EDITORIAL-El Español

Lo que pretendía ser un clamor multitudinario por parte de los cuadros y la militancia socialista para arropar a Pedro Sánchez ha acabado adquiriendo tintes de elogio fúnebre anticipado. Ante el aspecto deslucido que ha desprendido la dramaturgia del PSOE para pedirle que continúe al frente del Gobierno, cabe decir -como apunta Fernando Garea– que Sánchez, como Tom Sawyer, ha podido presenciar su propio funeral político.

Por un lado, la esperada movilización masiva y sin precedentes a la que habían llamado los socialistas apenas ha logrado congregar 12.000 personas, pese a que el partido había fletado un centenar de autobuses desde todos los puntos de España para llevar a los suyos hasta Ferraz.

Por otro lado, el Comité Federal del PSOE de este sábado, convertido en un acto de homenaje a Sánchez mediante una exhibición pública de unidad unánime con el líder, ha tenido un final abrupto y confuso.

Cuando sólo se habían producido 8 de las 19 intervenciones de dirigentes socialistas anunciadas, el Comité se ha dado por finalizado para que los líderes saliesen a la calle a arengar a los simpatizantes que se agolpaban a las puertas de su sede, y pudieran sumarse a sus consignas de «Pedro, quédate».

Estos movimientos espasmódicos y erráticos dan cuenta de la incertidumbre y la confusión que reinan entre las filas y las bases del PSOE tras la carta de Sánchez el miércoles, en la que anunciaba que interrumpía su agenda hasta el lunes para meditar si «merece la pena» continuar en la Moncloa.

La lectura que hacen de esto las fuentes socialistas consultadas por EL ESPAÑOL es que los militantes no entienden bien la situación creada por la insólita decisión de Sánchez de tomarse un periodo de reflexión.

El PSOE sigue manteniendo la versión de que se trata de un asunto estrictamente personal, fruto del hartazgo y la sobrecarga del presidente por el escrutinio judicial y de la opinión pública a su mujer.

El problema es que puede que los motivos de Sánchez sean tan privados que le haya sido imposible comunicarlos a sus partidarios.

Esto explicaría el raquitismo de la convocatoria que, al no tener una base real y perceptible, ha sido incapaz de ofrecer argumentos fundados suficientes a la militancia para acudir a respaldarlo.

La reclusión del presidente en su círculo más íntimo también deja descolocados a los cuadros del PSOE.

Gobierno y partido quisieron paliar el aturdimiento inicial con la adhesión incondicional al presidente, volcándose en hacerle sentir el calor de sus colegas y de la calle. Pero ha empezado a cundir el pesimismo ante la posibilidad de que realmente dimita el lunes (si bien sólo el 9% de los españoles, según la encuesta de SocioMétrica para EL ESPAÑOL lo creen, aunque el 55,6% lo desea).

Que la jefatura del PSOE haya intensificado su presión para convencer a Sánchez de que se quede refleja la inquietud ante la gran crisis que se abriría tras su marcha en el Gobierno y en el partido.

De ahí que se hable de activar un plan B sucesorio, que contemplaría entronizar provisionalmente a María Jesús Montero, quien ya ha ejercido como lideresa sui generis este sábado jaleando a los fieles en Ferraz.

Lo que está claro es que el pinchazo de este sábado ha puesto de relieve la debilidad de un PSOE con Sánchez entre paréntesis, y el pánico de sus dirigentes ante el escenario de una nueva etapa sin un liderazgo claro. Pase lo que pase el lunes, ya se puede concluir que ni Sánchez ni el PSOE saldrán reforzados de este episodio inaudito.