Otra final

ABC 06/03/15
LUIS VENTOSO

· Francia: si se silba al himno, se suspende el partido

UN aforismo periodístico socarrón recomienda lo siguiente: «Periodistas del mundo ¡plagiaos los unos a los otros!». Gran verdad. Cuesta desperdiciar una buena idea, aunque sea ajena. En este caso no voy a apropiarme del ingenio de un colega, sino del de mi amigo Leo, que aunque tiene la dicha de dedicarse a menesteres más estables que el periodismo, ha planteado una clarividente metáfora, que podemos recrear así:

Patxi y Jordi viven en una urbanización y quieren celebrar un guateque con docenas de invitados, un gran mogollón lúdico. A Patxi y Jordi, que son muy suyos, les cae gordo Manolo, el dueño del chalet más grande de la urbanización. Se dedican a ponerlo verde en la comunidad de vecinos. Lo acusan de hacerles todo tipo de perrerías. Sin embargo, la paradójica realidad es que Manolo tolera que Patxi pague menos cuotas de comunidad que los demás vecinos y además está cubriendo parte de los pufos de Jordi, que ha sido tan manirroto que ahora no logra hacer frente a sus deudas. Patxi y Jordi, aunque no tragan a Manolo, han reparado en que su chalet, con amplio jardín y piscina, sería macanudo para su fiesta, porque es donde cabe más gente y además goza de solera y buena ubicación. Sin cortarse un pelo, le piden a Manolo que les preste el chalet, aunque todo el mundo sabe que aquello va a degenerar en botellón, con cánticos hooligans poniendo a parir a Manolo y a toda su progenie. Ante tal panorama, el dueño de la vivienda dice que nones, que él no cede su propiedad para que vengan a vejarlo. Valoración de Patxi y Jordi: «Manolo es un facha y un intolerante», un tipejo intransigente, que no entiende el hecho diferencial de sus vecinos y el derecho que tienen a insultarlo en su propia casa.

La final de Copa ha emparejado otra vez a Barça y Athletic. El nacionalismo que orbita alrededor de ambos clubes aspira a convertir el partido en un acto independentista en el Bernabéu, con silbidos al himno de España con el Rey en el palco. ¿Por qué hay que transigir con esa afrenta cuando son una minoría entre 47 millones de españoles que no quieren ser ofendidos?

En la final de la Copa de Francia de 2002 jugó un equipo corso, el Bastia. Los nacionalistas de su hinchada silbaron cuando sonó «La Marsellesa» en el Estadio de Francia. El presidente Chirac, lívido de enojo, abandonó el palco a los veinte minutos y ni saludó a los jugadores. En 2008, en un Francia-Túnez, parte de la afición tunecina y algunos franceses hijos de la inmigración magrebí repitieron la acción. Todos los partidos franceses expresaron su indignación sin fisuras. Por la mañana, el presidente Sarkozy tomó medidas. Reunió a su ministra de Cultura, al de Interior y al presidente de la Federación de Fútbol. La solución fue sencilla: a partir de ahora, si se pita al himno nacional el partido queda suspendido. Y hasta hoy.

Pero aquí ya nos aprestamos a asumir otra charanga de insultos a todos, incluidos la multitud de vascos y catalanes que desaprueban las pitadas. El problema sociológico de España es que a Sánchez, a Tania y Pablo, al joven Garzón y a nuestro tertulianismo de quinta y sexta este asunto les resbala. ¿Son de aquí o de la patria de los Teletubbies? Quién sabe…