno de los promotores del Partido de los Ciudadanos y “Contra  Cromagnon” puede considerarse, entre otras cosas, como una  fundamentación teórica de la posición frente al nacionalismo de este  imprescindible nuevo partido político. En esta clave les vendría bien  leerlo para despejar telarañas mentales –en el caso de que no sean  congénitas, claro- a los que siguen preocupados por el “españolismo  rancio” de quienes se oponen al disparate separatista, tanto en su  versión hard como light (me encanta ese calificativo,  “rancio”, para descalificar a los adversarios del regreso a Cromagnon).  El libro se abre con demorados ensayos sobre el nada transparente  concepto de “nación” (que la moda estatutaria española otorga a voleo) y  las principales posturas teóricas sobre el asunto: la del liberalismo,  que establece las fronteras como límites de propiedad y considera al  Estado-nación un club de propietarios; el comunitarismo, que establece  las fronteras según la identidad y trascendentaliza el demos como  destino compartido (“unidad de destino en lo universal”, dijo un  precursor); y el republicanismo, cuyas fronteras son cimientos para  asegurar justicia y libertad, es decir, ciudadanía. Esta última es la  postura que evidentemente prefiere Ovejero, heredero de una tradición  ilustrada y marxista bien asimilada.
El  marco genérico de estas reflexiones está enriquecido constantemente por  análisis más concretos y pormenorizados de bastantes de las polémicas  del día. Es saludable la contundencia argumental con que desmonta  algunos de los más tontiformes lugares comunes, como la beatería  multicultural (“Si importan las culturas es porque importan las  personas. No al revés. Que una cultura deba preservarse simplemente  porque existe, no puede ser nunca un argumento atendible para quienes  constatan que buena parte de las ‘culturas’ humanas han estado asentadas  en la discriminación y en la explotación”) y las políticas de supuesta  “normalización” lingüística en nuestro país, que con el pretexto de  liquidar el monolingüismo imperial franquista lo reproducen en  porciones, como los quesitos de “La vaca que ríe”. Después de estas  piezas más extensas, Ovejero incluye una serie de artículos publicados  en “El País” sobre aspectos de la elaboración y debate del estatuto  catalán, lo que podríamos llamar la “psicopatología de la vida  cotidiana” nacionalista y los inicios el movimiento que después fue  “Ciutadans”. Son ágiles y están persuasivamente razonados… aunque sólo  para aquellos lectores que se interesen por la persuasión argumental en  lugar de resolverlo todo etiquetando despectivamente al crítico  incómodo.
Uno  de estos trabajos breves, especialmente interesante, se titula “La  izquierda, de la igualdad a la diferencia”. Y éste es también el tema de  lo que yo considero el texto más notable de todo este notable libro, la  magnífica entrevista que Miguel Riera –director de “El viejo topo”-  realiza a Ovejero sobre la cuestión de la izquierda seducida por el  nacionalismo. La entrevista (seguida por una ponderada objeción parcial  de Laurentino Vélez-Pelligrini, así como por la respuesta de Ovejero) es  un material de reflexión de primera categoría. Se establecen bien las  incompatibilidades de un pensamiento ilustrado y progresista con la  faramalla nacionalista y quedan flotando las razones últimas de esta  sorprendente colusión. Sin la pretensión de zanjar el asunto aporto dos  vías de explicación, una que apunta hacia lo sublime (siempre cercano a  lo ridículo) y otra a lo más oportunista, incluso rastrero. Por  elevación: cierto izquierdismo siempre ha estado más atento a la  subversión del “sistema” (abstracción cuyos rasgos diabólicos dibuja  cada diez o quince años según un esquema convenientemente irrefutable y  al que sólo respalda la perpetua deficiencia del mundo) que a la  protección de los derechos de las personas, por lo visto demasiado  egoístas para su elevado criterio. Por oportunismo rastrero: el apoyo de  la izquierda a los nacionalismos es una mera estrategia electoral de  poder para marginar a la derecha competidora, el PP. Se esta viendo en  la reforma de los estatutos more nacionalista, que quizá no  deshagan España (como repiten satisfechos los turiferarios del Gobierno)  pero evidentemente en nada mejoran tampoco la convivencia en ella, ni  responden a exigencias populares sino a una simple componenda con las  ambiciones locales para garantizar la perpetuación en el gobierno  central o recibir algo de la pedrea clientelista autonómica (véase el  ejemplo paradigmático de Ezker Batua). Sea como fuere, es válida la  conclusión de Ovejero: “La mayor renuncia intelectual de nuestra  izquierda ha sido sustituir el lenguaje de los derechos, la justicia y  la ciudadanía, por la frágil mitología nacionalista de las identidades y  los pueblos. Si únicamente se tratara de palabras, poco importaría.  Pero hemos aprendido hace ya tiempo que las palabras condicionan las  vidas. Por lo general, de mala manera”.
Fernando Savater, BASTAYA.ORG, 12/2/2007