No me llames ‘Gürtel’, dime ‘Correa’

EL MUNDO 14/10/16
SANTIAGO GONZÁLEZ

Hay mucha gente que se parece por la reivindicación de la autoría. Un suponer, el que fue lehendakari vasco, Juan ‘Josué’ Ibarretxe, tan encantado con su papel de Moisés que aceptó de buen grado el nombre de plan Ibarretxe para la hoja de ruta con la que iba a llevar a su pueblo hacia la tierra prometida. Otro caso es el de Francisco Correa, presunto creador de la trama organizada para financiar al PP y sacarse unas comisiones para él y otros intermediarios: Gürtel quiere decir Correa y yo prefiero decir caso Correa que caso Gürtel.

A su segundo, Pablo Crespo, se lo presentó Cuiña, el capo gallego del PP: «Habrá cometido, imagino, alguna irregularidad administrativa, pero no ha cometido ninguna irregularidad (sic) porque su código no se lo permite. Es un hombre honrado». Ni Antonio sobre Bruto en el funeral de César.

Fue impresionante. Lástima que la fiscal, Concepción Sabadell, no estuviese a la altura del toro, que abusó de alardear de la verdad y respondía a sus preguntas con un tono algo pedagógico y redundante: «Con toda sinceridad, voy a decir toda la verdad», and so on. Nada de lo que dijo suena a nuevo salvo su mención a Bárcenas como receptor de las mordidas que él le daba, alusión que cabreó al ex tesorero del PP: «Jamás cobré ni un euro que viniera de él». La gran cuestión que los partidos de la oposición en funciones han convertido en la pieza central de la política. La responsabilidad de Rajoy fue desmentida explícitamente por Correa, que había confesado que, en la época de Aznar, pasaba más tiempo en Génova que en su propio despacho, pero que a partir del nombramiento de Rajoy se acabó: «No había química».

Su lenguaje era adecuadamente eufemístico: llamaba gestiones al amaño de los concursos, y dádivas y atenciones a los sobornos con que materializaba las gestiones: un coche para Sepúlveda, un segundo coche, viajes y fiestas para la familia y en este plan.

Hubo un asunto en el que asomó el carácter correoso, valga la expresión, de los viejos hombres de honor contra el chivato. En estos pagos no se lleva lo de meter un canario muerto en la boca del soplón, pero Correa expresó cuál era en su opinión, el horror de los horrores, aquel concejal del PP de Majadahonda, José Luis Peñas, que frecuentó el trato y la vivienda de Correa so pretexto de constituir un nuevo partido mientras grababa sus conversaciones con el presunto. «Alguien que está viviendo en tu casa»– decía con espanto– «que sentaba a tu hija en sus rodillas y a quien tu hija llamaba tío Pepe». El espanto, sobre todo para alguien que se redime a sí mismo por sus buenas intenciones: «Siempre apoyé la causa de los débiles».

Su testimonio, entre el cinismo y la sordidez, ha orillado el nombre que concentraba todo el morbo y el interés de la oposición: el de Mariano Rajoy. El testimonio de Correa no disminuirá los apoyos del candidato para la investidura, ni impedirá las abstenciones socialistas, si las hubiere. Habrá que esperar a ver si con el testimonio de Bárcenas hay más suerte.