Orson Welles en el chiringuito

ABC 27/08/15
IGNACIO CAMACHO

· Celebrar un debate de Presupuestos en pleno agosto es como proyectar «La dama de Shangai» en el cine de verano

ES un clásico del debate de Presupuestos que el jefe del Gobierno –no sólo éste: todos– mande a defenderlos en las Cortes al ministro de Hacienda. El líder de la oposición aparenta un cabreo mayúsculo por tener que discutir con una psicofonía y dirige sus ataques contra el presidente, disparándole a ciegas en una especie de versión parlamentaria de la célebre escena del tiroteo entre espejos de «La dama de Shangai». Por lo general esta puesta en escena no alcanza grandes audiencias debido al obligatorio carácter económico y técnico de su guión, pero este año además Rajoy ha mandado proyectar la secuencia en agosto, lo que equivale a relegarla a un cine de verano sin la mística de las palomitas bajo el cielo estrellado. Es conocida la alergia marianista a la política-espectáculo. En esta ocasión, al encapsular la sesión plenaria en la última semana de vacaciones, el primer ministro ha actuado con premeditada crueldad despectiva. Orson Welles en el televisor de un chiringuito playero.

En realidad lo que el presidente pretende es utilizar los Presupuestos como esquema de sus mítines de campaña. Sabe que no valdrán nada si no sale reelegido, e incluso en tal caso es posible que los tenga que modificar él mismo. Pero después de haber arrastrado durante todo el mandato la culpabilidad por haber incumplido sus pasadas promesas electorales, necesitaba publicar las próximas en el Boletín Oficial del Estado. En estos cuatro años ha aprendido la lección de no ofrecer nada que no pueda cumplir. El patrimonio que más valora es el del realismo y la seriedad previsible, y debe andar escarmentado del momento en que tuvo que desdecirse de aquel programa de optimismo inconsciente. De algún modo, este empeño en forzar el calendario para presentarse a las elecciones con las cuentas de 2016 aprobadas viene a reconocer el lastre de credibilidad que le ha pesado durante toda la legislatura. Ahora quiere blindar el futuro con el sello de un registrador de la propiedad al que le encanta expresarse en papel timbrado.

Para eso no ha dudado en desdeñar las convenciones del Parlamento obligándolo a reunirse cuando el resto del país aún se pasea en bermudas o en traje de baño. De paso le ha aplicado sordina al discurso de Pedro Sánchez –los otros opositores se expresan en las tertulias– y hasta al de Montoro, al que siempre conviene mantener más bien callado. El rato anual de gloria del ministro de Hacienda, que en su euforia olvidó hablar de la propia ley que defendía, ha pasado inadvertido ante una opinión pública que cada vez que lo oye siente ganas de votar al adversario. Sánchez clamó su alternativa, tampoco muy precisa, en el desierto de una Cámara sesteante y de unos telediarios sin espectadores. Y el chasquido de los espejos rotos en la refriega se ha solapado en la playa con la megafonía ramplona de las últimas cancioncillas del verano.