Obediencia debida

IGNACIO CAMACHO, ABC – 17/07/14

· Pensando en Podemos, Sánchez ha situado al PSOE fuera de su ámbito natural de la socialdemocracia europea.

Hablaba José Blanco en la radio explicando el voto negativo de los socialistas españoles al presidente de la Unión Europea. Que si el austericidio y tal. Los chicos de La Brújula le recordaron aviesamente que su Gobierno, el de Zapatero, en el que era ministro, había aplicado sin chistar esas políticas de austeridad. Se defendió como pudo alegando poco menos que obediencia debida. Hasta que llegó la pregunta clave. ¿Y si el nuevo secretario general hubiese ordenado votar que sí, como estaba previsto y pactado antes de su llegada? Blanco, antiguo mentor de Pedro Sánchez y uno de los agentes de su candidatura, fue honesto: habría votado que sí, dijo.

También Ramón Jáuregui había sido sincero. El número dos de los europarlamentarios socialistas, una cabeza lúcida y brillante, quería votar que sí a Juncker y lo explicó en un periódico de forma bastante comprensible: no se sentía cómodo votando lo mismo que Marine Le Pen y otros radicales populistas. Pero votó que no por disciplina de partido, porque Pedro Sánchez lo ordenaba. Podía haber mantenido su criterio; el acta de diputado es suya, intransferible, y el partido no puede quitársela. Precisamente es así para garantizar la libertad de voto, para que los aparatos no tengan mandato imperativo. Pero Jáuregui, con toda su vida en el PSOE, dimitiría antes que romper su lealtad. Y se tragó el sapo, ya veremos hasta dónde y hasta cuándo.

Ambos dos, como otros socialistas, saben que Sánchez ha tomado la decisión equivocada. Que por tacticismo ha situado al partido fuera de su ámbito natural de la socialdemocracia europea, junto al populismo de los extremistas de izquierda… y de derecha. Que ha dado la orden pensando en Podemos. Y que Matteo Renzi, el líder italiano al que considera su modelo, se negó a alinearse con el antisistema Beppe Grillo.

Los dos, sin embargo, acataron el encargo. Lo cumplieron con la determinación de la vieja política, la que concede todo el poder a la dirección orgánica. Blanco, veterano aparatchik, buscó explicaciones retóricas para amparar a su nuevo jefe; Jáuregui prefirió justificarse a sí mismo. Los demás callaron y obedecieron; el que manda, manda. En Sevilla, durante la presidencia de Ruiz de Lopera, una peña de seguidores del Betis acuñó cierta célebre consigna de sometimiento incondicional y acrítico: «Lo que diga Donmanué». El aludido les llamaba paternalmente sus «criaturitas».

Tal vez, sólo tal vez, haya en el temido auge de Podemos un componente significativo de rechazo social a esa forma sectaria de entender la política. Y tal vez, sólo tal vez, Sánchez la haya utilizado para engordar sin pretenderlo al adversario que teme. De momento le ha dado la razón en vez de buscar la suya propia. Pablo Iglesias puede sonreír: nada más empezar le ha forzado a meterse un autogol sin hacer otra cosa que aproximarle la sombra.