Nobleza vasca

Ese tipo de la pierna tonta anda entre ‘El verdugo’ de Berlanga y ‘Justino, asesino de la tercera edad’, entre los Servicios de Inteligencia de Sabin Etxea y la TIA de Mortadelo. Hay cientos como él que controlan nuestras vidas en los banquitos de los parques, en bares y aeropuertos, sólo que no nos fijamos. ¿Por qué se tapaba tanto la cara, si en Euskadi es un héroe?

Sí. Confieso que me disfracé con una boina, una bufanda y unas gafas negras en Nochevieja. Quiero poner de moda ese disfraz entre la peña del constitucionalismo vasco. Creo que a partir de ahora voy a usar ese disfraz todos los días para ir a por el pan y poder prescindir así de los escoltas. De ese modo los mismos que ahora me miran con cara de malas pulgas me darán palmaditas en la espalda y me dirán ‘Aupa, Aletxu’.

La verdad es que cuando le vi allí apartado y sentado en el banquillo con aquel lindo atuendo de cutre-espía rural y aquel torpe carpetón cubriéndole el breve tramo que le quedaba de jeta; con aquel aspecto tan innoble, en fin, de pisaflores de parque, de robaperas neorrealista, de clásico y costumbrista sacamantecas de los colegios, de Olentzero psicodélico… no pude evitar acordarme de todos los tópicos que hay sobre la proverbial hidalguía de los vascos: la franqueza, la valentía, la honradez, la espontaneidad, la mirada limpia y directa, la palabra leal que no necesita de contratos escritos, las cosas claras y el chocolate espeso, el pan pan y el vino vino, el señorío de raza, la hombría de bien, la nobleza natural. O sea, todo eso que se ha dicho de nosotros y de lo que algún partido político que anda por aquí ha hecho su patrimonio e incluso su producto de venta electoral. La verdad es que al único tópico al que quizá sí respondía aquel particular sujeto (hay que admitirlo) es al famoso dicho que se ha acuñado sobre unos versos de Tirso de Molina: «Así es el vizcaíno, corto en palabras y en obras largo». Al citarlo me he acordado de que se lo solían aplicar a un amigo mío que era muy rácano y que siempre se quedaba rezagado a la hora de levantarse de las mesas de los restaurantes para arramblar sin decir ni mu con toda la propina que los demás habíamos dejado. Aquél también era muy vasco, muy corto en palabras y largo en obras (y en manos).

Yo creo que aquel tipo de la pierna tonta anda entre ‘El verdugo’ de Berlanga y ‘Justino, asesino de la tercera edad’, entre los Servicios de Inteligencia de Sabin Etxea y la TIA de Mortadelo y Filemón, entre el cómic y lo protohispánico. Yo creo que hay cientos como él que controlan nuestras vidas en los banquitos de los parques y las plazas, en los bares y los aeropuertos, sólo que no nos fijamos. Mi duda es por qué se tapaba tanto la cara si en Euskadi es un héroe. Y de repente caigo: pensará pasar la tercera edad en Marbella y quiere que su heroísmo pase allí desaparecibido. La discreción es la virtud de los grandes.

Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 5/1/2009