Nuestras fronteras

RAMÓN PÉREZ-MAURA – ABC – 09/01/16

Ramon-Perez-Maura
Ramón Pérez-Maura

Gabriel Maura Gamazo se pasó los años 1896-1898 en Alemania, fue ministro plenipotenciario en la Conferencia de Paz de La Haya de 1907 y representó a España en la Conferencia Naval de Londres de 1909. Fruto de todo ello cuenta en su libro «La crisis de Europa» (Rialp. Madrid, 1952) que «La Europa que yo conocí en las postrimerías del siglo XIX y los comienzos del XX parecía llegada a la plenitud estadiza de sus destinos. Podíasela recorrer casi entera sin proveerse de pasaporte ninguno. Nadie ocultaba ni disimulaba su auténtica nacionalidad.

A quien se le antojaba remudarla, érale fácil cambiar, en corto plazo y mediante escaso papeleo, la de su nacimiento por la de su predilección». Esa realidad ya era muy distinta cuando el duque de Maura publicó ese estudio de Europa. ¿Por qué se erigieron fronteras? Obviamente para impedir la libre circulación de bienes y personas entre diferentes países. Se podía circular, sí, pero pagando tasas y dejando constancia del cruce de una frontera.

Cuando se hace una unión política como la que hoy representa la UE, esas fronteras dejan de tener sentido. Pero es imprescindible salvaguardar las exteriores. Y eso es exactamente lo que los europeos no hicimos el año pasado. Vimos llegar a cientos de miles de refugiados y se jaleó su derecho a entrar sin ningún tipo de limitación. Es evidente que algunos huían de una guerra en Siria y nadie puede negar el derecho de refugio a quien escapa de un conflicto armado. Pero tampoco estábamos los europeos dispuestos a hacer lo necesario para ir al origen de nuestro problema y frenar el conflicto.

Por el sur de Europa se rompieron las fronteras y entró todo el que pudo sobrevivir al cruce del Mediterráneo en embarcaciones endebles. Quien llegaba a tierra tenía garantizada su acogida. Y lo malo era que quien incumplía sus obligaciones de salvaguardar las fronteras no albergaba a esos inmigrantes, ni los devolvía a su origen, sino que los pasaportaba a otras tierras de promisión. Así que la necesidad de hacer efectivas las fronteras se eclipsaba ante el traspaso del problema. Hubo un dirigente europeo, el húngaro Víctor Orban, que tuvo la insensata ocurrencia, políticamente incorrecta, de exigir que se cumplieran los tratados que han firmado los veintiocho estados miembros de la UE. Y que por ello negó la libre circulación a quien entraba ilegalmente en Europa. Y le cayó la del pulpo.

Ahora resulta que esas personas que han llegado al corazón de Europa por esas vías, empiezan a crear gravísimos problemas. Casos como el ocurrido el 31 de diciembre ante la catedral de Colonia son espeluznantes. Y eso fue perpetrado por grupos coordinados de inmigrantes mayoritariamente musulmanes. Es evidente que todos los refugiados que hayan participado en estas vesanias pueden ser expulsados de Alemania –¡y de Europa!– después de haber cumplido las penas a las que sean condenados –espero. Pero no parece exagerado decir también que frente a personas así, las fronteras tienen una razón de ser. Una gran razón.

Son muchos los signos de decadencia de nuestra civilización que surgen en nuestro entorno. Uno de los más evidentes ha sido éste del que estamos viendo sus consecuencias más evidentes: Vinieron en masa a asentarse en nuestras tierras y a vivir de nosotros. Querían imponernos su cultura y su religión. Y en lugar de reaccionar con cautela, de exigir que quien quisiera asentarse aquí cumpliera con unos requisitos, les dimos sin medida. Y ahora, cuando alguien les echa en cara sus actos, te espetan que «no me puedes hacer nada porque soy invitado de Merkel». Con un par.

RAMÓN PÉREZ-MAURA – ABC – 09/01/16