Oh, Habermas

Santiago González, EL MUNDO, 29/6/12

Seis meses después de su desaparición, José Luis Rodríguez Zapatero se hizo carne en un curso de la Universidad Católica de Ávila. No hay razón para asombrarse; a Zapatero le encanta sorprender, incluso escandalizar un poquito a su peña. Recuerden que sus dos primeras entrevistas presidenciales las mantuvo con Jiménez Losantos y Pedro J. Ramírez. Yo me acuerdo mucho de esta última, porque el titular, un entrecomillado a cinco columnas, me confirmó en las peores sospechas que el recién estrenado presidente había despertado como jefe de la oposición: «Haré una democracia ejemplar», dijo el 23 de abril de 2004, nueve días después de su investidura.

Entre los asistentes hubo quien aprovechó para cobrarse una deuda que ya era extemporánea y fue abucheado. El encuentro en sí fue de guante blanco y los interlocutores hicieron lo que pudieron para estar a tono con el paralelismo que ambiciosamente había deslizado Zapatero, al menos en tres ocasiones para que al público no se le escapara: él y Cañizares, como reedición del diálogo entre Habermas y Ratzinger. No dijo quién era quién en la comparanza, pero tengo para mí que él se atribuía el papel de Habermas y asignaba el de Ratzinger al cardenal. La verdad es que ambos recuerdan más a los protagonistas de La esfera y la cruz: el ateo Mr. Turnbull y el intransigente católico Evan McIan, que a lo largo de la obra de Chesterton buscan un lugar para batirse en duelo. Perseguidos por la Policía que quiere impedirlo, acaban siendo amigos, por decirlo en los términos de Zapatero: desde entonces nuestra relación ha pasado, como dicen los castellanos (sic), al afecto.

Al ex dirigente socialista le encanta sorprender, incluso escandalizar un poquito a su peña

Asistieron algunos socialistas tan descatalogados como el propio ponente, aunque no deberían sacarse conclusiones de la ausencia del aparato. No era cosa de hacer acto de presencia ante un personal que podría empeñarse en discutir lo del Impuesto de Bienes Inmuebles y exponerse a tiranteces en la patria chica de Santa Teresa. Cada uno se atuvo a su papel, a saber: separación de la Iglesia y el Estado y reconocimiento de las raíces y valores cristianos de Europa. Uno por su propia naturaleza tendería a estar más de acuerdo con Zapatero si no defendiera sus posiciones con argumentos tan pintorescos: «La dura crisis nos dificulta ver la esperanza», dijo, invirtiendo en virtuoso quiasmo los hechos de su mandato: fue la blanda esperanza lo que le impidió ver la dura crisis. Destacó que lo más audaz de Benedicto XVI fue el diálogo interreligioso, que siempre ha sido para España «el gran puente de diálogo con el Mediterráneo, con América Latina».

Había dicho el cardenal que «no puede haber democracia sin conciencia», y Zapatero se lo matizó. «La democracia es conciencia», dijo, con el mismo aplomo con el que en el pasado había colocado la esencia de la democracia en: la participación, la igualdad, la cintura, la aceptabilidad de la derrota, nuestros derechos y libertades, la Constitución y los medios de comunicación libres. Ideología, o sea, ideas lógicas, hallazgo conceptual con que pagó a Jordi Sevilla sus dos tardes de Economía. Eso que ganaron ambos.

Santiago González, EL MUNDO, 29/6/12